Articulos

El desafío de crecer en el Espíritu

Nada ni nadie pueden crecer sin antes haber nacido. Es el ciclo natural de la vida: uno nace, crece, se desarrolla y finalmente muere. En el contexto espiritual sucede de igual manera, sólo que el desarrollo del cristiano depende del Espíritu.

y ese Espíritu nos da vida, porque al dar testimonio de Jesús, pasamos de muerte a vida. El crecimiento espiritual puede suceder cuando la experiencia de conversión está anclada en el nuevo nacimiento en Cristo y comenzamos a caminar por sendas que hasta entonces nos eran desconocidas. El camino es Cristo y las sendas son esas pequeñas arterias y derroteros del creyente, que indefectiblemente y a pesar de tropiezos y obstáculos, convergen en aquel que es el Camino. Crecer en Cristo no es una opción. El cristiano que decide permanecer en Cristo y anhela acercarse a su estatura, debe ceñir su vida con el cinturón de la santidad. A la santidad nadie puede aspirar sin el deseo de cada día parecerse más a Cristo. No hay métodos, ni principios, ni normas que rijan el crecimiento del cristiano, sino la obediencia a la palabra de Dios. En la Biblia abundan los ejemplos de hombres y mujeres que se convirtieron en gigantes espirituales por la obra de Dios en sus vidas. Pero nuestro modelo es Jesús.

Para comenzar a crecer, lo primero es tener una profunda convicción y seguridad de tu salvación, tener la certeza de que tu conversión no ha sido una mera experiencia emocional, sino un paso de fe en Cristo, un nacimiento en el Espíritu. “Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu”. (Juan 3:6). Jesús fue el Verbo encarnado, nacido de mujer, pero por obra del Espíritu Santo. Nosotros somos nacidos de mujer, pero nuestro nuevo nacimiento proviene del Espíritu. Somos espirituales no por causa de un carácter sensible y una calidad moral y subjetiva, sino porque hemos nacido en el Espíritu. Sin un nuevo nacimiento espiritual genuino, el crecimiento en la vida cristiana podría atravesar por fuertes tormentas, pues por mucho esfuerzo, empeño y deseo de consagración, el crecimiento, en toda la acepción espiritual de la palabra, sólo lo da el Espíritu de Dios.

La conversión y el nuevo nacimiento en el Espíritu dan por hecho que Cristo nos regala una nueva identidad sellada con su nombre que produce en el creyente el deseo de agradarle en todo. Esta nueva identidad nos permite vivir en la Verdad. El apóstol Pablo llamaba a un crecimiento con la mirada puesta en Cristo. “Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo” (Efe 4.15). El crecimiento espiritual en la vida cristiana fluye de manera espontánea y natural al adquirir esa nueva identidad. Cuando no sucede esto, somos inconsistentes y obramos contrario a lo que nuestra identidad nos indica que hagamos. Un pez sólo puede vivir en el agua. Si trata de vivir en otro medio natural, por mucho que lo intente, muere. Como pez, su identidad tiene características específicas que no le permiten vivir en otro hábitat natural. Así sucede también con los hijos de Dios. Nuestro hábitat es Cristo. En Cristo nacemos y crecemos. Nuestra nueva identidad cristiana es suelo fértil y es Cristo quien aporta los nutrientes necesarios para crecer en toda dirección espiritual y vivir una vida como a Dios le agrada.

El crecimiento se hace manifiesto en la manera que el fruto del Espíritu se hace visible en la vida del creyente. “Así que por sus frutos los conocerán” (Mateo 7:20).

Si eres consciente de tu nuevo nacimiento espiritual y de tu nueva identidad no te será difícil comprender los beneficios que produce el descansar y permanecer en el Señor para crecer cada día en santidad. Jesús permanecía en el Padre, hablaba lo que el Padre le indicaba, hacía lo que el Padre hacía, daba testimonio de aquél que lo envió. Su vida estaba condicionada por el conocimiento del Padre, su devoción por Él, su amor a Él. El estilo de vida del creyente debe estar fundado en la permanencia en Cristo así como Cristo permanecía en su Padre. Jesús le dijo una vez a su discípulo Felipe: ¿Acaso no crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les comunico, no las hablo como cosa mía, sino que es el Padre, que está en mí, el que realiza sus obras. (Juan 14.10). En otra ocasión les decía a sus seguidores: En aquel día ustedes se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre, y ustedes en mí, y yo en ustedes. (Juan 14.20).

Jesús creció en sabiduría y estatura porque permanecía en su Padre. Así también Cristo nos llama a permanecer en Él para crecer y dar frutos. “Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí. Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada. (Juan 15:4-5).

La vida cristiana se vive en Cristo, no hay otra forma de vivirla. Que el Señor los haga crecer para que se amen más y más unos a otros, y a todos, tal como nosotros los amamos a ustedes. (1 Ts 3.12)

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.

Botón volver arriba