Eliseo pasa de ser un mero personaje que cruza por la vida de la mujer indiferentemente a ser un amigo querido que se hospeda en su casa y que es usado por Dios para concederle a esta mujer el regalo más maravilloso que ella jamás hubiera podido concebir que era tener un hijo.
Y según Eliseo había profetizado en el Poder del Espíritu Santo que esta mujer habría de tener un hijo un año después que él diera la Palabra profética dice que así mismo fue, dice que: «La mujer concibió y dió a luz un hijo al año siguiente en el tiempo mismo que Eliseo le había dicho.»
Ahora en el versículo 18 dice que: «Y el niño creció, pero aconteció un día que vino a su padre que estaba con los segadores y dijo a su padre: ¡ay mi cabeza, mi cabeza! y el padre dijo a un criado: llévalo a su madre, y habiéndolo él tomado y llevado a su madre, estuvo sentado en sus rodillas hasta el medio día, y murió.»
Aquí cambia totalmente el colorido de este texto, pues después de esa inicial alegría de tener un hijo y probablemente han pasado ya unos años porque este niño habla y está ya con su familia como quizás un pequeño jovenzuelo, ahora se enferma y algún tipo quizás de derrame cerebral o lo que sea, y este niño después de una pequeña, breve enfermedad muere en los brazos de su madre.
Y aquí vemos algo interesante. El mismo hijo que Dios le ha dado esta mujer ahora fallece. Uno se podría preguntar: bueno, si Dios le dió este hijo a esta mujer ¿no constituiría eso como un seguro de vida que este niño iba a estar completamente protegido y sellado contra todo tipo de enfermedades y de accidentes, de golpes y aún de muerte? uno pensaría que son así las cosas ¿no? que cuando Dios nos bendice de una manera es como definitivo y 360 grados, para siempre y que nunca va a venir algo negativo a ese aspecto de nuestra vida.
Aquí vemos algo y es que la adversidad viene en cualquier situación. Dios lo trajo a esta mujer pero era un niño normal. El acto profético y milagroso de Dios fue darle un hijo pero los milagros de Dios son específicos, son concentrados, y entonces ahora este niño habría de vivir una jornada como cualquier otro niño normal, y en ese caso, en esta mujer tan bendecida llega la adversidad y el infortunio.
Yo siempre les digo a mis feligreses que nosotros tenemos que estar preparados para cuando vengan los dolores, cuando vengan los contratiempos, las adversidades en nuestra vida porque tarde o temprano han de venir, aún en la vida de la gente más bendecida y más protegida por Dios. ¿Por qué? porque muchas veces Dios ha de usar esas tragedias y esos contratiempos para desplegar otras dimensiones de Su Persona, de Su Poder y de Su relación con nosotros.
El hecho de que este niño muere abre una serie de eventos que han de ilustrar otra serie de dimensiones de la vida del espíritu, y eso es lo que hacen a veces las adversidades, prepararnos para entrarnos aún más profundamente en nuestra relación con Dios.
Pues esta mujer, cuando su hijo muere, fíjese la fe de ella. Por eso es que es tan importante el carácter y la cercanía con Dios, porque cuando vienen las pruebas y las dificultades, entonces tenemos las herramientas y las facultades espirituales que nos permiten lidiar efectivamente con la adversidad.
Esta mujer no se echa a morir allí, no se da por vencida, no se deprime, no reniega de Dios, no se congela en medio de su crisis, sino que lo que ella hace es que: «Toma a su hijo,» dice, «y lo lleva al aposento donde el varón de Dios se quedaba cuando pasaba por allá, y puso a su hijo muerto sobre la cama del profeta, y cerrando la puerta se salió.»
Wow qué maravillosa idea ¿no? esta mujer discerniendo por medio del Espíritu Santo toma el problema, el hijo muerto, y lo entra por así decirlo en la dimensión del Espíritu. Este hijo bendecido y provisto por Dios ella como que intuye: es responsabilidad de Dios.
Ella tiene la suficiente fe como para creer que Dios puede resucitar a su hijo, devolvérselo, y por eso lo mete en el lugar donde el profeta mora, que es una gran lección para nosotros, porque cuando nosotros tenemos problemas en nuestra vida, cuando vienen las situaciones de dificultad ¿qué tenemos que hacer? en vez de desperarnos l o que tenemos que hacer es traer nuestra necesidad y meterla en el ámbito divino por medio ¿de qué? de la oración, por medio de la oración, por medio del clamor, el ayuno. Tenemos que invitar a Dios a entrar o nosotros entrar nuestro problema en el ámbito de la gracia y el Trono de Dios.
Hay muchos pasajes donde vemos así esta idea ¿no? el apóstol Pablo dice: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones en toda oración y ruego.» En otras palabras: en vez de estar deprimiéndonos, llenándonos de tristeza o de ansiedad lo que tenemos que hacer es llevar nuestro problema ante el Señor, presentárselo, clamar a Él, hacerlo a Él parte de nuestro asunto, en un sentido hacerlo responsable de nuestra respuesta que necesitamos.
A Dios le gusta que lo entremos, que lo retemos inclusive amorosamente a entrar y a bendecir nuestra vida porque cuando Él nos da algo Él es consistente, entonces tenemos que creerle a Dios por cosas grandes y maravillosas.
La fe de esta mujer la lleva a meter a su hijo muerto en el ámbito del profeta y vamos a ver qué sucede en nuestra próxima meditación. Dios les bendiga.