Hoy en día, palabras como servir, sirviendo y sirviente a menudo están cargadas de matices negativos, porque describen algo difícil e indeseable en comparación con estar a cargo de otras personas y tener a otros que nos sirvan. Pero la vida cotidiana implica servir en todo tipo de formas que son tan comunes que es fácil para nosotros darlas por sentado y apenas darnos cuenta de su existencia. Por ejemplo, tenemos las industrias de servicios y los sectores de la economía, así como otras organizaciones de servicios que brindan ayuda y protección en momentos de necesidad. De diversas maneras, todos estamos llamados a servirnos unos a otros, porque es imposible que alguien viva aislado de los demás. Esta realidad plantea preguntas importantes: ¿De dónde surgió la idea de servir? ¿Es simplemente una necesidad pragmática o apunta a algo más profundo?
Las raíces bíblicas del servicio
La teología cristiana postula que una comprensión adecuada del servicio nos lleva a los primeros capítulos de la Biblia y a la creación especial de Dios, los seres humanos hechos a Su imagen. Este relato divinamente inspirado establece el punto de partida para entendernos a nosotros mismos, porque aclara la relación entre la humanidad y nuestro Creador. Génesis 1-2 explica que Dios, el Creador, hizo todas las cosas de la nada por la agencia y el poder de Su Palabra y que Él, como soberano del universo, lo hizo para Su honor y gloria. Esto significa que, en el nivel más básico, todo lo que Dios creó fue hecho para servirle. La creación no existe de manera independiente de Dios, sino que depende continuamente de Él para su existencia y sustento. Dios no necesita de la creación, la creación lo necesita a Él y al cumplir su propósito da testimonio de Su existencia, sabiduría y gloria.
Lo que es cierto de la creación en general es aún más cierto de los seres humanos. Nuestra creación especial a imagen de Dios significa que fuimos creados para servirle de una manera que va más allá de cualquier otra cosa que Él haya hecho. Nuestro servicio singular está indicado por la bendición que Dios pronunció sobre la humanidad, y Su mandato de ser fecundos y multiplicarse y llenar la tierra y sojuzgadla y tened dominio sobre los peces del mar y sobre las aves de los cielos y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra (Gn 1:28). La reflexión teológica posterior sobre este mandato de la creación revela que los humanos debían servir a Dios como profetas que interpretaban el mundo que Él hizo, como sacerdotes que trabajaban ante Él y le presentaban las obras de sus manos y como reyes que ejercían Su autoridad delegada para extender los límites de la tierra de Edén hasta los confines de la tierra. Esta exposición de nuestra responsabilidad humana original se basa en la astuta observación de que «la verdadera naturaleza de la imagen de Dios debe derivarse de lo que dice la Escritura sobre su renovación por medio de Cristo» (cp. Juan Calvino, The Knowledge of God the Creator [El conocimiento de Dios el Creador], vol. 1 de The Institutes of the Christian Religion [Instituciones de la religión cristiana] ed. John T. McNeill, trad. Ford Lewis Battles [Philadelphia: The Westminster Press, 1960] p. 189).
Así, al principio, a los humanos se les dio una posición exaltada en la tierra. Se les confió autoridad y dignidad y se les colocó en un hermoso jardín donde era su privilegio y deleite servir a Dios. Si bien su trabajo representaba un desafío, no era odioso, sino que les traía satisfacción y gozo porque estaban haciendo aquello para lo que Dios los creó. Servir a Dios y su implicación necesaria, servirnos unos a otros, es básico para nuestra imagen y nuestra humanidad. Aunque esto es tan cierto hoy como al principio, sucedió algo que hace que nuestro servicio sea doloroso, desalentador y frustrante.
Servicio comprometido y complicado
Génesis 3 relata la rebelión y la caída moral de nuestros primeros padres, la cual tuvo lugar cuando sustituyeron la palabra de la serpiente por la Palabra de su amoroso Creador. Aunque Dios en Su gracia les perdonó la vida, de modo que no murieran de inmediato, la contaminación de la raza de Adán significó que no pudieran servir a Dios como debían, aunque su responsabilidad de servirle permanecía. En lugar de servir a Dios de todo corazón, fueron esclavizados por el poder oscuro del pecado que contaminó e hizo inaceptable su servicio. Ahora se irritaba bajo Su autoridad y se negaban a aceptar su estatus y obligaciones de criaturas. Como escribe el apóstol Pablo a los romanos, los seres humanos «cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a las criaturas antes que al Creador, que es bendito por los siglos. Amén» (Ro 1:25). Como resultado, todo está distorsionado, y por el poder de nuestro pecado y el justo juicio de Dios pronunciado en Génesis 3:14-24, no podemos servir a Dios como debemos.
