El terreno idóneo para que Dios se mueva milagrosamente es un corazón expectante, un espacio mental receptivo, una mente porosa que no le pone trabas a Dios y sus obras asombrosas. A Dios lo motiva la persona que le pide cosas audaces, el hombre o la mujer que se lanza al abismo sólo con su fe y su confianza de que Dios es fiel, y que no deja en vergüenza a los que en él confían. Por eso tienes que cultivar activa y persistentemente esa mentalidad positiva en Dios.
No se trata de un mero “pensamiento positivo” al estilo de tanta literatura motivacional que encontramos en el mercado literario actualmente. Eso es más bien una postura humanista que exalta el poder de la mente, la capacidad del individuo para abrirse camino y triunfar en la vida por medio de una actitud de confianza en sí mismo y en sus capacidades innatas.
Pídeme, y Te daré las naciones como herencia Tuya, Y como posesión Tuya los confines de la tierra.
Salmos 2:8
Me refiero más bien a una postura espiritual humilde, que pone su confianza en el Dios vivo. Se trata de una sana consciencia de nuestras limitaciones personales, fortalecida por la seguridad de que el poder de Dios habita y se mueve dentro de nosotros. ¡Y eso es lo que hace la diferencia! Es la actitud de que “por mí mismo no puedo hacer gran cosa, pero con Dios moviéndose en y a través de mí puede lograr cosas verdaderamente asombrosas”. Es el sentir que llevó al apóstol Pablo a declarar, “Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece”.
En las manos de Dios, mis limitados talentos y mi humanidad fallida se convierten en poderosos instrumentos para lograr cosas absolutamente inesperadas.
Sólo se requiere que le pidamos a Dios, “Si tú quieres, permite que yo pueda caminar sobre las aguas”. Y que entonces, llenos de fe, nos salgamos de la barca confiando en que nuestro fiel Señor no permitirá que nos hundamos si hemos puesto nuestra confianza en él.
En verdad les digo: el que cree en Mí, las obras que Yo hago, él las hará también; y aun mayores que éstas hará, porque Yo voy al Padre.
Juan 14:12