Ningún arquitecto afirmaba que los cimientos de un edificio carecen de importancia o son insignificantes. De hecho, se puede argumentar fácilmente que es la parte fundamental y crucial de cualquier edificio. Pablo utiliza esta analogía de la construcción para enfatizar el poder de la unidad disponible para la iglesia al tener a Jesús como la principal piedra angular y a los apóstoles y profetas como el fundamento (Ef 2:20).1 ¿Qué quiso decir Pablo con esta afirmación? En particular, ¿quiénes son los apóstoles y qué los hace tan importantes como para ser considerados el fundamento de la iglesia? ¿Cuáles son las aplicaciones relevantes para la iglesia de hoy? El objetivo de este ensayo es evaluar con precisión la naturaleza y las implicaciones del oficio apostólico.
La naturaleza de este fundamento
El término «apóstol» hace referencia a un embajador. En el Nuevo Testamento, este término se refiere principalmente a los hombres que fueron comisionados por Jesús para representarlo ante el mundo y ser sus portavoces. Por lo tanto, la cercanía estrecha con Jesús en Su ministerio terrenal y ser testigos presenciales de Su resurrección era un requisito para el oficio (Hch 1:21-22). Por razones simbólicas, eran doce en total. En el contexto del Israel del Antiguo Testamento, esto servía para señalar un nuevo comienzo para el pueblo de Dios (cp. Mt 19:28; Lc 22:29-30). Así, Matías fue necesario para sustituir a Judas (Hch 1:23-26). Pablo es un caso excepcional, ya que recibió su apostolado por un medio ligeramente diferente (1 Co 9:1; Gá 1:1, 11-12).
El término «apóstol» puede utilizarse en un sentido más amplio con referencia a los «mensajeros de la iglesia» (2 Co 8:23; Fil 2:25), pero estas referencias no hacen mención al oficio apostólico como tal y no ocupan nuestra atención.
Jesús afirma el papel fundacional de los apóstoles en uno de los Evangelios, donde le dice a Pedro: «tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia» (Mt 16:18). La imagen es clara: Cristo, el constructor de la iglesia, funda su iglesia sobre los apóstoles. Esto es precisamente lo que Pablo afirma que la iglesia está «edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular» (Ef 2:20; cp. Ap 21:14; 1 Co 3:10-11).
Jesús también aclara la naturaleza del papel «fundacional» de los apóstoles (Jn 13-17). Estos hombres han de ser sus portavoces designados. Estos, que lo oyeron enseñar, recibirán sus nuevas enseñanzas por medio del Espíritu y, a su vez, darán la Palabra de Cristo al mundo (Jn 14:24-26; 16:12-15; 17:8, 18, 20). Es decir, los apóstoles, en un sentido muy real, nos dan a Cristo. De hecho, cuando hablan, lo hacen en Su nombre y con Su autoridad delegada (p. ej., 2 Ts 3:6; 1 Co 14:37). La enseñanza de los apóstoles es la enseñanza de Cristo, la plenitud de la revelación que vino por medio de Él, y esta enseñanza apostólica fue a su vez confiada o «entregada» a la iglesia «una vez para siempre» (1 Ti 6:20; Jud v. 3). Todo esto informa nuestra comprensión de este papel «fundacional» (Ef 2:20; cp. Mt 16:18; Ap 21:14; 1 Co 3:10-11).
Este mismo pensamiento se refleja en una de las cartas de Juan.
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y lo que han tocado nuestras manos, esto escribimos acerca del Verbo de vida. Y la vida se manifestó. Nosotros la hemos visto, y damos testimonio y les anunciamos a ustedes la vida eterna que estaba con el Padre y se manifestó a nosotros. Lo que hemos visto y oído os proclamamos también a ustedes, para que también ustedes tengan comunión con nosotros. En verdad nuestra comunión es con el Padre y con Su Hijo Jesucristo (1 Jn 1:1-3).
Aquí el apóstol Juan afirma que los apóstoles recibieron su enseñanza y autoridad del Señor Jesús mismo y que ellos mediaron la revelación de Cristo a nosotros. En pocas palabras, el testimonio apostólico es el único camino hacia Cristo.
Las implicaciones de este fundamento
Esta comprensión de la naturaleza del fundamento apostólico de la iglesia tiene las siguientes implicaciones:
1) Debido a los criterios de singularidad mencionados anteriormente, el cargo de apóstol no debe repetirse ni actualizarse. Mientras que todos los seguidores de Cristo llevan el llamado a ser embajadores de Cristo (2 Co 5:20), el papel y la tarea particular de los apóstoles en la historia de la redención no son compartidos por todos los cristianos. Hoy en día hay varias tradiciones que quieren afirmar que hay apóstoles actuales que han sido designados por Dios para tareas y revelaciones actualizadas. Esta línea de pensamiento asume que la revelación de Dios necesita ser actualizada de un contexto a otro y que deberíamos estar atentos a la revelación más reciente que Dios desea comunicarnos. Si bien es cierto que existe la necesidad de contextualizar la aplicación del evangelio, la Escritura afirma repetidamente que la revelación del evangelio de Jesucristo ya ha sido conocida en su totalidad. Judas expresa esta idea en su carta al escribir: «he sentido la necesidad de escribirles exhortándolos a luchar ardientemente por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos» (Jud v. 3). Pablo también aconseja a Timoteo que persista en las cosas que aprendió y de las cuales estaba convencido (cp. 2 Ti 3:14). Afirmar la necesidad de nuevas revelaciones es disminuir la autoridad de los apóstoles, lo que en última instancia disminuye la autoridad de Jesús. El valor único y permanente del oficio apostólico se confirma en Apocalipsis, cuando la visión del cielo nuevo y la tierra nueva describe la presencia de «doce cimientos… los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero» (21:14). Esto significa que el establecimiento inicial del fundamento apostólico tendrá un significado eterno en la iglesia de Dios. Esto no será cambiado, actualizado o renovado.
