Fui a buscar a mi nieta al ‘Circulo Infantil’ (guardería). Al regreso yo la seguía y mis ojos estaban sobre ella, siempre dispuesta a atajar algún peligro. Al rato se puso un poco llorona y no quiso caminar más, pero la exhorté a que lo hiciera y finalmente llegamos a la casa.
Pensé en Dios, siento que Él hace lo mismo, su mirada siempre está sobre nosotros y tiene toda su atención concentrada en protegernos de los peligros que acechan en este mundo, que no nos dañarían si no tuviéramos esa tendencia a ponernos en situaciones extremas y si obedeciéramos al pie de la letra a quien nos guía, pero no, nos gusta jugar a ser independientes y es en ese retar al Padre que tropezamos y nos magullamos mucho más que las rodillas.
Juan 5.19 dice: “…No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre…” La palabra nos advierte, si le imitáramos no tendríamos tropiezos y su mano segura nos guiaría a través de los escabrosos senderos que tenemos que atravesar para llegar a su presencia.
Las magulladuras del alma son peores que las de la piel y solo Él puede sanarlas.
Busca su luz, déjate guiar, que tu necedad no te lleve al precipicio espiritual, sigue la senda segura y protegida que lleva al camino de la vida eterna. En oración, permítete escuchar su voz exhortándote a proseguir “…a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” Filipenses 3.14