Nos llaman el pueblo de la biblia. ¡Qué privilegio! Ser el pueblo de la biblia significa que admitimos soberanamente que ella es la palabra de Dios y tiene autoridad final sobre todas las cosas, es confiable, suficiente, que su mensaje es claro y no puede ser quebrantado.
(Juan 10:35) porque es indestructible y contiene palabra de vida eterna (Juan 6:68).
Las murallas ya estaban reedificadas, el pueblo se había establecido en sus casas y ciudades y Nehemías se había convertido en su líder político. El sacerdote Esdras era reconocido ya como el líder religioso y espiritual del pueblo, quien, como un solo hombre, lo llamaba ahora para que le leyera la Ley de Dios. La lectura de la palabra de Dios provocó el llanto y la consternación. Ellos reconocían que Dios en su palabra les estaba recordando sus faltas y la necesidad de arrepentirse. Los líderes del pueblo y los levitas interpretaban la ley para que entendiera y toda la congregación se humillaba ante Dios reconociendo sus rebeliones en arrepentimiento y solicitando su misericordia (Nehemías 8 1-9). Dios estaba interesado en la condición de los corazones de su pueblo, más que en cualquier otro asunto.
El drama no puede ser más actual. Necesitamos una y otra vez volver a las Escrituras para ser confrontados, escuchar desde el púlpito de Dios que su palabra contiene todo lo que necesitamos para confiar en Él y obedecerle desde nuestro corazón. Los líderes reclaman y oran por avivamientos, pero no puede haber renovación espiritual si no hay confesión de pecados y obediencia a su palabra. No necesitamos un clamor, sino una rendición total y absoluta a su voluntad, grabarnos la palabra y encarnarla en nuestra propia vida extendiendo su influencia a la familia: “Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. (Dt 6:6).
Necesitamos que el Señor infunda cada día su Espíritu en cada uno de sus hijos. El buen ánimo y el gozo vienen de nuestra comunión con Dios, de la confesión y el arrepentimiento de nuestros pecados, de la obediencia. ¿De qué nos vale tener una biblia y no buscar continuamente la orientación y la dirección del Señor para vivir vidas que nos edifiquen y le glorifiquen? Nehemías, al ver al pueblo triste y temeroso de la ira de Dios al escuchar su palabra- recordatorio de su desobediencia y rebeliones- les alentó: “No estén tristes, pues el gozo del Señor es nuestra fortaleza” (Neh 8.10).
El mundo llena sus anaqueles de manuales y folletines para intentar instruirnos en vivir una “buena vida”. Hay libros para todos y para todo. Algunos satisfacen nuestras expectativas intelectuales, pero ninguno puede convertirse en nuestra regla de fe y práctica. La palabra de Dios es un tesoro insondable, una fuente inagotable de verdades que necesitamos aprender y grabar en nuestros corazones para vivir el gozo del Señor. El arrepentimiento y la confesión del pecado mueven el corazón de Dios y nos imparte su perdón. Tal sentimiento de su gracia nos conduce a la alabanza y la gratitud por su misericordia y amor. En este mundo de ruinas y valores abandonados la palabra del Señor trae luz y esperanza. ¡Oremos juntos para ser hacedores de ella en el dulce nombre de Jesús!
¡Dios te bendiga!