Dios obra por senderos misteriosos y esto lo pude comprobar personalmente al ver que la infinita sabiduría del Creador se expresa abiertamente en todas las manifestaciones de la vida.
Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, es capaz de sorprendernos con el suspiro más leve de la brisa, que nos hace sentir frío el día más caluroso o el aliento de vida que nos da firmeza ante cualquier tipo de adversidad o contratiempo.
Traigo a colación estas palabras inspiradas por Dios, debido a que el pasado día 24 de julio me llevé una de esas agradables sorpresas que el Señor reserva para sus hijos predilectos.
Es inexplicable que un error en la invitación para la ceremonia de graduación de la Universidad Nacional Evangélica (UNEV) indicara que la misma se celebraría una hora más tarde que como se había programado en el protocolo.
Pero, como consecuencia de ese pequeño desliz, llegamos algo tarde a nuestra cita con los nuevos profesionales de la UNEV, siendo la primera vez que esto nos ocurre en los seis años que se celebra una graduación y, en honor a la verdad, la situación se tornó algo molesta e incómoda, porque estamos acostumbrados a la puntualidad y llegar con bastante tiempo de antelación, porque esa era la única manera de poder ubicarse en un lugar apropiado para tomar las fotografías, entrevistar a los invitados, observar con detenimiento todo el proceso. desde su inicio hasta su culminación, etc.
Había tanta gente en aquel salón que a duras penas encontramos dos asientos desde los cuales podríamos ser parte, muy distante, de los acontecimientos propios de aquella hermosa ceremonia de graduación.
Estoy hablando de los dos asientos, en la última fila de un salón repleto con los 864 graduandos, incluyendo sus familiares y amigos, directivos de la universidad y otros colegas de la prensa. Me sentí un poco descorazonada, pero, había que cumplir con aquella misión.
Sumida estaba yo en mis asuntos, tratando de tomar notas de los discursos, cuando una señora se acercó y me preguntó si estaba ocupado el asiento en el cual mi hijo había colocado sus equipos.
Tras esa pregunta, sin pensar ni titubear le dije que sí. Fue una de esas preguntas que no esperas y una respuesta espontánea que no refleja ningún tipo de intención, y sin mayor dilación, seguí ocupada en los asuntos propios de mi ocupación.
Durante la ceremonia, el rector Salustiano Mojica, en su discurso, exhortaba a los graduandos a cumplir el reto de ser las mujeres y los hombres nuevos que nuestra sociedad demanda y requiere, señalando que aquella graduación era muy especial, pues sería su última como rector de la UNEV; la Ministra de Educación Superior, Ligia Amada Melo, también agotó su turno, dirigiendo sus sabias palabras a los nuevos profesionales.
La concentración en mi trabajo fue interrumpida por una voz femenina que decía sentir en su corazón que entre tanta gente había muchos corazones vacíos, que en medio de toda aquella algarabía, y según ella, hacía mucha falta que la gente se volviera a Dios, y que buscara de su presencia.
Observé detenidamente a la señora, quien también había posado en mí su mirada, y le pregunté si en verdad ella así lo pensaba, respondiendo con seguridad que sí, manifestando que daría lo que fuera, en ese instante, por escuchar a alguien que le hablara de Dios, porque sentía que eso era lo que necesitaba su corazón, el amor de Dios.
Al respecto, reflexioné un instante en aquellas palabras, provenientes de la misma señora, que minutos antes me había preguntado si el asiento a mi lado estaba ocupado. Estuve de acuerdo en lo veraz de su comentario, hoy en día la gente necesita buscar más que nunca de la presencia de Dios, no andar con tantos afanes por las tribulaciones de este mundo, y poner todo en manos del Creador… hice una rápida retrospectiva de lo sucedido aquella mañana.
Recuerdo, que por culpa de un error de hora en la invitación y por causa del embotellamiento del tránsito matutino, no pude llegar a tiempo para ocupar un lugar cómodo desde el cual trabajar. Y luego comprobar que el salón Sans Soucí, donde se celebró la graduación, estaba súper lleno y que me habían tocado los asientos de la última fila… Me detuve a pensar que el Señor tiene siempre todo bajo control, y aquella ocasión no era la excepción.
