Therese era una fabulosa trabajadora, amiga y colega. Todos en su oficina la querían, desde sus jefes hasta la señora de la limpieza. Ella siempre tenía una palabra amable para todos.
Uno de sus mayores atractivos era su sorprendente capacidad de ayudar a las personas a sentirse bien consigo mismas.
Ella podía hacer que alguien cuyos sentimientos hubieran sido heridos se sintiera como lo mejor del mundo desde las rebanadas de pan; ella podía hacer que un colega inseguro se sintiera como un genio. Su sentido del humor siempre elevaba el ánimo de los demás y les hacía reír incluso si estaban molestos o infelices.
No solo eso, sino que ella también era inteligente, muy inteligente. En los cinco años que llevaba en el trabajo había recibido tres ascensos, y su jefe le había dicho recientemente que estaba en la vía rápida hacia un puesto de gerencia. Si las cosas continuaban de la misma manera, ella incluso podría esperar una vicepresidencia solamente unos años después.
Una noche, mientras trabajaba hasta tarde en un proyecto, descubrió que su jefe había incluido una cita con mal juicio en un discurso que había escrito y que le había pedido a ella que editase. Él había escrito una imprudente broma que a algunos podría parecerles ofensiva. Therese agarró el teléfono para dejarle un mensaje de voz y decirle lo que pensaba. Dijo: «¿En qué estaba pensando, jefe? ¿No se da cuenta de que el director general aborrecerá esa broma? Y él no tiene sentido del humor».
Desgraciadamente, en lugar de enviar el mensaje de voz a su jefe, Therese sin darse cuenta presionó un botón que envió el mensaje de voz a todos en la empresa. A la mañana siguiente, se produjo el caos. Aunque Therese no fue despedida, no obtuvo el siguiente ascenso, ni tampoco el siguiente después de ese.
El haber presionado un botón había sellado su futuro en la empresa. Ese es un incidente extremo, pero hay muchos otros en la actualidad que tienen consecuencias mucho mayores. Los niños ya no se burlan unos de otros; se acosan unos a otros, y el acoso escolar no es una excepción entre los estudiantes, es la norma. No solo suceden en la escuela o en el parque; también se producen en la Internet. De hecho, una nueva palabra ha entrado en nuestro vocabulario: ciber-acoso. Facebook ahora se utiliza a veces como un arma. Nunca en la historia del mundo las palabras han sido tan baratas, rápidas, irrevocables y virales. Mediante teléfonos celulares y la Internet, ahora tenemos mensajes de texto, correo electrónico, mensajes instantáneos, blogs, Facebook, Twitter y YouTube. Además, tenemos radio, televisión y medios de comunicación impresos.
Las palabras vuelan por la atmósfera como nunca antes. En junio de 2010, el 77,2 por ciento de los estadounidenses usan la Internet (267 millones de personas). Una cuarta parte de la población mundial está en línea. El 41 por ciento de todoslos estadounidenses mantienen activamente una página de perfil en Facebook, que genera mil millones de contenidos cada día. El uso de Twitter en E.U. ha explotado desde un 5 por ciento en 2008 hasta el 87 por ciento en 2010, y ahora las cifras son aún mayores. En 2010, más de 17 millones de estadounidenses utilizaron Twitter, y el promedio de «tweets» por día solamente en Estados Unidos fue de 15,5 millones. Obviamente, hay buenos usos de todas estas formas de comunicación; sin embargo, hay muchas consecuencias inquietantes, incluyendo el acoso en línea que ha conducido al suicidio de adolescentes, el robo de identidad, riesgo de la seguridad infantil, adicción a la pornografía y carreras arruinadas. Solicitantes de un empleo no lo tienen debido a relatos de mala conducta en Facebook; trabajadores envían desacertados mensajes de correo electrónico antes de pensar.
Personas han destruido relaciones al teclear sus pensamientos más íntimos en mensajes de correo electrónico y después presionar el botón «enviar» antes de darse cuenta de lo revelador que era ese mensaje. Debido a la información que está disponible hoy día, la intimidad personal se ha desvanecido.
