Cuando la mujer con el flujo de sangre oyó hablar de Jesús dijo: «Esta es mi oportunidad». Después de años de sufrimiento y soledad estaba dispuesta a tomarse cualquier riesgo con tal de encontrar una solución a su desesperante necesidad.
Y entonces se metió entre la multitud. Había oído que el Señor estaba pasando por su ciudad, maquinó para ver cómo podía tocarlo, y se internó en la multitud. Me imagino que se abrió paso agresivamente. Se metió entre los hombres y las mujeres. Llegó hasta donde él estaba. Miradas hostiles quizá para ella por donde quiera que pasaba. Pero ella decía: “Si tan sólo tocare el borde de su manto, seré sana”.
Y esto es interesante: Se me ha ocurrido pensar que quizás si esta mujer hubiera estudiado teología o hubiera ido a algún seminario no se hubiera atrevido a hacer lo que hizo. Quizás hubiera estado demasiado consciente de lo raro de su esfuerzo de buscar sanidad sin pedirla directamente a aquel que se la podía dar, o de la apariencia supersticiosa de su acción.
A veces la ignorancia es buena y necesaria. A veces se necesita esa gente atrevida y arrebatada que se lance sin mucha reflexión previa, y haga lo que tiene que hacer. El Señor honra a la persona atrevida. Quizá no tenga toda su teología perfectamente alineada, pero hay en ellos un corazón apasionado, y Dios tiene misericordia de ellos. Porque esta mujer no le pidió permiso a Jesús para obtener su sanidad de parte de él. Tomó una determinación: “Le voy a extraer como pueda la energía sanadora a este ser misterioso y voy a obtener mi sanidad”.
Ella en realidad estaba pensando en términos de magia quizás. Quizás pensó: este hombre tiene poder; si yo le toco la ropa el poder va a salir de Él. Ella no estaba pensando: le voy a pedir permiso, le voy a presentar mi caso, le voy a pedir que me sane como hicieron todos los demás. Ella se acercó por detrás sin decirle nada al Señor y dijo: este hombre tiene tanta fuerza que si yo meto la mano dentro de Él y lo toco Él va a comunicarme poder y va a suceder lo que yo necesito que suceda. ¡Qué maravilloso es el Señor!
El Señor es como un depósito de fuerza y de poder. Por donde Él camina, todo el poder del Reino de Dios va con Él. Y va la sanidad, va el consuelo, va la respuesta a las necesidades de la humanidad. Esta mujer tocó a Jesús y recibió la respuesta a su necesidad. Dios sanó su vida. El Señor Jesucristo la tocó y lo que los médicos no pudieron hacer el Señor lo logró.