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El Valor de las Lágrimas

El duelo me resulta fácil. El horno de mis muchas aflicciones, avivado por una dolorosa enfermedad ósea, cáncer en etapa 4, artritis avanzada, un dolor de cabeza perpetuo de 35 años de duración y múltiples lesiones lumbares, sin mencionar diversas penas relacionales y espirituales, ha llegado a un punto de alto calor. Mis huesos a veces se derriten, y mi espíritu se siente ardiendo dentro de mí.

Cuando has experimentado tanto duelo como yo, a veces te preguntas qué piensa el Señor al respecto. ¿Es mi duelo aceptable o he caído en una tristeza dudosa y un descontento autocompasivo? Creo que hay respuestas bíblicas a estas preguntas, ya que, en muchos sentidos, la Biblia es un registro de lágrimas: una larga y casi ininterrumpida secuencia de lamento y alegría.

Duelo legítimo
Escuchamos el sonido del lamento de Israel en Egipto, y leemos a los antiguos poetas hebreos desahogar sus muchas penas y suspiros. Más tarde, nos encontramos con algunos profetas que lloran, una iglesia primitiva familiarizada con el duelo y un pastor frecuentemente en lágrimas, todos los cuales dan testimonio de la validez del duelo en una vida de fe genuina (Éx 2:23-25; Jer 9:1; Hch 8:2; 20:19, 31, 36-38; Ro 8:18-23; 9:1-2; Fil 2:27; 3:18; Ap 6:9-10).

Nuestro Señor fue un «varón de dolores y experimentado en aflicción» (Is 53:3). Él es el Santo sin pecado que clamó con fuerte lamento: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», y que ofreció «oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas» en los días de Su vida terrenal (Mt 27:46; Heb 5:7).

Jesús nos mostró que cuando suceden cosas tristes, está bien sentirse triste, incluso si sabemos que al final todo acabará bien

Él es también Aquel que lloró por la muerte de Su querido amigo Lázaro (Jn 11:33-38), aun cuando sabía que lo iba a resucitar de entre los muertos. Antes de que Jesús arreglara la tragedia, Él eligió sentirla, lo cual es una buena palabra para quienes cuidan de otros hoy. Al elegir las lágrimas, Él mostró que cuando suceden cosas tristes, está bien sentirse triste, incluso si sabemos que al final todo acabará bien.

Espero que esto nos hable a todos. Relaciones rotas, heridas y divisiones en la iglesia, matrimonios destrozados, sueños frustrados, familias fracturadas, empleos perdidos, tumores malignos, seres queridos fallecidos, sueños no realizados, todas estas son penas reales y duelos válidos. Tenemos permiso para llorar. Si bien es maravilloso cuando la verdad nos consuela y ofrece esperanza, esa esperanza no significa que no debamos lamentar los aspectos rotos, maltratados y pesados de la vida. La vida duele. Necesitamos lágrimas, tanto para sanar nuestros corazones heridos como para reflejar las respuestas de nuestro Salvador.

Cuando el duelo se vuelve dañino
Pero la profundidad de mi duelo me hace preguntarme si el duelo puede volverse pecaminoso. Si es así, ¿cuándo? ¿Es posible llorar demasiado o con demasiada fuerza o por demasiado tiempo, de modo que deshonre a Dios? ¿Hay alguna vez un momento en que es pecaminoso estar triste? Esta es una pregunta urgente para mí, ya que anhelo honrar a mi Salvador en mis suspiros y cantos, y en mi vivir y morir. Necesito saber cuándo mi duelo ha llegado demasiado lejos.

El libro de Job deja claro que es posible sufrir duelo de manera correcta o pecaminosa. El duelo de Job al principio fue sin culpa. Rasgó su manto, afeitó su cabeza y se postró en un montón de ceniza. En todo este lamento, él «no pecó ni atribuyó a Dios despropósito alguno» (Job 1:20-22; ver 2:7-10). Pero más tarde, sí cruzó una línea, y Dios lo reprendió por ello.

Entonces, ¿dónde está esa línea? ¿Cuándo el duelo se convierte en pecado? Aquí hay cinco respuestas.

