
“Aunque los montes se muevan y las colinas tiemblen,
mi amor inquebrantable no se apartará de ti,
ni se romperá mi pacto de paz dice el Señor,
que tiene compasión de ti. ISAÍAS 54-10
En una sala fría de cuidados intensivos, el cielo se inclinó.
No fue un púlpito, ni un templo, ni una hermosa congregación. fue a un hospital. Y en ese lugar, Dios descendió para sellar un pacto eterno.
Muy joven, con mis dos hijos a mi lado, viví uno de los momentos más duros de mi vida: el adiós a mi esposo, compañero de 32 años. Pero en medio de ese dolor, ocurrió algo sagrado.
Mi esposo, con la fuerza que aún le quedaba, me tomó de las manos, llorando, y me dijo con voz quebrada:
“Nunca más te cases, hazme la oración de fe y perdóname por todas las cosas que te hice sufrir y a todos los pastores.
Fue entonces que me arrodillé, allí mismo, en presencia de mis dos hijos, quebrantada pero firme, y oré.
Oré con el alma, con el corazón y con la eternidad presente en ese instante.
Y en ese momento lo vi. En el espíritu, una sombrilla grande descendía sobre nosotros tres.
No era imaginación, era la gloria misma de Dios cubriéndonos.
Era un manto, una señal, una cobertura. Dios selló un pacto. No solo conmigo, sino también con mi descendencia.
Y así llegó el 31 de diciembre…
Mientras el mundo celebraba, yo lloraba. Y alzaba mis brazos al cielo y tarareaba la alabanza !Hijo de Dios. Recibe hoy!!
Las calles se llenaban de fuegos artificiales, abrazos y brindis. Pero yo estaba en una funeraria, despidiendo al hombre con quien caminé durante décadas. No tenía palabras. Solo lágrimas. No tenía respuestas. Solo fe.
Y en medio de ese lugar, hice lo impensable para el mundo, pero natural para el cielo: Invité a mis dos hijos a ir al culto de la iglesia mientras la funeraria cerraba para adorarle y alabarle y por no comprender. por no entender,no porque no dolía,no porque ya estamos fortalecidos alabé junto a mis dos hijos. Porque aunque no comprendía el propósito, sabía que Su presencia estaba allí conmigo.
No porque entendía. No porque no dolía. No porque ya estaba fuerte.
Alabé porque Él seguía siendo Dios.
Porque aunque no comprendía el propósito, sabía que Su presencia estaba allí nosotros tres..
Porque había hecho un pacto bajo Su sombra, y Su sombra seguía cubriéndose.
Muchos dicen que no debemos hablar del que partió
Pero ¿cómo no recordar a quien, en su último aliento, me empujó hacia un encuentro profundo con Dios?
¿Cómo callar el momento donde el cielo y la tierra se encontraron sobre nuestras cabezas?
Aquel 31 de diciembre no fue el fin de un año, fue el comienzo de una vida nueva:Y el señor el 28 de Diciembre me mostró en sueños que me acercara al espejo del gavetero y cuando me acerque lo que ví fue un calendario mostrandome con una x y una escritura 31 de diciembre comienza una vida marcada por la alabanza para ti.
Una vida marcada por la alabanza en medio del dolor.
Una vida nacida de un pacto eterno. Y
una vida escondida en Dios.
Y aunque nunca antes lo había contado.
Hoy lo dejo escrito como uno de los tantos testimonios del poder de Dios. para su gloria.
Mi mayor admiración fue en un altar, fue en la funeraria. Glorificando y dando gracias a Dios.
La gloria y la honra sea para de Dios.