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El cetro de la maldad no permanecerá en la tierra dada al justo

Como hemos comprobado tan gráficamente esta semana, la maldad existe en este mundo. Pero Dios también le ha puesto un límite. Tan solo se puede manifestar por un momento, pero luego tiene que cederle el espacio a un Poder más Alto y Noble, quien a final de cuentas tiene todo el control.

Somos gente de fe. Creemos en un Dios benévolo que sostiene con una mano estable la historia; quien aunque permite que el odio y el fanatismo tengan su momento, también ha declarado una y otra vez, a través de las muchas voces de fe en este milenio, que al final, el bien prevalecerá; que, si, “el llanto podría permanecer por la noche, pero el gozo viene en le mañana” (Salmo 30:50).

Eventos como el que nos lastimaron esa tarde asoleada del lunes, tan solo hace un par de días atrás, nos recuerdan que vivimos en un mundo misterioso, en donde un Dios amoroso y soberano algunas veces permite que una pequeña chispa de energía negativa penetre nuestro dominio, pero tan solo para ennoblecernos y para extraer de nosotros una porción de generosidad y bondad aún mas grande.

El dilema de la maldad es que aún cuando lleva a cabo su trabajo obscuro y siniestro, siempre termina reforzando el bien y haciendo resplandecer con más fuerza la misma luz que tan desesperadamente trata de extinguir.

Todos hemos sido inspirados por las imágenes y las anécdotas de heroísmo y bondad que surgieron desde el primer momento que ocurrió esta terrible tragedia: En nuestras debilidades, somos hechos fuertes. En nuestros sufrimientos, hemos sido inspirados a orar los unos por los otros. En nuestras heridas, hemos extendido consuelo. En nuestra diversidad, nos hemos unidos. En nuestra perplejidad, hemos sido inspirados a correr hacia Dios, y a recordar que no importa cuán fuerte, veloz o sobresalientes seamos, somos, a la larga, hijos frágiles de la eternidad, capaces de encontrar una esperanza verdadera y consuelo solamente en el pecho del Padre, en la tranquilidad de la oración y en la humildad espiritual.

En esa paradoja de debilidad en la que hemos entrado podemos obtener más gracia y ser más fuertes, mejores canales para que la gracia de Dios fluya en este mundo caído.

Este es un consuelo pequeño e inmediato, por supuesto para aquellos quienes se encuentran en una cama de hospital contemplando una vida que irrevocablemente fue transformada, o quien llora una pérdida o a un ser querido herido. Oramos para que ellos también reciban la gracia para ver más allá de este momento de sufrimiento, y para creer que sus vidas están aún muy lejos de haber terminado; para que puedan ponerse de pie sobrepasando su dolor y su perdida y convertirse en seres humanos espiritualmente más fuertes y mas agiles; para que puedan encontrar la llenura de la vida y la felicidad y obtener una realización personal en la nueva normalidad del mundo en que habitan.

Ojala que nunca permitan que la amargura o el odio se queden en sus almas más que solo por un momento. Ojala que reciban la paz que sobrepasa todo entendimiento. Ojala que puedan traducir en su propio lenguaje espiritual las palabras de tranquilidad del apóstol Pablo:

“¿Quién nos separara del amor de Cristo? ¿La Tribulación o la angustia, el peligro o la persecución, el hambre, la indigencia, o la violencia? Aun en estas cosas somos más que vencedores en aquel que nos amo.” (Romanos 8:35-37)

El amor de Dios todavía tiene la ultima palabra. Dios no se ha olvidado de Boston. Dios no se ha olvidado de nuestra nación. Él sencillamente teje un tapiz hermoso y radiante que incluye unos cuantos hilos oscuros.

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