Su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra. Lucas 22:44
La agonía mental resultante de la lucha de nuestro Señor contra la tentación en Getsemaní lo empujó a una experiencia emocional extrema e indecible, haciendo que sus poros exudaran grandes «gotas de sangre que caían a tierra».
Esto demuestra el tremendo peso del pecado que fue capaz de agobiar al Salvador al punto de sudar «gotas de sangre».
Además, nos demuestra el tremendo poder de su amor. Isaac Ambrose (autor puritano, 1602-1674) hizo la interesante observación de que la savia que brota naturalmente del alcanfor, sin hacerle ningún corte, es la mejor.
Jesús, el más precioso árbol de «alcanfor», exudó finas especias de las heridas que le produjeron los punzantes látigos y los agudos clavos de la cruz. Sin embargo, derramó la especia más preciada en el jardín, sin látigos, clavos ni heridas.
Esto demuestra que su sufrimiento fue voluntario, dado que su sangre fluyó libremente en Getsemaní sin que la lanza lo perforara. No se precisó que un médico le sacara sangre ni que alguien lacerara a Cristo con un cuchillo, dado que en el huerto la sangre fluyó de manera espontánea.
No hubo necesidad de que las autoridades reclamaran: «Que brote» (Números 21:17), porque fluyó por sí sola en un torrente carmesí.
Cuando alguien sufre un gran dolor y angustia mental, al parecer su sangre fluye hacia el corazón.
El rostro se torna pálido y, si la angustia es extrema, la persona siente que se desvanece porque la sangre va adentro a nutrir el ser interior de la persona en su dura prueba.
Sin embargo, observa a nuestro Salvador en su agonía extrema, él estaba completamente ajeno a su propia condición. En vez de que su sangre fuera bombeada hacia su corazón para alimentarlo en su angustia, se dirigió hacia afuera, hacia el mundo, para satisfacer la necesidad de humedad que tenía la tierra.
La agonía de Cristo, que lo hizo derramar su sangre al suelo, es una imagen que nos refleja a la perfección la plenitud de la ofrenda que él hizo por la humanidad.
¿Somos capaces de realmente percibir cuán intensa debió de haber sido su lucha en el jardín? ¿Prestaremos atención a su voz cuando nos diga: «la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre» (Hebreos 12:4)?
Contempla a Jesús, el gran apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión de fe. Luego, dispónte a sudar sangre en vez de ceder ante el gran tentador de nuestra alma.