Cuando David escribió el Salmo 23 no imaginó que ese cántico de alabanza trascendería el tiempo y llegaría a ser el más amado por la mayoría de los cristianos de todas las épocas. Entre ternuras y alabanzas al Señor, David dejó constancia de su estima por la disciplina de Dios.
“Su vara y su cayado me infundirán aliento” (Salmo 23.4). La vara era el instrumento del pastor para impartir disciplina cuando las ovejitas se salían del redil. Con la misma vara que el pastor protegía su manada de los peligros del camino y de los animales rapaces, así corregía también el rumbo de las que se descarriaban.
Aceptar la disciplina y la reprensión del Señor no siempre resulta alentador, sin embargo el hecho de que se interese en disciplinarnos es muestra de su eterno amor para bien de los que decimos que le amamos. Dice el Señor: “Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Sé, pues, celoso y arrepiéntete. (Ap 3.19). ¡Santa palabra! Nuestros hijos no son a veces conscientes de cómo el Señor ha manifestado su grandeza, su mano poderosa y su brazo extendido en la familia que constituimos, símbolos todos de las múltiples maneras en que Él imparte disciplina tanto a nosotros como padres, como a la casa que nos ha dado a gobernar en su nombre.
En lo personal, puede ser que todavía como padres nos quede un tramo largo por aprender en disciplinar a los hijos a la medida de su niñez, su adolescencia o su adultez. No importa el estadio en que se encuentren, ni su edad. Niños, jóvenes, o adultos para la sociedad, por lo general, en nuestro interior, continuamos viéndolos como muchachos indefensos que de vez en vez requieren de la vara de su padre para corregir sus desatinos. Sólo una cosa debemos pedirle a Dios: que nuestra vara les infunda aliento para que no se descorazonen y comprendan que la disciplina es también una hermosa manera manifestarse el amor de Dios.
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Para guiar a nuestros hijos en el temor de Dios es necesario que ellos entiendan que nuestra disciplina, aunque venga de un padre imperfecto, es hermosamente necesaria. No todo se lo podemos dejar a Dios, tenemos un rol que jugar. Nuestros hijos respetarán y acatarán la disciplina impartida por la vara que infunda aliento, no que destruya y lo saque de sus cabales exasperándolos, que los desanime y les conmine a la amenaza y la intimidación. El problema no es ser duros con los hijos por el simple hecho de hacer valer la autoridad como padres. Atención queridos padres y hermanos porque el Señor nos da en su Palabra una instrucción increíble para aplicarla: “El que evita la vara odia a su hijo, pero el que lo ama lo disciplina con diligencia”. (Pr 13.24). Nos suena duro, pero es la Palabra del Señor y no tenemos excusas.
Guiar a los hijos en el temor de Dios con la disciplina que demanda de nosotros, los padres, no es fácil y mucho menos cuando la mitad de nuestra vida– un poco más o un poco menos, como es mi caso -anduvimos a la deriva sin el conocimiento del padre por excelencia. No tenemos opción. Dios nos ha dado una tarea colosal y necesitamos su ayuda. No podemos transferirla y solos no podemos ejecutarla. Oremos a Él para que su vara nos infunda aliento y la que apliquemos a nuestros hijos nos haga mejores padres y a ellos mejores hijos y a padres e hijos mejores hombres y mujeres que amen al Señor en el celo de Dios.
Otro hermoso proverbio que debemos regalarle a nuestros hijos: “El mandamiento es una lámpara, la enseñanza es una luz y la disciplina es el camino a la vida” (Pr 6.23 NVI)
Dios te bendiga