.El duelo se vuelve pecaminoso cuando es blasfemo
La blasfemia acusa a Dios de hacer el mal o de actuar injustamente. Al principio de Sus pruebas, Job no atribuyó a Dios despropósito alguno. Pero más tarde sí lo hizo. Cuando no lo hizo, fue elogiado (Job 1:22). Cuando lo hizo, fue reprendido (Job 40:6-9). Yo puedo preguntarle a Dios por qué ha hecho lo que ha hecho. Pero no puedo acusarlo de estar equivocado por hacerlo.

 El duelo se vuelve pecaminoso cuando es destructivo
Cuando mi duelo continuo e implacable socava e incluso arruina mi vida de fe y me impide enfrentar la vida de manera responsable, se ha vuelto pecaminoso. David lloró la muerte de su hijo, pero luego se levantó, se limpió de su duelo y reanudó la adoración y las responsabilidades de su vida (2 S 12:15-20).

Hay momentos para sufrir duelo, y hay momentos para enfrentar lo que sea que Dios haya planeado que hagamos, y para levantarnos y hacerlo

Hay momentos para sufrir duelo, y hay momentos para enfrentar lo que sea que Dios haya planeado que hagamos, y para levantarnos y hacerlo (Ec 3:1-11). John Piper expresa bien el duelo responsable: «De vez en cuando, llora profundamente por la vida que esperabas tener. Lamenta las pérdidas. Siente el dolor. Luego lávate la cara, confía en Dios y abraza la vida que Él te ha dado»

 El duelo se vuelve pecaminoso cuando es sin esperanza
No debemos sufrir duelo sin esperanza como lo hace el mundo (1 Ts 4:13), y aunque podamos estar perplejos por la vida, no debemos estar «desesperados» (2 Co 4:8). La desesperanza es esencialmente una negación de las promesas de Dios, y el duelo sin esperanza deshonra la obra y los triunfos de Cristo. Debo elegir la esperanza.

 El duelo se convierte en pecado cuando cae en la idolatría
Cuando nos negamos a ser consolados, a veces revelamos un amor mayor por las personas y posesiones de esta vida que por nuestro Salvador, lo que puede llevarnos a abandonarlo.

El libro de Hebreos trata sobre creyentes tentados a abandonar a Cristo debido a lo difícil que se había vuelto su vida de fe. Aquí es cuando el duelo necesita detenerse: cuando me hace pensar que necesito algo o alguien mejor que Jesús, y cuando me tienta a abandonarlo por otro. Haríamos bien en recordar el gemido del pueblo de Israel que quería volver atrás de seguir a Dios porque los puerros, las cebollas y el ajo les resultaban más atractivos que Él (Nm 11:1-6).

 El duelo se vuelve pecaminoso cuando es sin gozo
Pablo nos manda: «Regocíjense en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocíjense!» (Fil 4:4). Su ejemplo muestra que es posible tener un dolor profundo y un gozo genuino al mismo tiempo. El gozo no es opcional para el creyente. Es una decisión consciente de recordar y contemplar todas las abundantes bendiciones que tenemos en Cristo, y hallar contentamiento gozoso en Él, sin importar nuestras pérdidas y cruces (Hab 3:17-18; 2 Co 6:10; 12:8-10; Ef 1:3-11; Fil 4:11-13; Heb 13:5-6).

Mi intención no es cargar a los hijos de Dios que lloran con un peso aún mayor que soportar, una culpa para agravar su duelo. Ya tenemos suficientes penas por las cuales lamentarnos. No necesitamos añadir a ello la vergüenza.

Pero debemos recordar que Dios es nuestro Padre celestial, quien nunca se equivoca; siempre hace lo correcto, lo bueno y lo mejor. Acusarlo de hacer mal solo aumenta nuestro dolor, porque nos priva de la esperanza, el gozo, el contentamiento y la confianza que pueden hallarse en Él. Al final, Él es el único digno de nuestra total confianza, porque siempre hace lo correcto.

Fuente:
TIM SHOREY

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