Servicio redimido
Si este fuera el final de la historia, nuestra situación sería desamparada y sin esperanza, pero por la misericordia de Dios esto es solo el comienzo. En las Escrituras hay muchas maneras de explicar la intervención salvadora de Dios que resulta en la creación de Su pueblo celoso de hacer el bien. Una forma es ver a Dios viniendo a rescatar a aquellos a quienes eligió salvar de la caída caída de Adán al convertirse él mismo en un Siervo. Calvino y otros después de él hablan de la venida de Jesucristo al mundo como nuestro Profeta, Sacerdote y Rey para traer de vuelta al servicio de Dios a aquellos que confían en Él (Juan Calvino, Knowledge of God the Redeemer [Conocimiento del Dios redentor], vol. 1 de The Institutes of the Christian Religion [Institución de la religión cristiana], ed. John T. McNeill, trad. Lewis Ford Battles [Philadelphia: The Westminster Press, 1960], pp. 494-503). Este acto multifacético de amor, gracia y condescendencia, que involucró la acción del Dios trino, fue algo que los pecadores caídos no merecían. Sin embargo, Dios en Su gran misericordia, vino en forma de siervo para liberarnos del pecado y de la muerte para que podamos vivir delante de Él y amarlo, adorarlo y servirle ahora y para siempre.
Quizás lo más asombroso de que Dios actúe de esta manera es que revela algo profundo sobre Él mismo: por más grande que sea, su grandeza no entra en conflicto con el servicio a aquellos en quienes puso Su amor. Para decirlo de manera directa: cuando Dios ordena que sirvamos, no nos está pidiendo que hagamos algo que Él mismo no está preparado y dispuesto a hacer. Al decir esto, debemos tener claro que Él sirve como el Dios soberano y autosuficiente que no necesita nada fuera de sí mismo y no como una criatura hecha para el Creador. Pero permanece el hecho de que, habiendo elegido libremente rescatarnos por medio de Su Hijo, Dios nos sirve de una manera que cambia nuestras vidas y que se convierte en el modelo para nuestro servicio en esta vida y en la venidera.
Preparando el camino en el Antiguo Testamento
Podemos rastrear el tema del servicio de Dios en el rescate de Su pueblo al leer cómo llamó para Sí mismo a una serie de servidores por medio de quienes dio a conocer Sus propósitos salvíficos. Es notable cuántas veces se encuentran en las Escrituras palabras como servir, sirviente y conceptos relacionados. Por ejemplo, aunque el término siervo no se encuentra con referencia a Abel, Set y Noé, no obstante, sirvieron al Señor después de la devastadora caída de la humanidad en el pecado. Por fe, Abel trajo a Dios un mejor sacrificio que Caín (Heb 11:4 cp. Gn 4:4) y en los días de Set, los hombres comenzaron a invocar el nombre del Señor (Gn 4:26). Noé halló gracia ante los ojos del Señor y por la gracia de Dios era un hombre justo que andaba fielmente con Dios. Noé obedeció a Dios cuando fue llamado a construir un arca para salvarse a sí mismo y a su familia (Gn 6-9).
Después de rescatar a Noé y su familia y restablecer Su pacto con él, y después de otro acto de rebelión humana en la torre de Babel, Dios continuó persiguiendo Sus propósitos salvadores al llamar a Abram para que lo siguiera (Gn 12:1). Abraham, como se le conoció más tarde, es llamado de manera específica siervo del Señor en el Salmo 105:42, y sirvió fielmente al Señor, quien hizo un pacto con él que prometía bendiciones para Abraham y, en él, para todas las familias de la tierra (Gn 12: 2-3). Moisés, quien fue usado por el Señor para liberar a los hijos de Abraham, Isaac y Jacob de la esclavitud en Egipto, también es llamado «mi siervo» y está registrado que fue fiel en toda la casa del Señor (Nm 12:7 cp. Dt 34:5). Incluso a Israel, como la nación que Dios redimió de Egipto, se le llama el «siervo del Señor» (Sal 136:22; Lc 1:54), aunque a menudo es rebelde y desobediente. Y luego estaba el rey David, a quien el Señor llamó «mi siervo David» en relación con Su promesa de establecer su reino para siempre (2 S 7:8-17).
