Para que el evangelio sea más efectivo, tenemos que asimilarlo todos, enteramente. Hay una tendencia a teologizar las buenas nuevas en el marco doctrinal y teórico, pero poca iniciativa para llevar la teoría a la práctica. Esto, irremediablemente, genera una fe sintética. La cultura cristiana peca de ingenua al creer que el mensaje de salvación por sí solo es suficiente para atraer las almas a Cristo. Hay predicadores predicando al aire y otros que llenan iglesias con un mensaje vano y desnutrido. Lo cierto es que el evangelio cobra una dimensión sobrenatural cuando se encarna. La línea fronteriza entre el cristiano y el ateo pugna por desaparecer. Que Dios nos libre de cruzarnos de brazo para ver el féretro de la fe pasar delante de nuestros ojos sin mayores consecuencias. Hay que pelear la buena batalla. “Pelea la buena batalla de la fe; haz tuya la vida eterna, a la que fuiste llamado…” (1 Tim 6.12).
¿Sabe de qué tipo de fe estoy hablando? Fe cuando tiemblas delante del nombre de Dios, fe cuando reconoces tu insuficiencia ante situaciones difíciles, fe cuando no entiendes los propósitos de Dios en lo que está ocurriendo en ti y en tu familia, pero sabes que “te ayudará a bien”, fe cuando oras por lo imposible confiando en que Él obrará, fe cuando te lanzan a la fosa de los leones y sabes de antemano que el Señor los apacentará para que no te reduzcan a un amasijo de carne y sangre.
El SEÑOR es mi fortaleza y mi canción, y ha sido salvación para mí. Salmos 118:14
El evangelio conciso se basa en la fe viva en Cristo. Con semejante fe puedes lanzarte desde el pináculo del templo con la certeza de que sus ángeles no permitirán que te desplomes contra el piso. Por esa fe, el diablo salió huyendo con la cola entre las patas. Esta es la fe del evangelio conciso.
El evangelio conciso no se basa en estructuras clericales, ni en ministerios humanos para llevarlo adelante, sino en una simple convicción: Dios me ama y espera que yo ame a los demás en proporción a su amor por mí. Él quiere que amemos al prójimo presentando a Jesús como “el único mediador entre Dios y los hombres” (1 Ti 2.5). Para ello nuestra fe no debe moverse entre lo trascendente y lo mundanal… no puede ser fluctuante, no puede ser epidérmica, sino verse en la práctica, reflejarse en la vida cotidiana, incluso cuando nadie nos ve, sino únicamente Dios.
Los tiempos de debates ecuménicos y planteamientos teológicos discrepantes han pasado. La teología debe ser un vestido a la medida de nuestras necesidades espirituales, de depender más y más de Cristo para solventar los conflictos y dilemas de hoy, desde el hogar y hasta lo último de la tierra. El evangelio conciso proclama a Cristo desde las trincheras de la fe, no brinda soluciones a la ligera, ni promete bonanzas al que decide seguirle. Es de impacto, de transferencia de vida, relacional, amigo y compañero. Busca la verdad en las Escrituras (Jesús es la verdad) y entiende la vida eterna desde que se abraza la fe salvadora en el redentor de la humanidad. “Si alguien llega a ustedes predicando a un Jesús diferente del que les hemos predicado nosotros, o si reciben un espíritu o un evangelio diferentes de los que ya recibieron, a ése lo aguantan con facilidad” (2 Co 11.4)
Recientemente un pastor de mi país, con cara apesadumbrada y ojos lagrimosos, me dijo:- Hace falta que el gobierno nos dé más posibilidades de predicar a Cristo en Cuba. – Sin pensarlo le contesté: -No, lo que hacen faltan son personas valientes que se involucren más en la tarea de predicar a un Cristo real que transforma las vidas –. Es sólo una ilustración. El asunto es que siempre le echamos la culpa a algo o a alguien para maquillar nuestras insuficiencias…y el mundo continúa desplomándose ante su dios, quien le ha cegado su entendimiento “para que no vea la luz del glorioso evangelio de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Co. 4.4.)
Las personas tienen que ver que los cristianos hacen del cristianismo algo relevante, urgente, imprescindible. No entienden de primera si el cielo es un regalo o el infierno el destino de los pecadores. Desean ver que el cristianismo es una mejor manera de vivir, que renueva, que anima a vivir con propósito y alegría bien fundadas. Entendamos que cuando Dios nos mira quiere ver la imagen de su hijo Jesucristo reflejada en nosotros.
Nuestro evangelio no vino a ustedes solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción. 1 Tesalonicenses 1:5
¡Dios bendiga su Palabra!