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El verdadero éxito – ser conformados a la imagen de Jesucristo

La Biblia nos informa que la grandeza y el éxito se han de encontrar dentro de nosotros, y no tanto afuera, como el mundo nos enseña. La gente se esfuerza por alcanzar el éxito, y lo busca en el dinero, la influencia o el prestigio social. La Biblia, sin embargo, nos llama a poner la mira en otras cosas -valores espirituales- el amor, la santidad, la justicia; “las cosas de arriba”, en las palabras del apóstol Pablo.

El trabajo más arduo para todo ser humano consiste en adoptar un plan a largo plazo de perfeccionamiento radical. Cuando venimos a Cristo, llegamos con todo tipo de deformaciones, ataduras y defectos que tenemos que poner inmediatamente a sus pies, y someter a su obra transformadora. Después de la conversión, debe comenzar el largo y arduo proceso de la santificación.

Nuestra visión como hijos de Dios debe consistir en emprender un programa de vida que involucre todo nuestro ser, y que tenga como meta nada menos que la reconstrucción total de nuestra personalidad, hasta que esta quede conformada a la imagen perfecta de Cristo. Todo rasgo que no glorifique a Dios – adicciones de cualquier estirpe, rencor, sensualidad, fobias y temores, inseguridad, orgullo, ambición, materialismo, complejos diversos – debe ser extirpado uno a uno de nuestro ser. De esa vida transformada, esculpida golpe a golpe por el cincel divino a lo largo de una carrera intencional y deliberada, emanarán los nobles actos que el mundo podrá observar y celebrar, y que sólo entonces traerán deleite al corazón de Dios, porque habrán nacido de un subsuelo auténtico y verdaderamente moral.

Toda la Escritura insiste sobre esta verdad esencial: al corazón de Dios sólo se llega por medio del cultivo de un corazón generoso, una postura humilde, un estilo de vida como el de Jesús. Por eso la agenda de nuestra vida deberá ser el desarrollo de una personalidad balanceada y armoniosa, que refleje en todo lo posible las especificaciones de la criatura original que Dios instaló en el huerto del Edén antes de la caída. Para esto vino Cristo al mundo, para restaurar la imagen divina que fue deformada en nosotros por el pecado en la Caída.

Llegar a ser más y más como Jesucristo, el Hombre perfecto; reflejar con mayor fidelidad la armonía y balance de su personalidad. En esto consiste el verdadero éxito. Ese es el fundamento de la verdadera grandeza personal.

Fuente:
PREDICAS.ORG

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