Yo me acuesto, y duermo y despierto, porque tú, Señor, me sostienes.—Salmo 3:5
Al enfrentar un reto de salud, puedo sentirme tentado a pensar en lo que está mal con mi cuerpo. Sin embargo, mantener pensamientos y sentimientos de enfermedad enfoca mi atención en aquello que no me beneficia ni promueve mi sanación.
Cuido de mi cuerpo con ejercicio, descanso y nutrición; centro mi atención en esas partes de mi cuerpo que se sienten bien. A partir de ahí, siento gratitud por los pensamientos de sanación que están floreciendo en mi conciencia, desplazando todo pensamiento de enfermedad.
Como ser espiritual, sé que ser sano es mi verdadera naturaleza, y con gratitud le doy la bienvenida a mi bienestar. Mantengo pensamientos que promueven la salud y bendigo mi cuerpo con palabras de sanación.
Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia. Por sus heridas ustedes han sido sanados.
(1 Pedro 2:24)