Mucha gente sufre porque prefieren hacer las cosas por su propia cuenta. Confían demasiado en sí mismos y en sus propias fuerzas. Buscan a Dios como último recurso. No se llevan de consejo, y no buscan sabiduría de parte de El. Se empecinan en hacer las cosas a su manera, empleando sus propios recursos inadecuados.
El escritor de Proverbios nos da una sana advertencia: «Fíate de Jehová de todo tu corazón , y no te apoyes en tu propia prudencia» (Proverbios 3:5). El principio de la sabiduría siempre estribará en un sobrio reconocimiento de nuestras inmensas limitaciones, nuestra fragilidad esencial, a la misma vez que nos sobrecoge el sentido de la ilimitada sabiduría, el infinito poder, del Dios al cual servimos y en quien nos movemos y somos. Por eso la Biblia también dice repetidamente: «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (Salmos 1:7).
De hecho, no sólo el temor de Jehová, sino el temor mismo, puede ser un buen punto de partida para acometer una crisis o una tragedia. David lo pone de esta manera: «En el día que temo, yo en ti confío» (Salmos 56:3). En el caso de este rey y guerrero, el temor de sus enemigos sirve como una plataforma para declarar su confianza en el Señor. El reconocimiento de su debilidad lo impulsa a poner su esperanza en Dios, que es su escudo y su defensa.
La Biblia nos habla de otro gran rey que experimentó gran temor cuando supo de un poderoso ejército que se acercaba irresistiblemente a Judá para invadirlo y destruirlo (2 Crónicas 20). En este caso, el mismo carácter desesperado de la situación obligó al rey Josafat a ir directamente al trono de Dios para pedir ayuda y recibir sabiduría. El versículo 3 de este capítulo nos informa: “Entonces él tuvo temor; y Josafat humilló su rostro para consultar a Jehová”. Josafat no se quedó petrificado en la postura del terror. De allí saltó a los brazos de su poderoso Dios y clamó con todo su corazón junto a su pueblo.
¡No tengas temor de reconocer que tienes temor! En nuestro país tenemos un dicho: “Mejor que digan, ‘Aquí corrió’, que, ‘Aquí murió’”. El sabio Salomón lo dice de una manera aún más gráfica: “Porque mejor es perro vivo que león muerto” (Ecl 9: 4). Muchas veces, resulta mucho mejor reconocer que tienes miedo, y que no sabes qué hacer, en vez de aparentar una suficiencia que en realidad no posees.
Mejor es buscar ayuda de parte de Dios o de otros, que insistir en sacar agua de tu propio pozo seco con recursos ilusorios. Usa tu debilidad y tu temor para aferrarte más firmemente a tu Dios. En el día del temor, determina más que nunca poner tu fe en el Dios que nunca te dejará. Entonces podrás decir con David: «Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; porque en ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos» (Salmos 57:1).