Olvidé todo lo que minutos antes consideré tan importante y empecé a predicar la palabra de Dios a mi interlocutora. El tiempo pasaba sin que me diera cuenta, no sentía el calor propio de las multitudes ni la perturbación que ocasiona el bullicio de tanta gente en un lugar cerrado, allí estábamos solos nosotros tres: mi nueva amiga, el Señor y yo. Oramos tomadas de las manos y la presencia del Altísimo fue un bálsamo reconfortante para las dos.
Sus familiares: esposo, dos hijas que le acompañaban, sus nietos y algunos amigos, se habían acercado a escuchar las buenas nuevas. Luego conversamos sobre las razones de que estuviéramos allí. Le dije que yo soy una sierva del Señor, que laboro para él en un medio de comunicación cristiano llamado “Tabernáculo Prensa de Dios”, a lo cual ella reaccionó con alegría y emoción, pues le encantaba poder compartir con alguien que laboraba a tiempo completo para la obra del Señor
Al compartir regocijada con su esposo aquel descubrimiento, sentí una mezcla de emociones al escucharla hablar de lo especial que para ella era estar ante una sierva de Cristo, pero, al mismo tiempo mencionó, sin dejar de sonreír, que ella me había solicitado el asiento a mi lado y yo se lo había negado.
Mi primer intento fue explicar la situación del momento, pero luego entendí que no tendría razón, que por encima de todas las cosas, los verdaderos cristianos debemos tener siempre presente que le servimos a Dios, que debemos amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos, y sobre todo, dar por gracia lo que por gracia recibimos, el amor de Cristo que vive en nuestros corazones.
Tanto aquella señora como sus hijas y acompañantes, hicieron la oración de fe y aceptaron a Cristo y el inmenso regalo de la salvación, como fruto de la predicación que el Altísimo puso en mi corazón.
En aquella afable señora, convertida en una nueva criatura, para la gloria del Señor, encontré una nueva amiga. Una nueva hermana en Cristo a quien el Señor había utilizado para permitirme cumplir la misión más importante de nosotros los cristianos, predicar el evangelio.
Además, recibí tamaña sorpresa que nos llevamos al descubrir otro detalle: mi nueva amiga, Margarita Mariano, volvió a reaccionar con inusitada alegría al enterarse que compartíamos el mismo nombre, y dijo que éramos dos Margaritas, dos flores bonitas, y sus comentarios permitían que en mi rostro no se borrara una sonrisa. Minutos más tarde llegó la hija menor, quien también se llamaba Margarita.
Margarita Rosario era la razón por la cual su madre había viajado desde Cotuí esa mañana, para presenciar el otorgamiento del título de licenciada en contabilidad a su hija amada.
Entonces éramos tres las Margaritas, tres flores bonitas que el Señor había reunido para que compartiéramos la inmensa gracia de su amor. Le dije que publicaría nuestra foto en el Tabernáculo Prensa de Dios, y ella volvió a sonreír de la forma inocente que lo hacen los corazones dulces y nobles. Me invitó a Cotuí, y su esposo Pedro también respaldó aquella invitación.
Poco faltó para que desde allí mismo saliera con mis nuevos amigos hacia la provincia Sánchez Ramírez. Le dije a Margarita que pronto iría a visitarla si el Señor lo permite, y que espero en Dios que pueda cumplir esa palabra en una fecha cercana.
Mientras llega ese día, tendré siempre en mi mente el bello recuerdo y la enseñanza que el Señor me regaló aquel día en que conocí a la familia cotuicense que vino a Santo Domingo para una ocasión tan especial… para que pudiera cumplirse la misión de predicar el evangelio de Dios en esa mañana.
Ese tiempo, de repente, se tornó en una mañana muy bonita, donde se graduaron muchos estudiantes, pero, para la gloria de Dios, aquella era la aceptación de Cristo por parte de una familia que había viajado para asistir a una graduación, sin saber que el Todopoderoso les había reservado el regalo de la vida eterna por medio de la salvación.
Para mí, aquella experiencia será inolvidable, me hizo dar gracias a Dios por permitirme ser un instrumento que sus manos utiliza para brindar su amor. ¡Gracias Padre Celestial por tan hermosa bendición!