Pero a pesar de lo importantes que fueron estos siervos en el desarrollo de la historia de la redención, el Antiguo Testamento revela que no fueron suficientes. Aunque grandes en muchos sentidos, también eran hombres débiles y pecadores que no podían servir a Dios de tal manera que pudieran hacer que el pueblo de Dios volviera a tener una relación santa con Él. A lo largo de la historia de los tratos de Dios con estos siervos muy humanos estaba la necesidad cada vez más evidente de que Él interviniera y enviará al mundo al Siervo Supremo que finalmente arreglaría las cosas.
El Siervo del Señor
La intención de Dios de hacer precisamente eso que se prefigura en las vidas de Sus siervos como Abraham, Moisés, David y otros, se habla de manera más clara en la profecía de Isaías con sus cuatro magníficos cánticos del siervo: Isaías 42:1-9; 49:1-6; 50:4-7; y 52:13 – 53:12. En conjunto, estos cánticos conmovedores y poderosos profetizan sobre el Mesías, el verdadero y fiel Siervo del Señor, que hará de manera perfecta la voluntad del Señor y hará expiación por los pecados de Su pueblo. Lleno del Espíritu de Dios, ganará la victoria sobre el pecado y la muerte y traerá sanidad por medio de Su sufrimiento vicario y vida más allá de la tumba. Él establecerá la justicia, reunirá a Su pueblo entre las naciones y la voluntad del Señor prosperará en Su mano.
Las Escrituras del Nuevo Testamento presentan claramente a Jesús como el cumplimiento de estos cánticos. Es el Siervo del Señor proclamado por el evangelista Felipe al eunuco etíope cuando estaba enfrascado en Isaías 53: «Entonces Felipe, comenzando con este pasaje de la Escritura, le anunció el evangelio de Jesús» (Hch 8:34-35). Esta fue la misma buena noticia que transformó la predicación de Pedro en el día de Pentecostés (Hch 2:22-36), y más tarde en el templo cuando habló con denuedo sobre la glorificación del Siervo de Dios, Jesús, quien —aunque rechazado y muerto— fue resucitado y enviado a bendecir a los hombres pecadores, al hacerlos volver a cada uno de ellos de su maldad (Hch 3:13, 26). Fue la obra salvadora de Dios por medio de Su Santo Siervo Jesús lo que dio fuerza a los primeros cristianos cuando enfrentaron la persecución, y sus oraciones revelan que estaban profundamente conscientes de la victoria de este Santo Siervo y del poder que ahora estaba disponible para ellos en Su nombre (Hch 4:27, 30).
Las implicaciones prácticas
El Nuevo Testamento también habla de la transformación de aquellos que confían en Jesús, el Siervo del Señor, y la enorme cantidad de formas en que Su ministerio enseña sobre la obediencia de ellos. Él hace posible servir a Dios, y la reflexión sobre Sus palabras y Su ejemplo nos enseña lo que esto significa para nuestra vida como pueblo Suyo. Cuando reunimos una muestra de la instrucción bíblica predicada sobre Su servicio, podemos ver que servir a Dios implica: 1) verdad, 2) amor, 3) gozo, 4) determinación y 5) humildad.
Servicio y verdad
Primero, debemos servir a Dios en la verdad, o en la manera que sea consistente con Su Palabra. Jesús vino a hacer la voluntad de Su Padre y nosotros debemos hacer lo mismo. Jesús dijo que no podemos servir a dos señores porque o aborrecemos a uno y amaremos al otro, o nos dedicaremos a uno y despreciamos más al otro. No podemos servir a Dios ni al dinero, ni a ninguna otra cosa (Mt 6:24). Pablo nos dice que la ira de Dios se revela desde el cielo contra los que han cambiado la verdad de Dios por la mentira y adoran y sirven a la criatura antes que al Creador (Ro 1:25). No somos libres para definir en nuestros propios términos el servicio, sino que hemos sido libres para que podamos andar en el nuevo camino del Espíritu (Ro 7:6). Debemos ser siervos fieles que hacen la voluntad de Dios hasta el final (Mt 24:45-50; 25:21-30). Este servicio no debe limitarse a la mera actividad religiosa. Pablo nos instruye, «ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios» (1 Co 10:31), y como cristianos ponemos «todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo» (2 Co 10:5).
Servicio y amor
Segundo, ningún servicio es aceptable sin amor. Jesús dijo que los dos grandes mandamientos son: «AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU MENTE» y: «AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO» (Mt 22:37-40). El servicio sin amor es un trabajo pesado y puede engendrar resentimiento y orgullo. El amor a Dios purifica nuestro servicio y aligera las cargas que enfrentamos en esta vida mientras hacemos la obra del Señor. No es una coincidencia que el tratamiento extenso de Pablo sobre el amor en 1 Corintios 13 se encuentra en medio de una sección en la que enseña a la iglesia sobre el uso de los dones espirituales y el servicio al Señor en la asamblea de Su pueblo (1 Co 12-14).
