Quisiera poder decirles que siempre he rendido a Dios todo pecado y que en todo tiempo le he obedecido sin reservas ni condiciones, pero la realidad es que hay pecados que, inicialmente, no he querido abandonar. Ya sea porque me había acostumbrado a ellos o me producían cierta satisfacción o porque a mis ojos no me parecían algo tan malo, pero, al final, siempre he comprobado que el pecado nunca me ha ofrecido lo que me ha prometido y que, mientras más tiempo he pasado sin rendirlo, más difícil se me ha hecho dejarlo, porque el pecado nos esclaviza y, al hacerlo, nos roba el gozo que buscamos.
Desde la caída del hombre en el jardín del Edén, todos hemos errado en encontrar y disfrutar esa vida abundante y libre que Cristo nos vino a dar. Tú y yo somos seres caídos, disfuncionales, y que no vemos la vida como es en realidad, sino que la vemos de acuerdo como somos. Así que, vivir en libertad no nos sale natural. Tenemos que reaprender a vivir de una manera diferente, bajo el estándar de Dios.
La buena noticia es que Cristo vino a este mundo para liberarnos del pecado que nos encadena, lo cual nos permite vivir una vida plena y llena de gozo, mientras esperamos la redención que nos aguarda en los cielos.
Cristo quiere liberarnos de nuestras culpas, inseguridades, temores, ansiedades, hipocresías, indecisiones, orgullos, egoísmos, rencores, celos y envidias, porque todo eso nos hace esclavos. Su voluntad es que seamos libres. Por consiguiente, estamos llamadas a tener vidas en plena libertad, sin tratar de usar esa libertad para satisfacer nuestra carne, según Gálatas 5:13.
Debemos tener mucho cuidado en cuanto a equivocarnos con el concepto de libertad y libertinaje. Por un lado, el libertinaje busca satisfacer la naturaleza pecaminosa, no se somete a ninguna autoridad, ni tiene límites, sino que decide vivir como quiere, aún eso sea dañino para uno mismo o para otros. He escuchado a muchos jóvenes decir: “Quiero ser libre, quisiera mudarme y vivir solo para no tener límites en la casa de mis padres”. Sin embargo, eso no es libertad, es libertinaje.
Por el otro lado, la libertad entiende que hay reglas y límites establecidos para el bien propio y de los demás. Y se somete a esos parámetros, reconociendo que allí está la verdadera libertad; dentro del contexto del amor a Dios y al prójimo. En la segunda carta a los corintios, Dios utiliza a Pablo para decirnos algo extraordinario: “Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos.”( 2 Corintios 5:15)
Entonces, una vida libre es aquella que ya no vive para sus metas, sueños y deseos, sino que su único motivo de respirar es hacer la voluntad de Dios, obedecerle, honrarle. Es una vida que reconoce que ha muerto juntamente con Cristo y que ahora vive solo para hacer Su voluntad. Al hacer esto, le da gloria a su Dios y comienza a experimentar la libertad que solo Él nos brinda.
La libertad que perdimos en el Edén, al pecar, la recuperamos al rendirnos a Dios, al aceptar que Su voluntad es mejor que la nuestra, reconociendo que el pecado nos esclaviza, pero la ley de Dios nos liberta. Esto es lo que nuestro Salvador nos expresa en el capítulo ocho del evangelio de Juan: “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres… Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo que todo el que comete pecado es esclavo del pecado; y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí permanece para siempre. Así que, si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres.” ( Juan 8:31, 34-36 )
¿Hay alguna área en tu vida que necesites rendir para poder ser libre? No esperes más, ríndete hoy y disfruta de la libertad que viene al soltar tu carga de pacado y confiar nuestras vidas en las mejores manos que nos pueden sostener.
El verdadero camino hacia la libertad se encuentra al decir: “Señor me someto a ti, te obedezco a ti, haz lo que quieras de mí.”