El poder de la resurrección está en el cambio de naturaleza. Buscaban a Jesús en la tumba, pero quien se levantó fue Cristo, una nueva naturaleza, vestido de nuevas ropas. Al sacar a Lázaro de los muertos, Jesús dijo: Desatadle; estaba cubierto con las vendas con las que lo habían sepultado. Esto nos habla de cómo tenemos que tratar a los que están siendo levantados de los muertos; predicamos la palabra del Señor, Él los llama, y tenemos que desatarlos. Pero una cosa es que te quiten las vendas; otra, que tú resucites. Cuando tú resucitas, por ti solo dejas la ropa. A Cristo, nadie le quitó nada; y, cuando tú vas la iglesia, te ayudan a quitarte algunas vendas, pero hay cosas que solo el poder de resurrección puede quitar de tu vida; hay un vicio, una atadura, una depresión, una tristeza, un dolor que solo a través de una experiencia con el Cristo resucitado, tú la puedes dejar.
Deja tu vieja ropa y, cuando la gente te venga a buscar, ya no vas a estar vestido de depresión, de tristeza, de amargura; vas a tener una sonrisa, te van a ver libre, caminando con confianza, con seguridad; verán una persona totalmente restaurada. Lo que hace falta es el poder de resurrección que te haga dejar la vieja vida. Todo aquello que tú has querido quitarte, de lo que tú has querido zafarte, que no te deja vivir la vida que Dios tiene para ti, declaramos que el poder del Espíritu Santo obra en ti, y te saca a una nueva vida. Créelo.
¿Quién vistió a Cristo? La nueva ropa se la dio el Padre celestial; de la misma manera que hay una libertad que solo Él te puede dar. Es Cristo quien desata la vida, el propósito de Dios en ti. Cristo se levanta en ti con seguridad porque ha estado en las partes más oscuras de esta tierra y, de allí, Dios lo levantó. La resurrección no es el poder para mejorar una vida, sino para transformarla. Tú has estado entregando venda por venda, pero tiene que llegar un momento en que entregues las ropas, y digas: Déjame ver qué puede hacer Dios con esto. Deja que se levante el Cristo que está en ti para que tu vida sea transformada. Ese es el poder de la resurrección, el poder que ocurre en el tercer día.
El número de la resurrección, en la Biblia, es el tres; día donde las cosas comienzan a ser transformadas. En Juan 2, se nos narra el primer milagro de Jesús; el texto comienza diciendo: Al tercer día se hicieron unas bodas… En aquel tiempo, una boda duraba siete días; y a mitad de la semana, María le dijo a Jesús que se acabó el vino. Jesús dijo que no había llegado su hora, pero María no hizo caso, y dijo a los que servían: Hagan lo que él diga. En un tercer día, obliga a Jesús a comenzar su ministerio. Y dice la Biblia que, después de aquel milagro, sus discípulos creyeron en él. Así que, María fue usada para que, en aquel momento, Jesús entrara en el tercer día en su ministerio.
Jesús mandó llenar de agua las tinajas, y al probar el maestresala, no solo encontró vino, sino el mejor vino; y dijo al esposo: Todos sirven el mejor vino al principio, pero tú has dejado el mejor para el final. Este milagro ocurre al tercer día. Jesús fue invitado a esta fiesta, un tercer día; y en ese momento es que ocurre ese milagro. Un día de resurrección, un tercer día, es donde se cambia lo ordinario en extraordinario.
Lo más grande de Jesús era el Cristo que había en él. Jesús padeció igual que nosotros; le dio coraje, dolor, sentimientos; experimentó lo más ordinario de nosotros. Pero un tercer día, al igual que en aquella fiesta, un poco de agua ordinaria se convirtió en el mejor vino.
Solo tu fe en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo es lo que convierte tu vida, de una ordinaria, en una extraordinaria. Tú no fuiste hecho para vivir en el nivel que estás viviendo, de la manera en que estás viviendo hoy; tu mente es demasiado valiosa para estar involucrada en las ideas que estás teniendo; tu cuerpo es demasiado valioso para tú estar haciendo con él lo que estás haciendo. Tú sabes que fuiste creado para algo más grande, y deseas alcanzarlo, pero no es por tus fuerzas que lo vas a alcanzar, sino por el poder transformador de Dios, que convierte una vida ordinaria, en una extraordinaria.
Tus mejores años no han pasado; la mejor parte está por venir. Quizás estás como en esta boda; a mitad de la semana, y parece que vas a quedar en vergüenza. Comenzaste a hacer algo y, a mitad, las cosas no están funcionando. La gente te mira, pero si Cristo está en la casa, en el tercer día lo ordinario se convierte en algo extraordinario.
Jesús, que era – naturalmente hablando – ordinario, se convirtió en algo extraordinario. Ese Cristo extraordinario aparecía en diferentes lugares, atravesaba paredes; en cuarenta días, logró lo que Jesús no había completado. No se trata de menospreciar la persona de Jesús, sino de que entiendas que Jesús lo que vino fue a manifestar a Cristo; porque lo más grande de tu vida no es quien tú eres, sino el Cristo que está dentro de ti.
Si tú necesitas que Dios cambie tus ropas, oramos por ti; ropas de depresión, de frustración; oramos que sea Cristo quien te resucite, y que hoy esas ropas viejas queden en la tumba. Oramos por un milagro de aceleración en tu vida, donde lo ordinario se convierta en extraordinario. Oramos porque aquello que se suponía tomara mucho tiempo, ocurra en menos tiempo. Si aquel vino era el mejor, lo grande que Dios hizo fue quitar el factor tiempo de lo mejor; porque, para que un vino sea el mejor, tiene que pasar mucho tiempo, pero en un instante, al tercer día, lo ordinario se convierte en lo mejor. Creemos contigo por la manifestación del poder de la resurrección en tu vida y la de los tuyos.