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El ladrón y la puerta

Cuando Dios construye puertas, las hace sin cerraduras. Él no se molesta en diseñarlas con picaportes para que a nadie se le ocurra cerrarlas después que Él las abrió. Nos dio a Jesús, que es nuestra llave maestra, para abrirnos paso por este mundo tan lleno de puertas cerradas. Y como el mundo no ha estimado la vocación de Jesús de andar un paso delante de nosotros para despejar el camino, el Padre le dio la autoridad para revelarse ante nosotros como Puerta y Camino. Por cierto, diseños exclusivos de Dios, porque ni hay otra puerta, y mucho menos otro camino.

¡Ah, este mundo soñador de caminos extraños para encontrar sus puertas! “En verdad les digo, que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador. (Juan 10.1).

Al ladrón le viene el oficio por sus carencias o por su egoísmo. Él anhela tener lo que otros tienen, o tener más con el menor esfuerzo sin escatimar las consecuencias de su maldad para las víctimas de sus fechorías. Es despiadado y cruel. Él es especialista en violentar picaportes y desordenar la casa fácil de robar…hasta que encuentra la horma de su zapato, a saber, esas puertas de Dios que no tienen cerrojo, ni aldaba, ni picaporte, sino señales rojas en sus dinteles, como teñidas de sangre del Cordero; infranqueables, invulnerables, como torres fuertes torneadas con la mejor madera del huerto del Edén.

Al carpintero que modeló Sus puertas, Dios le entregó las llaves de Su casa y le dio el oficio de artesano mayor y luminaria de las estrellas y en su perfecta voluntad, lo convirtió en la Puerta de entrada y salida. Entrada para salvación, salida para redención y bendición. “Yo soy la puerta; si alguno entra por mí, será salvo; y entrará y saldrá y hallará pasto” (Juan 10.9). Los pastos del huerto de Dios tienen el verdor de la esperanza y el aroma del madero recién martillado en el Calvario que al tercer día floreció para hacerse jardín.

Como la muerte no pudo terminar su vida, resucitó para ofrecerte la suya. Es eterna. Marca la senda de la justicia y está llena de gracia. Él no cejará en el intento de ir a tu encuentro, persistentemente, porque su misión es buscarte, llamar tu atención, atraerte con sus lazos de amor. No intentes ponerle cerraduras a la puerta que Dios está abriendo ahora mismo delante de ti. Invítale a tu casa. Acepta su amistad. Él hace reparaciones donde otros carpinteros no pueden y las hace gratuitas si le confías tu corazón. Él está llamándote con el trueno de su voz y la dulzura de su corazón a emprender definitivamente el regreso a casa.

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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