En el último mes tuve la oportunidad de estar en seis países diferentes. En cada uno de ellos se notaba un orgullo patriótico que unía a los habitantes y definía la identidad de la nación. Los cuatro países europeos todavía tienen una monarquía que se ha mantenido por generaciones, aunque son países democráticos y también tienen un parlamento que rige los destinos de las naciones. Un atractivo turístico en estos países es el cambio de guardia que sucede cada día en su Palacio Nacional en donde se puede notar cómo la celebración de la historia y herencia de la patria se promueven con orgullo.
En México hubo elecciones presidenciales y la alta participación ciudadana hizo que los comicios fueran una verdadera fiesta democrática en la cual se deposita una esperanza por un país mejor para todos. Los mexicanos eligieron a un nuevo presidente y por primera vez en mucho tiempo todos los candidatos reconocieron al ganador y la sociedad unida espera que el ganador cumpla sus promesas de campaña. Por último, en los Estados Unidos se celebró una vez más la independencia y esta festividad dio la oportunidad de mostrar el patriotismo de todos los que vivimos en este país.
También tuve la oportunidad de visitar algunas iglesias en estos países. Pude convivir con creyentes de diferentes nacionalidades y fue evidente la unidad y hermandad que Cristo ofrece la cual trasciende fronteras, idiomas y naciones. Me gusta escuchar música cristiana en diferentes idiomas y en Noruega pude comprar un disco de alabanza que disfruto, aunque solamente puedo entender un par de palabras porque creo que el lenguaje de la alabanza es universal. En una iglesia en México la bandera mexicana estaba en el edificio y el mensaje se relacionaba con las elecciones que transcurrían ese día, pero al mismo tiempo se les recordaba a los creyentes que su identidad y confianza primeramente debía estar centrada en Cristo. En los Estados Unidos tanto creyentes como no creyentes celebran la independencia, pero afortunadamente últimamente muchos líderes cristianos están haciendo un llamado a no confundir la alabanza a Dios con la devoción a un país.
Estas circunstancias me han puesto a pensar en dos asuntos fundamentales para todos los seguidores de Cristo sin importar su nacionalidad. En primer lugar, todos los cristianos tienen por lo menos dos nacionalidades en la que la ciudadanía celestial deber tener prioridad. En segundo lugar, los creyentes deben obedecer y apoyar al gobierno de la nación en donde viven, pero no deben confundir las leyes del gobierno con las leyes de Dios ya que éstas siempre deben ser su prioridad en todo momento.
Un tema central del Nuevo Testamento es que todos los creyentes somos extranjeros y peregrinos (inmigrantes) en esta tierra porque tenemos una ciudadanía eterna y celestial como afirma Filipenses 3:20: «Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo». Otros pasajes también enseñan esta importante realidad como «Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma» 1 Pedro 2:11; «Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios» Efesios 2:17-19; «Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra» Hebreos 11:13.
Así que, todos los cristianos somos ciudadanos del país donde nacimos o vivimos, pero también somos inmigrantes en ese lugar porque tenemos una ciudadanía celestial y todos vivimos con la tensión de honrar nuestros deberes como ciudadanos de ambos lugares. A pesar de nuestra identidad nacional, los creyentes estamos unidos en Cristo y formamos parte de una comunidad mundial que trasciende fronteras. La iglesia universal no tiene muros o controles migratorios y es un verdadero placer encontrar miembros de la familia de Dios en otros países y alabar juntos al Señor, aunque hablemos idiomas diferentes. Por lo tanto, es importante celebrar nuestra identidad nacional y apoyar a nuestro país como buenos ciudadanos, pero al mismo tiempo honrar nuestra ciudadanía celestial que compartimos con todos los creyentes del mundo.
Como ciudadanos de un país tenemos que participar en las elecciones y respetar al gobierno, pero nunca debemos confundir las leyes de Dios con las leyes del mundo. Los gobiernos por más loables que sean son imperfectos y los cristianos debemos vivir bajo los estándares de conducta celestiales. Por ejemplo, la declaración de Independencia de los Estados Unidos es un extraordinario documento que sirvió de modelo a muchas otras naciones. Al inicio contiene una de las afirmaciones más hermosas sobre el propósito de los seres humanos y la función del gobierno para defender y promover este ideal: «Sostenemos que estas verdades son evidentes en sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad».
Desgraciadamente, en la misma declaración se refiere a los habitantes nativos como «inmisericordes indios salvajes, cuya conocida disposición para la guerra se distingue por la destrucción de vidas, sin considerar edades, sexos ni condiciones» a pesar de que ellos fueron los desplazados, aniquilados y sometidos. Así que, como seguidores de Cristo, debemos obedecer las leyes divinas en todo momento aún cuando las leyes humanas promuevan valores diferentes. La dignidad y valor de todos los seres humanos es un principio que siempre debemos apoyar, defender e impulsar.
El teólogo Cornelius Plantinga describe acertadamente la relación entre los creyentes y el gobierno de su país: «La Iglesia cristiana obedece al estado, pero obedece a Dios primero. El estado es el instrumento divino de justicia y paz, pero al igual que todo lo demás, necesita ser reformado. Así que, ofrecemos nuestra obediencia, pero no nuestra reverencia. Honramos al estado, pero también lo vigilamos … Algunas veces honramos al estado al protestar sus maldades y al rehusarnos rendirnos ante ellas. Después de todo, César es el emperador, pero Cristo es el Señor, y los cristianos son personas que conocen la diferencia» (Beyond Doubt).
Como cristianos podemos celebrar nuestra herencia y ser buenos patriotas, pero al mismo tiempo celebramos la unidad que tenemos con otros cristianos de todo el mundo. Nuestra ciudadanía celestial nos une y nos impulsa a vivir de acuerdo a los valores divinos que siempre son perfectos y siempre promueven la dignidad y valor de todos los seres humanos.