Voz de Dios, voz de mando. Seguimos en la misma barca; Jesús y tú, Jesús y yo. Pasar al otro lado puede ser difícil, sobre todo si ya nos acostumbramos a vivir de esta parte de la vida; pero él nos invita a subir a su barca, segura porque el que va en ella es Dios mismo. Una barca de gracia en un mar que hoy es calmo y mañana tormenta, puede llevarnos al prejuicio de la duda. A los discípulos les sucedió y temieron cuando vino la tempestad y el mar se encrespó mientras Jesús dormía. ¡Ay del que diga que no se conmueve su alma cuando vienen las tentaciones y los problemas!
Pero Jesús entró en la barca y nos ordena subir a ella y pasar al otro lado. Toda la voluntad de Dios en una orden tan sencilla, una invitación a seguirle con una perspectiva de gracia y una convicción de fe. ¿Tenemos realmente fe? Si él invita, no hay que dudar del rumbo; si él ordena, lo mejor es obedecer.
La Navidad es una de esas barcas a las que Cristo nos invita a subir para pasar “al otro lado”. El lado en que restauramos las patas de las mesas rotas, resucitamos amistades destrozadas por aparentes desengaños, prendemos la luz de Cristo para alumbrar el corazón humano, abrazamos más fuerte a nuestros hijos, desechamos toda contienda inútil insuflada por el odio y aplicamos, sin pretensión de obtener nada a cambio, recetas del mejor amor. Como Cristo es el constructor de la barca, por nada debemos temer. El otro lado, es el lado de Jesús.
Toda la Navidad grita este mensaje. Jesús llegó al mundo para hacerlo mejor.
¡Dios bendiga su palabra!