Servicio y gozo
Tercero, debemos servir al Señor con alegría porque cualquier cosa menos es indigna de Él, quien debe ser nuestro supremo deleite. Cuando Zacarías, el padre de Juan el Bautista, está lleno del Espíritu Santo y profetiza, se regocija en el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a Su pueblo y lo ha redimido. Por el Espíritu ve que Dios está cumpliendo las promesas hechas a David, también las palabras de los santos profetas que hablaron de la salvación de sus enemigos y de la mano de los que los odiaban, así como la venida de la misericordia de Dios ligada a Sus promesas de pacto a Abraham. Bendice al Señor porque esto significa que el pueblo de Dios podrá servirle sin temor en santidad y justicia delante de Él todos sus días (Lc 1:67-75). Zacarías está centrado en Dios en este pensamiento y entiende que es un gran privilegio servir al Señor. Lo mismo es cierto hoy y la mediación sobre esta vinculación de gracia debe llenarnos de alegría. Al escribir desde la prisión, Pablo exhorta a los creyentes filipenses: «Regocíjense en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocíjense!» (4:4). El salmista nos dice: «Sirvan al Señor con alegría; vengan ante Él con cánticos de júbilo» (Sal 100:2).
Servicio y determinación
Cuarto, debemos servir con determinación inquebrantable. Servir a Dios en este mundo no es fácil, lo que explica los frecuentes recordatorios en el Nuevo Testamento para servir al Señor. Jesús dijo: «El que ama su vida la pierde; y el que aborrece su vida en este mundo, la conservará para vida eterna. Si alguien me sirve, que me siga; y donde yo estoy, allí también estará mi servidor; si alguien me sirve, el Padre lo honrará» (Jn 12:25-26). Pablo dice que fuimos libertados del dominio del pecado para que ya no le sirvamos como esclavos, sino que nos presentemos a Dios como quienes fueron traídos de la muerte a la vida y le dediquemos nuestros miembros como instrumentos para la justicia (Ro 6:6-13). Jesús también dijo que un siervo no está por encima de su amo, por lo que si Él fue perseguido, también podemos esperar persecución (Jn 15:20). En este mundo caído, los que sirven a Dios con lealtad experimentará diversas tribulaciones, pero prosigamos porque sabemos que en el Señor nuestro trabajo no es en vano (1 Co 15:58).
Servicio y humildad
Quinto, nuestro servicio debe caracterizarse por la humildad. La historia de servir a Dios es la historia de Su gracia. Nunca debemos pensar que nuestro servicio de ninguna manera merece la salvación. Somos salvos por el perfecto servicio de Jesús nuestro Profeta, Sacerdote y Rey. No tenemos una posición propia y nada de lo que podamos hacer puede ponernos en una posición correcta con Dios. Jesús, nuestro Siervo-Salvador, lo sabía mejor que nadie. En un contexto de pecado y perdón, dijo a Sus discípulos que cuando hayan hecho todo lo que se les dijo que hicieran, deberían decir: «Siervos inútiles somos; hemos hecho solo lo que debíamos haber hecho» (Lc 17:10). Solo Jesús puede lavarnos y limpiarnos como enseñó a Sus discípulos cuando tomó la posición de siervo y les lavó los pies (Jn 13). En nuestro orgullo, a veces nos resulta difícil admitir que somos deudores a la gracia en cada etapa de nuestro camino cristiano, pero debemos recordar que no solo somos siervos de Jesucristo como Pedro, Santiago, Juan y Pablo, sino que también somos Sus amigos y miembros de Su familia (Jn 15:15; Heb 2:5-18).
El servicio cristiano nos lleva de vuelta al Edén y más allá. En Jesús descubrimos todo para lo que originalmente fuimos creados y más como parte de la multitud purificada que saldrá de este mundo, lavada en la sangre del Cordero, libre de la maldición. En la gloriosa ciudad de Dios le serviremos, miraremos Su rostro, y reinaremos con Él por los siglos de los siglos (Ap 7:15; 22:3). Hasta que llegue ese día, el amor a Dios y al Cordero, y la gratitud por todo lo que han hecho por nosotros, exige que presentemos nuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es nuestro culto espiritual (Rom 12:1).