Tristemente, cualquiera puede decir cualquier cosa sobre un individuo, sea cierta o no, y se queda por ahí flotando en el ciberespacio, tan solo esperando a que alguien tenga acceso a la información. La reputación de personas ha quedado destruida por lo que otros han dicho, y sin embargo no había nada de cierto en sus palabras. Se podría decir que se está produciendo una «explosión de palabras», y aún no hemos visto el daño que será causado por eso hasta que las personas aprendan el poder de las palabras y establezcan el compromiso de utilizarlas de manera piadosa.
Nos comemos nuestras palabras…
Estoy segura de que habrás oído decir a alguien: «Te vas a comer esas palabras». Puede sonarnos a mera frase, pero en realidad sí nos comemos nuestras palabras. Lo que decimos no solo afecta a otras personas, sino que también nos afecta a nosotros.
Las palabras son maravillosas cuando se utilizan de manera adecuada. Pueden edificar, alentar y dar confianza a quien las oye. Una palabra adecuada pronunciada en el momento correcto en realidad puede cambiar una vida.
Es muy grato dar la respuesta adecuada, y más grato aún cuando es oportuna. (Proverbios 15.23).
Podemos literalmente aumentar nuestro propio gozo diciendo palabras adecuadas. También podemos disgustarnos a nosotros mismos hablando innecesariamente sobre nuestros problemas o cosas que nos han hecho daño en las relaciones. No hace mucho tiempo yo tuve una situación decepcionante con alguien a quien consideraba una buena amiga, y noté que cada vez que hablaba sobre eso, me resultaba difícil quitármelo de la mente durante el resto del día. Finalmente me di cuenta de que si quería sobre-ponerme a eso, tenía que dejar de recordarlo mentalmente y verbalmente una y otra vez. Personas me seguían preguntando acerca de la situación debido a un interés genuino, pero yo finalmente entendí que tenía que responder: «Es mejor para mí si no hablo de eso».
Las palabras que salen de nuestra boca entran en nuestros propios oídos al igual que en los oídos de otras personas, y después pasan a nuestra alma, donde nos causan gozo o tristeza, paz o disgusto, dependiendo del tipo de palabras que hayamos pronunciado.
Nuestras palabras incluso pueden oprimir nuestro espíritu. Dios desea que nuestro espíritu sea ligero y libre, de modo que pueda funcionar adecuadamente, no que sea pesado y oprimido. Cuando entendemos el poder de las palabras y nos damos cuenta de que podemos escoger lo que pensamos y hablamos, nuestras vidas pueden ser transformadas. Nuestras palabras no son forzadas sobre nosotros; se formulan en nuestros pensamientos y entonces nosotros las pronunciamos. Podemos aprender a escoger nuestros pensamientos, a resistir los malos y pensar en los buenos, los sanos y los correctos. Donde va la mente, el hombre le sigue. También podríamos decir que donde va la mente, ¡la boca le sigue! Ni siquiera tenemos que estar hablando con alguien para aumentar nuestro gozo con nuestras palabras. La mera confesión de cosas buenas es suficiente para alegrarte. Yo he escrito mucho sobre el poder de confesar la Palabra de Dios en voz alta, y seguiré haciéndolo porque ha sido una de las cosas más útiles que he hecho en mi propia vida.
Cuando te levantas en la mañana, si hay algo que necesitas atender ese día y que no te entusiasma, puedes decir:
«Aborrezco este día» o puedes decir: «Dios me dará la fuerza hoy para hacer lo que tenga que hacer y para hacerlo con gozo». ¿Cuál de estas do frases crees que te prepararía mejor para el día? «La lengua apacible es árbol de vida», dice Proverbios 15.4 (RVR-60). Según la Escritura, Dios ha dado a sus hijos una nueva naturaleza, y se nos enseña a renovar nuestra mente y nuestra actitud diariamente. Tener una perspectiva positiva de la vida y hablar palabras positivas son dos de las cosas más apacibles que podemos hacer.