
“Y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio; todo lo que yo te mandaré para los hijos de Israel.” Éxodo 25:22
Éxodo 25-22
Reflexión.
En el Antiguo Pacto, el lugar santísimo era el espacio más sagrado del tabernáculo, donde la presencia del Señor habitaba y solo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año. Sin embargo, en Cristo ese velo fue rasgado y hoy el lugar santísimo está dentro de nosotros mismos, porque somos la morada del Espíritu Santo (1 Corintios 6-19).
El tabernáculo fue una revelación de la verdad espiritual, una enseñanza objetiva del plan de Dios. Cada detalle anunciaba a Cristo y su obra redentora. Es, en sí mismo, la historia del Evangelio: la sangre, el sacrificio, la intercesión y la gloria de Dios manifestada en medio de su pueblo.
Hoy, como templos vivos, no necesitamos esperar un día específico ni un sacerdote terrenal para entrar en la presencia. En cualquier momento, con fe y amor, podemos hablar con Dios y ser escuchados, porque Su Espíritu habita en nosotros.
Aplicación personal
La pregunta es: ¿cómo estoy cuidando este lugar santísimo en mí? La comunión íntima con Dios se mantiene en la medida que vivo en santidad, en oración y en amor. No se trata de un espacio físico, sino de un corazón rendido a Cristo
Padre celestial, gracias porque en Cristo me hiciste templo de tu presencia. Hoy me acerco a ti con confianza, sabiendo que tu Espíritu Santo mora en mí. Ayúdame a cuidar este lugar santísimo de mi corazón, viviendo en santidad y amor. Que cada día pueda escuchar tu voz y caminar bajo tu presencia. En el nombre de Jesús, amén.