Principal

El desafío de crecer a través de la justicia y la misericordia

Si nos detenemos a pensar por un instante que por la fe en Jesucristo, Dios nos ha declarado justos delante de sus ojos, nos parece inverosímil que el amor de Dios pueda ser tan extraordinario. ¿Cómo es posible- se preguntan los incrédulos – que este Dios sea capaz de perdonar toda la maldad practicada y cometida anterior al encuentro con su Hijo, por medio de la fe? ¿En verdad es suficiente nuestra fe en Cristo para ser justificados – es decir declarados no culpables de nuestras transgresiones- a pesar de nuestra actitud muchas veces delictiva y pecaminosa, aun intentando practicar un cristianismo consagrado y sincero? Tenemos muchos motivos para alabar a Dios, pero esto de declararnos justos y no estar condenados por nuestras culpas y rebeliones, merece una alabanza especial. La revelación de esta verdad le confiere a nuestra vida cristiana un soplo adicional de esperanza en aquél que Dios hizo responsable de todos los pecados de la humanidad – incluidos los nuestros-. ¿Cómo el hombre ha podido ignorar durante siglos esta manifestación extraordinaria del amor de Dios?

El hecho de que Dios haya perdonado nuestros pecados en su misericordia, no nos da crédito vitalicio para gozar de sus favores, ignorando que también Él manifiesta su amor hacia nosotros al aplicar justas recetas disciplinarias para hacernos mejores y recordarnos así, que Él es el Señor y no nosotros de nosotros mismo.

Merecíamos la muerte por nuestros pecados, pero Dios fue justo y por la fe que demostramos tener en Jesús, Él nos justificó delante del Padre. El mérito es de Cristo, no de nosotros, ni de nuestras buenas obras y actitudes como respuesta a la fe. La respuesta a la justificación es la obediencia; no debemos descuidar y apreciar con temor y temblor la inmensa salvación que Jesús nos regaló a costa de su muerte. Es la justicia de Jesucristo la que nos hace justos delante del Padre, fue su misericordia por haber creído en el Salvador del mundo. Fue su gracia.

En su carta a los Romanos, Pablo nos dice: “…los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia reinarán en vida por medio de un solo hombre, Jesucristo” (Ro 5:17). Y completa esta increíble reflexión doctrinal con una sentencia por la que podríamos saltar de gozo: “…por la obediencia de uno solo – Cristo- muchos serán constituidos justos” (Ro 5:19 énfasis del autor).

Ahora bien, ¿a qué nos debe mover esa justificación con relación al prójimo? Pues a la práctica de la justicia, a la comisión de la misericordia, a buscar más del Señor. “¡Siembren para ustedes justicia! ¡Cosechen el fruto del amor, y pónganse a labrar el barbecho! ¡Ya es tiempo de buscar al Señor!, hasta que él venga y les envíe lluvias de justicia” (Ose 10.12)

Las obras y las acciones de justicia que podamos hacer no son esencialmente méritos que aprovechan para presentarnos delante de Dios como hacedores de su Palabra, sino el reconocimiento de que Jesús es justo y que al estar en Cristo, su justicia nos pertenece por la gracia de Dios. Sólo entonces Él mueve nuestro corazón a la misericordia hacia los demás. La práctica de la justicia y misericordia fundada en Cristo, se convierte doblemente en una bendición que enriquece nuestra vida espiritual y nos hace crecer. El apóstol Juan nos lo dice con palabras divinas: “Si reconocen que Jesucristo es justo, reconozcan también que todo el que practica la justicia ha nacido de él” (1 Jn 2.29). Esta es palabra con filo.

La justicia que heredamos de Cristo como un don especial, nos debe mover a la misericordia. Es un fruto que se siembra y que produce gozo. El Evangelio en pleno nos alienta a la práctica de la justicia y de la misericordia como actitud del corazón y más allá; resultado de la gracia que recibimos y que también debemos compartir. En este sentido también podemos crecer espiritualmente. Santiago nos exhorta: “En fin, el fruto de la justicia se siembra en paz para los que hacen la paz” (Stg 3.18). Casi 800 años antes el profeta Isaías ya sostenía una semblanza bien parecida a las palabras de Santiago: “El producto de la justicia será la paz; tranquilidad y seguridad perpetuas serán su fruto” (Is 32:17). Palabra con doble filo.

La misericordia tiene que ver con el amor. Es el sentimiento que brota desde el corazón de Dios e irrumpe, vestido de justicia y compasión, hasta adentrarse en la miseria humana, restaurándola con el bálsamo de su pasión. David alababa al Señor: “Justicia y juicio son el cimiento de tu trono; Misericordia y verdad van delante de tu rostro” (Sal 89.14). ¿Acaso no son la justicia y la misericordia muestras de la eterna fidelidad de Dios?

Fuimos justificados por la fe en Jesús. Y la bendición de habernos hecho justos delante de Dios, nos desafía a crecer en justicia y misericordia para con los demás. Es, para el gozo del cristiano, una respuesta en gratitud a la Salvación que obtuvimos por gracia y vivir desde entonces en el Espíritu. “porque el reino de Dios…es justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Ro 14.17)

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Botón volver arriba