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El balance entre justicia y misericordia

El llamado de Dios a la Iglesia en el siglo XXI es: ser una Iglesia de balance, una Iglesia que pueda dirigirse a las necesidades de esta cultura tan compleja y tan escéptica acerca de la Iglesia de Jesucristo y de los cristianos, y tan sospechosa de nuestras motivaciones y de nuestra sinceridad en una forma que sea comprensible, que sea llena de gracia, atractiva y que los lleve a considerar las promesas y los reclamos del Evangelio de Jesucristo.

Y hemos dicho que una de las cualidades que debe tener esa Iglesia es la capacidad de mezclar la misericordia con la santidad, la gracia con la verdad. Se trata de una capacidad para mantener lo que yo llamo una mentalidad bipolar, que por una parte enfatice la santidad y el llamado a la integridad y a un comportamiento conforme a la altura del Evangelio, pero que por otra parte sea también capaz de entender que el caminar cristiano, la jornada del creyente es una jornada de continua y gradual santificación, un continuo acercarnos más hacia la imagen de Jesucristo.

Y que se necesitan iglesias y líderes, y laicos, y Pastores que tengan un corazón pastoral y que estén muy conscientes de esa jornada de lucha, de zigzagueo, de levantarnos y caernos y volvernos a levantar, de siempre quedar cortos al final del día y de tener que venir otra vez a los pies del Señor, y pedir misericordia y gracia.

Y de poder vivir en una posición de, por una parte tener un gran apetito de santidad y una consciencia de que servimos a un Dios santo que requiere de nosotros un comportamiento que esté a la altura de Su Gloria y de Su Santidad, pero que por otra parte también es un Dios de bondad y de misericordia, un Padre amoroso; como decíamos antes, se acuerda de que somos polvo. Él conoce nuestra condición y se compadece de nosotros como el padre se compadece del hijo.

Y entonces como ustedes pueden ver, siempre habrá una tensión entre esas dos posturas, nunca tendremos un balance perfecto. En algunas ocasiones parecerá que nos iremos de un lado, en otras ocasiones parecerá que nos iremos del otro.

Hay dos textos en la Escritura, que estuve pensando hace un momento, que nos ayudan a ver esta combinación. Yo veo que en las Escrituras siempre la Palabra nos llama a ver a nuestro Dios como un Dios que mezcla esas dos cualidades que yo estoy hablando, de justicia y de misericordia, es una parte fuerte y dura y exigente, y otra parte tierna, misericordiosa y compasiva y que nosotros tenemos que imitarlo a Él en esa doble postura para ser iglesias que verdaderamente reflejemos el balance de Dios.

En el Salmo 85 hay un versículo que nos dice, versículo 10 del Salmo 85: «La misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron.» Es una imagen muy poética y muy linda ¿no? Lo que está diciendo aquí es que en el Reino de Dios y en el sistema del Reino de Dios estas dos cualidades se encuentran y dice aquí que se besan, en el sentido de que se unen en una manera muy profunda, y que nosotros tenemos que hacer eso mismo.

Nuestras iglesias y si somos padres, por ejemplo nuestro estilo paternal, maternal debe reflejar eso. Si somos amigos y hermanos en Cristo, nuestra forma de tratarnos unos a otros tiene que reflejar esa forma doble de mezclar la misericordia junto con la verdad.

Entonces cuando la Biblia dice que la misericordia y la verdad se encontraron está diciendo que, la forma de tratar al pecador, la forma de tratar a nuestros hermanos cuando nos ofenden, cuando se equivocan y la forma de tratarnos a nosotros mismos cuando nosotros mismos violamos la ley de Dios es mezclando las dos cosas.

A veces nosotros pensamos que para poder tolerarnos a nosotros mismos y amarnos a nosotros mismos tenemos que ocultar la verdad, tenemos que ocultar nuestros defectos o echarle la culpa a otros, o pretender que no cometimos un error porque pensamos que si admitimos la verdad entonces nos vamos a condenar nosotros mismos y vamos a sufrir, y no tiene que ser así.

Yo creo que nosotros podemos ser honestos con nosotros mismos, honestos en ver los defectos de las personas que amamos pero también a la misma vez podemos ser misericordiosos con nosotros mismos y saber que estamos en proceso, que vamos a caer y esa es la condición humana, vamos a ofender al Señor, vamos a quedar cortos y que tenemos un Dios lleno de misericordia que está dispuestos siempre a perdonarnos y a decirnos: Hey, adelante, Yo sé que estás haciendo lo mejor que puedes, tómame de la Mano de nuevo y sigamos porque Yo estoy contigo, ¿no?

Tenemos que ser gente donde la justicia y la paz se besen dentro de nosotros y lo mismo en nuestras iglesias, y en nuestros ministerios, y en nuestra paternidad, nuestra maternidad. Gente que la gente sepa que somos gente de integridad, de santidad pero que también somos gente de misericordia y de bondad.

Hay otro pasaje que habla acerca del carácter de Jesucristo en Juan capítulo 1 versículo 14 donde dice que: «Aquél Verbo, Jesús, fue hecho carne y habitó entre nosotros lleno de Gracia y de Verdad.» De nuevo la misma cosa, ese balance. En el carácter de Jesús se unían la gracia y la verdad y eso es lo que vemos continuamente, lo que hemos visto ya en ocasiones anteriores; esa combinación perfecta de Cristo, de un hombre y Dios de integridad, de santidad pero también de extremada misericordia y nosotros tenemos que hacer lo mismo en nuestras vidas.

Fuente:
predicas.org

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