
Mientras el año llega a su cierre, Dios nos llama a detenernos y examinar nuestro corazón. No es posible caminar hacia un nuevo comienzo llevando cargas viejas, heridas abiertas o resentimientos que nos roban la paz. Antes de buscar reconciliación con otros, es necesario encontrar paz dentro de nosotros mismos. Esto nace de una actitud de humildad, paciencia y amor: reconocer que somos humanos, que fallamos, y que también otros fallan con nosotros.
La Palabra declara en Proverbios 16-7
Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él.
Este versículo nos recuerda que cuando alineamos nuestro corazón con Dios, Él mismo abre camino para la paz. No es nuestra fuerza, ni nuestra justicia, ni nuestra lógica: es Su gracia obrando en lo profundo.
Perdonar no significa aprobar lo que estuvo mal ni minimizar el dolor vivido. Perdonar es un acto espiritual que libera el alma del veneno del resentimiento. Es un regalo que nos hacemos mientras se lo ofrecemos a otros. Es permitir que la sanidad de Dios toque aquello que durante meses —o incluso años— estuvo lastimando el corazón.
Al final del año, Dios nos invita a cerrar ciclos con madurez y fe.
A soltar lo que no podemos cargar.
A entregar en Sus manos lo que no podemos resolver.
A dejar que la paz de Cristo sea la que gobierne nuestro espíritu. Perdonar es reflejar el carácter del Padre:
amor que no guarda rencor,
misericordia que sana,
gracia que restaura.
Perdonar es reflejar el carácter del Padre:
amor que no guarda rencor,
misericordia que sana,
gracia que restaura.
Que al despedir este año podamos decir:
Termino ligero. Término libre. Terminó en paz.
Y que el nuevo año nos encuentre con un corazón renovado, listo para caminar en la plenitud de Dios.