El tiempo de la paz es la ocasión idónea para prepararse para la guerra. No debemos esperar los momentos de crisis en nuestra vida para entonces tratar de fortalecer nuestros cimientos espirituales. El creyente se fortalece en el Señor todos los días, sobre todo en tiempos de quietud y normalidad. Cada día— por medio de la oración, la lectura de la Palabra, la comunión con otros creyentes— el cristiano se aprovisiona tanto para la normalidad como para la prueba. Adquiriendo sabiduría diariamente, reconociendo y entregando las áreas de nuestra personalidad que necesitan el trato del Señor, usando toda la armadura de Dios—fortalecemos los cimientos de nuestra vida y nos hacemos cada vez más impenetrables a los ataques del enemigo.
La orientación esencial del hijo o la hija de Dios es hacia la paz, la estabilidad y la prosperidad. Esa es su herencia y su expectativa. Ahora, mientras vive en paz y disfruta de los beneficios de ser un hijo de Dios, mantiene la mirada alerta contra las asechanzas del diablo, y se prepara para los posibles tiempos de guerra, que indudablemente vendrán (ver I Ped 5:8 y Efe 6:10-13). Esa vigilancia continua, sin embargo, nunca degenera en una preocupación enfermiza por las maquinaciones de las huestes demoníacas. Se mantiene siempre enfocada en el amor y la gracia de Dios, que están siempre posándose sobre su vida.
A través de los años he conocido muchos creyentes con una conciencia muy desarrollada con respecto a la importancia de los dones del Espíritu Santo y la guerra espiritual, pero trágicamente deficientes en lo que se refiere a los demás aspectos de la madurez cristiana. La mente de estos amados hermanos está enfocada casi exclusivamente en la dimensión dramática y espectacular de la vida cristiana—los milagros, las profecías, los demonios, los dones, la Segunda Venida. Pero descuidan peligrosamente el crecimiento ético, el fortalecimiento de la personalidad, y el cultivo cotidiano del Fruto del Espíritu al cual se refiere Gálatas 5:22 y 23. Muchas veces, su vida familiar es un desastre, y sus relaciones sociales—aun en la iglesia—dejan mucho que desear. Su conocimiento de los aspectos doctrinales de la Escritura es muy deficiente, y tienen serias dificultades con las autoridades de la iglesia.
El problema principal con este tipo de creyente es que ve la vida cristiana casi exclusivamente desde una perspectiva de crisis. Se ve como perpetuamente en guerra, batallando continuamente contra fuerzas oscuras que quieren destruirlo. Este tipo de cristiano no tiene tiempo ni energía, por lo tanto, para dedicarse al cultivo paciente y sistemático de otros aspectos de la vida espiritual. Esa orientación continua hacia la crisis y el conflicto espiritual incorpora un grado de verdad, pero distorsiona la totalidad de la experiencia cristiana. Resulta más bien agotadora y simplista, e impide la formación de una espiritualidad bíblica madura y compleja.
UNA HERENCIA DE PAZ Y PROSPERIDAD
Es cierto que vienen tiempos de guerra y conflicto en la vida de todo creyente. El apóstol Pablo habla en Efesios 6:13 de “resistir en el día malo”. Habla también de que “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (v. 12). Pero es igualmente cierto que la mayor parte de la vida del creyente debe ser vivida en la paz del Señor.
En Filipenses 4:7 Pablo habla de que “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. La intención de Dios es que vivamos en paz y prosperidad, no en continuo estado de guerra y crisis. En Romanos 15:13, Por ejemplo, Pablo bendice a sus lectores de la siguiente manera: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”. Pablo habla continuamente del “Dios de paz”, y uno de sus saludos característicos a sus lectores es “gracia y paz” (ver Rom 14:17 y 15:33; I Cor 1:3 y II Cor 1:2).
Es ahí donde entra la importancia de edificar muros sólidos para proteger nuestra vida espiritual, y construir fundamentos sólidos para resistir las presiones de la vida cristiana. Aun mientras disfrutamos de tiempos de paz y prosperidad, tenemos que asegurarnos de fortalecer los lugares de posible ataque de parte del enemigo (II Cr 17:12 y 13).
Como José, en los tiempos de abundancia y prosperidad tenemos que planificar para los tiempos de sequía y adversidad. De esa manera, cuando el Enemigo se levante para lanzar hacia nosotros sus dardos de fuego, encontrará nuestra armadura preparada para resistir en el día malo.