2) La iglesia siempre necesita recordar y aferrarse a lo que los apóstoles sostuvieron: el evangelio de Jesucristo. En algunas tradiciones, se habla de la sucesión apostólica con el objetivo de remontar su historia y tradición de obispos hasta los primeros apóstoles del Nuevo Testamento. Por ejemplo, el catolicismo romano entiende a su papa como el sucesor legítimo de Pedro. De este modo, el apóstol Pedro es considerado su primer papa. Esta interpretación no reconoce la identidad central de los apóstoles: la proclamación y preservación fiel del mensaje del evangelio que fue recibido directamente de Jesús. Edmund Clowney señala: «Se convierten en piedras fundamentales de la iglesia solo porque Cristo es la piedra angular principal… Los apóstoles no son legisladores, sino reporteros e intérpretes».2 Esto significa que la naturaleza del fundamento apostólico de la iglesia no se basa en lo que los apóstoles pudieron hacer por medio de sus propias habilidades, sino en lo que fueron llamados a hacer por medio de esa autoridad que les fue conferida. Es por eso que cuando Pablo defiende su apostolado en sus cartas a las distintas iglesias, suele enfrentarse al contenido de las falsas enseñanzas que se han introducido en la vida de las iglesias que plantó (Gá 1:6-9). Él no obliga a las personas a seguir ciegamente su autoridad apostólica. Demuestra constantemente su autoridad apostólica contraatacando a los falsos maestros y preservando así la pureza del evangelio que fue llamado a representar y transmitir fielmente (Gá 3). Sin el evangelio de Jesucristo, este edificio, la iglesia, se viene abajo, como un edificio sin cimientos estables.
3) La unidad de la iglesia fluye en última instancia del fundamento que tenemos en Jesucristo. Pablo señala que Jesús es el fundamento de la iglesia (1 Co 3:11), lo que parece contradecir lo que se afirma en Efesios 2. Sin embargo, los dos deben ser vistos como complementarios. Dado que la autoridad de los apóstoles proviene directamente de Jesús y que este es la piedra angular de la que se sostienen todas las piezas del edificio, los dos versículos están describiendo la misma realidad con distinto énfasis. En otras palabras, afirmar la autoridad de los apóstoles es afirmar la autoridad de Jesús; rechazar la autoridad de los apóstoles es rechazar la autoridad de Jesús. Jesús y Su mensaje no deben enfrentarse a los apóstoles y su mensaje. De hecho, Jesús se ve a Sí mismo como el Hijo enviado por el Padre (cp. Jn 20:21), quien luego envía a los doce. El envío de los apóstoles tiene su origen en la propia comprensión de Jesús y Su misión (Mt 15:24, 21:37; Mr 9:37, 12:6). Kim Riddlebarger señala: «La iglesia no fue organizada por los desilusionados seguidores de Jesús tratando de encubrir su vergüenza. La iglesia fue fundada por Jesucristo mismo».3 Es importante que entendamos correctamente la identidad única de este fundamento de la iglesia. Los apóstoles, en su papel único, dan testimonio de esta identidad única: la persona y la obra de Jesucristo.
Aliento para la iglesia de hoy
La iglesia de hoy tiene el gran privilegio de mantenerse firme sobre el fundamento inquebrantable de la iglesia y transmitir la verdad del evangelio a otros tal y como se nos ha transmitido a nosotros. Esto debería darnos valentía para proclamar el evangelio incluso en el mundo actual. La tarea no es fácil. Siempre podemos sentirnos como si estuviéramos luchando una batalla muy difícil. A lo que sí podemos aferrarnos es a que el avance del reino de Dios por medio del evangelio se apoya, en última instancia, en el corazón mismo del fundamento apostólico: la persona y la obra de Jesucristo. Esto ya se ha establecido. No hay necesidad de establecer más este fundamento único. Es por la fuerza de esta revelación final y autoritativa que la iglesia de hoy puede ser alentada y motivada a extender aún más la obra de la proclamación del evangelio. Como dijo D. A. Carson en una ocasión, «La mejor manera de preservar el evangelio es comunicándolo».4 Debemos dedicarnos al ministerio de la Palabra con hambre y expectación mientras buscamos compartir el evangelio con cualquiera que entre en contacto con nosotros. Podemos hacerlo con valor y resistencia debido a nuestro gran privilegio de ser una iglesia apostólica que se fundamenta en Jesús, nuestra principal piedra angular. En todo ello, en esta obra que honra a Dios de compartir y difundir el evangelio apostólico, Jesús garantiza su presencia hasta el fin de los tiempos (Mt 28:19-20).