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El precio del amor

“Me dijo otra vez Jehová: Ve, ama a una mujer amada de su compañero, aunque adúltera, como el amor de Jehová para con los hijos de Israel, los cuales miran a dioses ajenos, y aman tortas de pasas. 2 La compré entonces para mí por quince siclos de plata y un homer y medio de cebada. 3 Y le dije: Tú serás mía durante muchos días; no fornicarás, ni tomarás otro varón; lo mismo haré yo contigo. 4 Porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, sin príncipe, sin sacrificio, sin estatua, sin efod y sin terafines. 5 Después volverán los hijos de Israel, y buscarán a Jehová su Dios, y a David su rey; y temerán a Jehová ya su bondad en el fin de los días.” Oseas 3:1-5

Este amor que vemos en Oseas 3, se manifiesta en cuatro acciones que Dios hizo con nosotros, y que nosotros tenemos que hacer con aquellos a quienes tenemos que devolverles el honor. No se trata de permanecer en una relación enfermiza donde eres abusado; eso no es correcto. Pero, aunque tengas que separarte quizás porque no sería saludable de otra manera, en tu corazón, ama y haz todo lo posible por demostrar el amor.

En estos versos, vemos cuatro demostraciones de amor. El primero, está cargado de la palabra amor: Ama a la amada, aunque el amor que ella tiene es un amor de pasas. Una pasa está arrugada porque es un fruto al que le han sacado el jugo, un fruto seco; simboliza un amor al que le han sacado el vivir. Se habla también del amor sexual, íntimo: Ve y ama, aunque se está acostando con otro. Y el primer amor del que habla es del amor que persigue, que busca: Ve, y ama. Este primer verso nos muestra que lo primero que tenemos que hacer para demostrar ese amor, es reclamar a la persona amada. Pero no se trata de reclamarle amor a esa persona, sino de reclamar a esa persona como tuya; en el caso de Oseas, decir: Esa es mi esposa. Otro caso pudiera ser: Esos son mis hijos.

El amor que restaura es el que primero reclama, y luego persigue, busca; procura intimidad, contacto. Aunque el amor de ellos sea de pasas, tú buscas. El amor que restaura, el amor de Dios, persigue, vuelve y ama, busca tener cercanía; ese es el amor de Dios por ti. El hombre falló mil y una vez, y Dios siempre volvía; hasta que envió al Amor perfecto. Él fue el que nos persiguió; Él te busca, te persigue. Siempre exhortamos: Busca de Dios. Pero tú no pudieras buscarle, si no fuera porque Él te buscó a ti primero. Tú no le encontrarías, si Él no quisiera ser encontrado. La única razón por la que tú le puedes buscar, es porque Él te ha estado persiguiendo toda tu vida. Busca a tu esposo, búscale la vuelta; busca a tus hijos, a tus amigos, a tus vecinos. Busca cercanía, haz el esfuerzo, reclama. En vez de ser el perseguido, persigue. El que quiere ser perseguido, lo que quiere es ser recipiente del amor; el que verdaderamente ama con intensidad es el que persigue. Pero, para perseguir, primero tienes que reclamar. ¿A quién tienes que reclamar hoy?

Dios le dice al profeta: Cómprala. El amor que no cuesta no es amor. Todos tenemos que pagar un precio. Amar cuesta. Cuesta dinero, cuesta esfuerzo. No digas que amas a tu esposa, mientras tu auto tiene accesorios y equipos mejores que la ropa que ella tiene para ponerse. Y no digas que es que ella tiene que entender que eso es lo que a ti te gusta porque ¿quién le hace entender a ella que es ella la prioridad? El problema es que creemos que el amor no debería costar nada, pero sí cuesta; cuesta dinero, tiempo, esfuerzo. Hay que pagar el precio, y el que ama es el que lo paga. Hay familiares tuyos que, si tú no los llamas, ellos no te van a llamar; si tú no haces la reunión y pagas los pasajes para ir a verlos, nunca los vas a ver. Y tú puedes estar sentado esperando diez años que te vengan a visitar, por no estar dispuesto a pagar el precio. Deja de pensar que si a ellos les importara, pagarían el precio. Si a ti te importa, entonces tú eres el que paga, tú eres el que busca, tú eres el que gasta, el que invierte, el que sacrifica, el que hace. Una demostración de amor es el precio que tú estás dispuesto a pagar. No tienes que gastar de más, pero sí proporcionalmente. Porque el problema de muchos es que dicen que no hay dinero para ciertas cosas, pero hay dinero para otras. Si hay dinero para un carro de lujo, que haya dinero para irte de vacaciones con tu esposa; de otra manera, las prioridades no son las correctas. No es que vayas y te endeudes, sino que lo que tienes lo distribuyas de manera adecuada, de modo que se vea dónde se está pagando un precio.

Nunca te canses de ser tú quien pague el precio. Aunque el amor de ellos sea de pasas, paga tú el precio. ¿Dónde estarías tú, si Dios se hubiera rendido contigo? Dios no se rindió con Adán; no se rindió con Noé, sino que hizo un arcoíris, no porque Noé se comprometiera con Dios, sino que era Dios comprometiéndose, dejándole saber que su amor era tan grande que nunca más habría diluvio, aunque la humanidad mereciera ser destruida. El amor de Dioses más grande que tu pecado, que tu problema, que tu pasado, y Él no te va a destruir. Si Dios se hubiera rendido con Abraham, ¿dónde estaríamos hoy? Gloria a Dios que Él nunca se rindió; estuvo dispuesto a pagar el mayor precio, el desangre.

Este amor es también el amor que renueva. El profeta le dice a Gomer cuando la trae a la casa: No te vas a acostar con ningún hombre, pero tampoco conmigo, te voy a dar tu espacio. El amor que renueva es el que sabe dar espacio, estando cerca. Espacio no se da a la distancia, sino en la misma casa. Sigues haciendo tus tareas, sigues amando, aunque hay una conversación pendiente.

Da espacio. Deja las exigencias. Si vas a amar, ama sin filtros; y hazlo por el tiempo que sea necesario. El amor que restaura es el amor que reclama persiguiendo, buscando. El amor que paga el precio es el amor que, en la cercanía, te da el espacio para llevarte a ser todo lo que tienes que ser. Ese es el amor de Dios por ti. Él no te tiene como esclavo, a no ser queseas esclavo de su amor, que hayas entendido que Él te ha amado tanto que no te queda más remedio que servirle porque estás enviciado con el amor de Dios para tu vida.

Suelta hoy todos los rehenes que tienes en tu corazón. Reclámalos como tuyos, y persíguelos, búscalos, haz todo lo que está a tu alcance; paga el precio. ¿Por cuánto tiempo? Toda tu vida. Que, cuando mueras, tu consciencia esté clara porque tú pagaste el precio. Cuando los tengas cerca, deja las exigencias, las peleas, da espacio; no seas como el mundo que reclama, que exige, que demanda; para que entonces los puedas restaurar.

Fuente:
pastor Otoniel Font | Puerto Rico

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