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El valor de depender de Dios para toda buena obra

La Palabra de Dios dice que hemos sido creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras (Ef 2.10). Esta declaración es en gran medida una buena razón para rendirnos a Cristo. El creyente debe armarse un proyecto de vida que armonice con los anhelos y sueños de Dios. Sus planes son nuestros planes, su obra nuestro compromiso. Confiar en Dios es descansar en su fidelidad con la certeza de que Él tiene las mejores opciones y las soluciones óptimas para nuestros planes.

¿Encomendamos a Dios nuestros proyectos? ¿Los bañamos primero de oración hasta hallar gracia delante de Él? Eso hizo Nehemías antes de lanzarse a la aventura de reconstruir los muros de Jerusalén a 1500 kilómetros de distancia de Persia, donde servía de copero del Rey. Él no oró por las murallas caídas, sino por la condición espiritual de los hermanos desterrados que en Judá sufrían calamidades y vivían aún en constante humillación, lloró por la desobediencia propia y la de su pueblo al no cumplir los preceptos de Dios. Su clamor era un grito desesperado a volverse a Dios y reanudar una relación de bendición con el Padre de la nación. Nehemías, sobre todas las cosas, dependió de la autoridad divina para promover aquella noble y comprometida empresa. “El rey accedió a mi petición, porque Dios estaba actuando a mi favor” (Neh 2.8).

Cuando Dios se propone llevar adelante una obra no escatima en recursos y estrategias. Mucho más cuando se trata de la rehabilitación espiritual de sus hijos. Cuando Ud. quiera experimentar la presencia y la mediación de Dios en alguno de sus planes, entrégueselos a Él, y esté seguro que el propósito de llevarlos adelante y consumarlos sea para glorificarle.

Personalmente he visto proyectos cristianos aparentemente lógicos y económicamente sostenibles, con objetivos y enfoques supuestamente piadosos, pero al final han devenido frágiles y quebradizos espiritualmente. La respuesta a esos fracasos no ha estado en su concepción, sino en su dedicación. Debemos aprender a orar y esperar para que Dios haga su obra primero en nuestros corazones. Dios no bendice lo que Él no inicia. Tenemos que depender de Él para hacer su obra.

Cuando Dios escoge a hombres piadosos y consagrados para llevar adelante su obra, por el camino encontrará oposición. David vivió muchos años enfrentando una gran oposición: “Muchos son, Señor, mis enemigos; muchos son los que se me oponen” (Sal 3.1). Pablo sufrió en carne propia los embates de una cruda oposición entre su gente y los gentiles. Jesús encontró oposición entre su pueblo. “…Hemos descubierto a este hombre agitando a nuestra nación. Se opone al pago de impuestos al emperador y afirma que él es el Cristo, un rey”. (Lucas 23.2). Todos ellos dependieron del Señor y clamaron en oración por la guía y dirección del Padre. Su dependencia de Dios resultó en victoria.

El mundo en el que vivimos y predicamos está en ruina espiritual. Sus valores reniegan y detestan los valores del Reino. La buena noticia es que el Evangelio puede reedificar y reformar los muros que hemos dejado caer por la indulgencia; por tomar atajos en la vida que se apartan de la voluntad de Dios. Cuando sabemos que estamos en el centro de su voluntad y dependemos totalmente de Él, infundimos confianza y entusiasmo al participar en su obra. “¡Vamos, anímense! ¡Reconstruyamos la muralla de Jerusalén para que ya nadie se burle de nosotros! Entonces les conté cómo la bondadosa mano de Dios había estado conmigo… Al oír esto, exclamaron: ¡Manos a la obra! Y unieron la acción a la palabra”. (Neh 2.17-18).

Mi oración es que el valor de depender de Dios en todo lo que hagamos se convierta en baluarte para vivir una vida en Cristo que glorifique al Señor y nos anime a ser fieles en lo mucho y en lo poco.

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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