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El Dios del Pacto y la Misericordia. Un Privilegio del Pueblo de Dios Amar con Fe

El amor cubre multitud de pecados. Sí, esta joya de la Palabra de Dios rompió el medidor de los quilates. Por irradiar luz a un tema tan obligatorio como es nuestra relación hacia el prójimo, sean creyentes o no, le concede a su tratamiento un matiz muy especial; es como un regalo.

que podemos hacerle a los demás de parte de Dios con la frecuencia que decidamos. No significa este verso que el pecado es justificado por el simple hecho de que seamos amorosos con los pecadores, sino que el amor tiene suficiente poder en sí mismo que es capaz de hacer operar el perdón en nuestro corazón y procurar que pasemos por alto el error (o la ofensa) cometido por el hermano, el amigo o el vecino que, con malas intenciones o no, quiere sacarnos de los cabales y trata de hacernos perder el gozo del Señor.

Tendemos a juzgar de primera mano, deseamos tomar las riendas del asunto. Condenamos al pecador junto con su pecado, pero “No hay más que un solo legislador y juez, aquel que puede salvar y destruir. Tú, en cambio, ¿quién eres para juzgar a tu prójimo?” (Santiago 4:12).

Muchas veces no deseamos tomar acciones en contra del prójimo, y nos consolamos erróneamente en el aquello de “yo soy cristiano y él (ella, ellos) no”. ¡Qué orgullo! ¡Qué vanidad tan religiosa! Lo más triste es que olvidamos que Dios envió a su Hijo para que muriera en la cruz en favor de ellos también. Él murió en la cruz por todos, incluso por aquellos que nos han ofendido, por los que todavía no han experimentado Su amor. ¿Qué nos dice Jesús? Tu amor puede cubrir multitud de pecados del prójimo, nos da el poder para ignorarlos y seguir adelante nuestra carrera, los echa en el abismo del olvido o en el fondo del mar. ¿Acaso no hizo lo mismo Dios con los nuestros? Los clavó en la cruz junto con el cuerpo de su hijo amado. El Padre descargó su ira sobre Él para limpiar nuestra maldad con su sangre, o lo que es igual, para no descargarla sobre nosotros ¡Y todavía somos tan necios que somos tardos para perdonar a los demás! Muchas veces, sin quererlo, nos convertimos en “asesinos de la gracia”, término que acuñó un notable escritor cristiano en una de sus obras.

El amor (el que encarnamos por la gracia de Dios) que cubre multitud de pecados (los míos y lo del prójimo), nunca condena, sino perdona las faltas cometidas, se deleita en tolerar con paciencia cristiana los abusos de acciones y palabras contra nuestra integridad. El amor cristiano perdona y absuelve de culpas. Martin Lutero lo comprendió perfectamente: “Como Dios con amor cubre mis pecados, si yo creo, yo debo cubrir con mi amor los pecados de mi prójimo”.

En cierta ocasión los discípulos habían ido a Samaria a preparar la visita de Jesús, pero no fueron bien acogidos por los samaritanos: “Cuando los discípulos Jacobo y Juan vieron esto, le preguntaron: —Señor, ¿quieres que hagamos caer fuego del cielo para que los destruya? Pero Jesús se volvió a ellos y los reprendió.’” Lucas 9:54–55. ¡Ese es nuestro Maestro! Ante la contrariedad de sus discípulos (estos no sólo condenaban a los samaritanos, sino además, querían verlos muertos), y la negativa de lo samaritanos a recibirlo, el Señor levantó la bandera del amor cubriendo los pecados de aquel pueblo. El amor prevaleció. “El amor… no se deleita en la maldad… Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor 13:6-7). ¡Qué grande es nuestro Señor!

Con la vara que un día midas, te medirán. “No se conviertan en jueces de los demás, y así Dios no los juzgará a ustedes. Si son muy duros para juzgar a otras personas, Dios será igualmente duro con ustedes. Él los tratará como ustedes traten a los demás.” Mateo 7:1–2 (BLS)

¿Se acuerdan de la mujer en la Biblia que fue sorprendida en adulterio? Cuando los religiosos asesinos de la gracia la llevaron ante Jesús y le preguntaron si debían apedrearla, Él les expresó: “…Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.” (Juan 8:7b). Era de esperar, todos se marcharon. Al quedar sólo Jesús y la mujer en aquel escenario, Él le dijo: “—Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena? —Nadie, Señor. —Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar.” (Juan 8:10b–11). Esto es amor en acción.

¿Jesús pasó por alto el adulterio de la mujer? ¡Por supuesto que no! Pero decidió no condenarla, sino perdonarla, y hablarle la verdad en amor. Su amor cubrió totalmente un pecado que hasta hoy, sigue siendo de los peores. “El amor es paciente, es bondadoso…” (1 Cor 13:4) No hay mejor medicina que el perdón y el amor para arrojar por tierra la maldad del hombre. Eche una miradita a su vida antes de Cristo y lo entenderá con certeza. El dolor de la ofensa que nos causa el prójimo y hasta un ser muy amado puede ser grande, pero Cristo fue llamado varón de dolores (Isaías 53:3) muchos años antes de su sacrificio en la cruz. Estoy seguro que tú tienes oídos para oír y te abrazo con todo el amor en Cristo.

Oremos: Padre, que tu gracia y tu paz se multipliquen en aquellos que nos han ofendido y nos han causado dolor. Tú sangre también fue derramada para limpiar el pecado de ellos. Sus pecados tienen el mismo precio que tú pagaste por los míos. Decido hoy perdonarlos con un amor que anhela parecerse al tuyo, que cubrió y cubre aún la multitud de todas nuestras faltas. Te alabo por la certeza de tu perdón. Mi corazón te canta porque tú inventaste el verdadero amor, ese que no se extingue, que nunca deja de ser. En Cristo, amén.

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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