Cuando dejamos de ser niños hemos acumulado una experiencia a lo largo del proceso de maduración de la personalidad que nos lleva a presuponer cosas antes de que estas sucedan. Es muy sencillo, ante una acción determinada hay una respuesta, la primera vez que esto ocurre es determinante de cómo van a ser las siguientes respuestas a situaciones diversas en nuestra vida.
Asimismo imitamos conductas aprendidas de nuestros padres terrenales; si la ira fue la respuesta que vimos en ellos a eventos vitales, crearemos los mismos mecanismos de respuesta, nada de lo que somos es casualidad, todo se fue formando a lo largo de la vida.
Cuando Jesús se refería a volver a ser como un niño, por supuesto que no se refería a un acto de magia en el cual nos encogiéramos, Nuestro Señor se refería a ir dejando todo el recelo con el cual llegamos a Él y comenzar a confiar de nuevo, lograr quitar de nuestra mente toda predisposición adquirida y permitir que esta sea desplazada por la inocencia del nuevo nacimiento, sin esto, realmente es muy difícil poder convivir con nuestros hermanos, tenemos tantas heridas del camino que si no nos sale una nueva piel, no podremos ni tocarnos unos a otros del dolor que produciría hacerlo.
Cristo nos da esa nueva piel, nos da la posibilidad de nacer de nuevo, ser un bebé en Él y comenzar a reaprender con un nuevo estilo a caminar por iguales caminos, pero de su mano, esa es la diferencia.
Aprende a comprender tu nuevo nacimiento, deja tu mente como un papel en blanco y comienza a escribir tu verdadera historia, tienes una nueva identidad, confía, Él nunca te va a abandonar.