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El valor de la alabanza y gratitud a Dios por las victorias

Necesitamos alabar a Dios. Está en nuestro ADN espiritual, no podemos evitarlo; la vida cristiana no tuviera sentido sin la alabanza y la adoración. Alabarlo en todo momento con acción de gracias.

Siempre que escucho el himno “Alaba a Dios” lloro como un niño, no lo puedo evitar, mi corazón se desgrana de gratitud por lo que Él ha hecho en mi vida. Sé que a ti te sucede igual cuando lo escuchas. Las experiencias espirituales más profundas las he vivido en la adoración. Ese nudo en la garganta y ese deseo de gritar ¡gracias Señor! no viene de emociones vacías sino de la acción del Espíritu.

Hace algunos años comencé a “reconstruir mis murallas”, quebradas y abundantes de brechas. Los vicios del mundo me consumían, la ceguera espiritual me atormentaba. Jamás hubiera podido iniciar un proceso de reedificación de mis muros en ruinas si el Señor, el Dios viviente, no me hubiera alcanzado. Hoy le dedico la muralla reconstruida de mi vida –todavía en proceso de solidificación – al Señor que me bañó con su gracia y misericordia. Intento hacerlo con alabanza y gratitud. Primero hay que reedificar lo que está en ruinas y sólo después de reconstruir y levantar lo que está caído, podremos dedicarlo – consagrarlo –al Señor con gratitud. ¡Dále gracias por tus victorias en su nombre! Son de Él, no tuyas.

Nehemías lo hizo de esa manera. Los murallas de Jerusalén estaban restauradas, pero el corazón del pueblo necesitaba primero humillarse y volverse a Dios. Sólo entonces la adoración es olor fragante al Señor. El salmista lo decía de manera clara. “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. (Sal 51.17). El gozo del Señor viene la gratitud y nuestra alabanza al reconocer, con espíritu quebrantado, todo lo que Él ha hecho por nosotros, por nuestras familias, por su provisión, por su bondad y gracia. El Salmo 103 también nos inspira en este sentido: “Alaba, alma mía, al Señor; alabe todo mi ser su santo nombre. Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios”. (Sal 103.1-2). El culto de adoración que convocó Nehemías (Nehemías 12) fue una fiesta de júbilo por las grandes cosas que Dios les había permitido hacer. Ahora sí estaban listos espiritualmente para dedicar las murallas reconstruidas de Jerusalén al Dios hacedor, con alabanza y acción de gracias. Fueron dos actos de adoración: los cánticos y las ofrendas.

Amados hermanas y hermanos, examinemos minuciosamente nuestras murallas y nuestra vida espiritual ¿Tienen brechas y agujeros que no puedes cerrar? Confía en Dios, humíllate ante su presencia. Alábale y dale gracias por su fidelidad y amor. Reedifícalas en el Nombre que es sobre todo nombre, Cristo, la roca firme e inquebrantable y… dedícaselas como hizo Nehemías, conságralas para la obra preciosa del Reino. El mundo ruinoso, ensombrecido por la maldad y el pecado, alaba a hombres en quienes apuesta y asienta sus esperanzas. Cristo es nuestra victorias. Hay demasiadas razones para alabarle, para celebrar su obra redentora en el corazón y la mente de cada uno de nosotros. “…Vivo yo, dice el Señor, que ante Mi se doblara toda rodilla, y toda lengua alabará a Dios.” (Ro 14.11).

¡Dios te bendiga!

Lectura sugerida: Nehemías 12.Vers 27, 30 y 43.

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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