En nuestro peregrinaje espiritual de la mano de Cristo nos han sobrevenido situaciones, difíciles o no, en las que seguramente nos hemos preguntado ¿qué haría Cristo en mi lugar si estuviera atravesando por este trance? ¿Cómo puedo resolver este problema para el cual no encuentro consejo humano que me satisfaga?
Los cristianos tenemos la posibilidad de obtener, a través de la fe y el temor reverente a nuestro creador, un don inapreciable del Espíritu que nos ayudaría a salir airosos de todo tipo de situación – aunque en la contienda sobrevengan dolores y quebrantos –: la sabiduría.
Si le preguntáramos a cualquier persona por el significado de la palabra sabiduría, es posible que su respuesta describa una relación de esta palabra con lo que comúnmente llamamos conocimiento y dirían, en su mayoría, que la sabiduría es algo así como un abundante conocimiento en todas las disciplinas del saber humano y de todo lo que gira alrededor de la vida; por tanto un hombre sabio sería aquel que derrocha y destila conocimiento hasta por los poros. Para los nacidos en Cristo, el saber y el conocimiento no siempre se dan la mano. Es que incluso, en ocasiones, lo uno no tiene nada que ver con lo otro.
El gran predicador inglés Ch. Spurgeon dijo en una ocasión: «La sabiduría es el uso correcto del conocimiento. Saber no es ser sabio.» Por supuesto que se estaba refiriendo a la sabiduría que proviene de Dios, del conocimiento que da Dios a manos llenas a quienes con humildad, aguardan sin insurgencias ni dobleces, el toque del Padre agregando a su gracia una porción de su infinita sabiduría. Dios es la única fuente verdadera de sabiduría. Él es el único y sabio Dios (Ro 16:27 a). Pablo deseaba con fervor que los hermanos de la iglesia de Éfeso fuesen bendecidos con este don. “…para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él” (Ef. 1.17).
Cuando se habla de sabiduría divina, de inmediato viene a nuestra mente el nombre de Salomón. La Palabra señala que “Todo el mundo procuraba visitarlo para oír la sabiduría que Dios le había dado” (1 Reyes 10:24). El secreto de Salomón fue que le pidió a Dios, en gesto humilde, le diera la sabiduría necesaria para gobernar a Su pueblo (2 Cr 1.10) y Dios se la concedió de tal manera que, dice la Biblia, no hubo rey antes de él y después de él que tuviera tantos bienes, riquezas, gloria, sabiduría y ciencia para cumplir Sus designios (2 Cr 1.12).
La sabiduría de Dios manifestada en el cristiano no puede verse al margen de la fe y del crecimiento espiritual. Podemos y debemos pedirle a Dios en todo momento nos dé sabiduría de lo alto, no para gobernar nuestras vidas, sino para hacer su voluntad. Una mente renovada en Cristo es depósito seguro para adquirir, guardar y atesorar la sabiduría que desciende de lo alto y crecer en el conocimiento de Jesús, quien es su voluntad mayor. Santiago en su carta universal, señala que este tipo de sabiduría nada tiene que ver con los sabios de esta época, ni con los filósofos, ni los entendidos en cualquier materia, sino con aquellos que, sometidos a la voluntad de Dios y en obediencia, fundan y ennoblecen la obra de Dios con pureza, amabilidad, llenos de misericordia y de buenos frutos demostrando con sus actos de fe una íntima comunión con Dios y un conocimiento elevado de su naturaleza y atributos. Crecer en sabiduría es crecer en el conocimiento de nuestro Dios y de nuestro Salvador Jesucristo para cumplir sus propósitos eternos.
El apóstol Pablo le decía a los corintios: “Que nadie se engañe. Si alguno de ustedes se cree sabio según las normas de esta época, hágase ignorante para así llegar a ser sabio” (1 Cor 3.18). ¡Qué bien! Así que para ser sabios, primero debemos hacernos ignorantes. Santiago también nos trae un mensaje similar y nos advierte que si en algún momento nos sentimos sabios, no lo demostremos con vanos conocimientos, sino a través de un testimonio sazonado con el trabajo hecho con la humildad que produce la sabiduría (Santiago 3:13). La sabiduría de Dios produce humildad en el carácter cristiano.
Dios concede sabiduría a quien la anhela y la busca para darle gloria. Él desea que seamos sus administradores fieles, que tomemos decisiones correctas, que andemos en justicia en todo lo que hacemos, que nos comportemos sabiamente con los que no creen en Cristo (Col 4.5). Todo eso es fruto de la sabiduría que proviene de Dios, es apreciar su valor, buscarla con todo nuestro ser para crecer en nuestro Señor Jesucristo.
Job entendió que la sabiduría es un bien preciado e incomparable de Dios. No hay riqueza que se le compare, le es revelada sólo a aquellos que buscan incansablemente al Señor, que celan y muestran un hambre insaciable por conocerle cada día más. Esa sabiduría está al alcance de todos en el temor de Dios, caminando en la fe y anhelando encontrarla en Jesucristo, dueño y Señor de todas las riquezas espirituales. Crecer en sabiduría es desechar el orgullo y la suficiencia que produce necedad y conocimiento vano que no da frutos para el Reino, más bien es confrontar la vida reposando totalmente en Él “para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios (1 Cor 2.5).
En el Diccionario de Anécdotas e Ilustraciones Bíblicas de A. Almudevar aparecen muchos tipos de sabios. Cito textualmente:
Existen los sabios según ellos mismos, a los cuales la Biblia llama necios.
Existen los sabios según los demás, a los cuales la Biblia alaba.
Existen los sabios según los conocimientos, de los cuales la Biblia dice que han de perder toda su ciencia cuando mueran.
Existen los sabios según Dios, a los cuales los hombres llaman locos, y la Biblia llama nacidos de nuevo.
Esta última es la sabiduría verdadera y real porque durará para siempre en el cielo.
¡Dios te bendiga!