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El atardecer de David

Hace unos meses, en La IBI se regocijaron juntos del carácter, la valentía, y la victoria del joven David frente al gigante Goliat en el sermón David y su gigante. Fueron animados al leer 1 Samuel 17,viendo la fe de este joven hombre quien confió en el Señor con todo su corazón. Cómo, en su debilidad, Dios le dio la victoria al joven mediador de Israel, aquel quien luego sería el rey sobre la nación y le daría libertad y paz por muchos años, y quien recibiría la promesa de que su descendencia estaría en el trono para siempre. Esa es una de las dos historias más famosas de la vida de David.

Pero ahora, vamos a estar viendo su otra historia más famosa: la de David y Betsabé. En 2 Samuel nos encontramos con las terribles noticias de que aun David, el gran Rey David, ha fallado terriblemente. Hasta este momento, prácticamente todo lo que ha hecho David ha sido bueno. Aun cuando ha cometido errores, su carácter ha sido siempre bondadoso, su mente siempre enfocada en la verdad de Dios, y su corazón siempre deseando honrar a Dios. Pero así de alto como ha sido su gloria, así de profunda fue su caída, y así de imposible como resulta de creer, el mismo David llamado “el hombre conforme al corazón de Dios”, es el mismo que hoy vamos a ver comportarse como el peor de los hombres.

En 2 Samuel 11 vemos el inicio del gran pecado de David. Hagamos un ejercicio de contar los pecados que estamos leyendo. En el tiempo que los reyes salen a la batalla, David se queda en Israel, él se levanta al atardecer a pasearse por el terrado. Este es un David en su mejor momento militar, que no se inmuta por la guerra y envía a otro y se queda descansando hasta la tarde. En su paseo, él observa una mujer bañándose. Eso no es en sí mismo pecado, por supuesto—el pecado es que se queda mirando y entonces manda a preguntar por ella, jugando abiertamente con la inmoralidad. Alguien le responde que es casada pero él sigue deseándola. Entonces, David la manda a buscar con mensajeros, lo que implica que más personas sabrían de su lujuria. Él entonces se acuesta con ella.

Hasta aquí es suficientemente horrendo como para no tener que agregarle más. Pero el texto nos dice que al enterarse que ella está embarazada, él manda a buscar a Urías—uno de los valientes de David, que había luchado con él desde que él estaba en la cueva de Adulán, antes de ser rey, huyendo de Saúl—para esconder su acción. Eso no solo es mentira, ¡él está negando a su propio hijo! Pero como no pudo lograr su objetivo, y como si no hubiera pecado lo suficiente, ignorando la conciencia y todo mover del Espíritu Santo dentro, él comete el peor de sus pecados y manda a matar a Urías… ¡por la misma mano de Urías!

Este hombre conforme al corazón de Dios, el hombre que escribió la mayor parte de los Salmos, el mejor rey que ha tenido Israel, en una secuencia de eventos se encontró:

Codiciando la mujer de su prójimo,
Dando falso testimonio,
Hurtando,
Cometiendo adulterio
Y asesinando
La mitad de los diez mandamientos.

Cuando uno es pequeño, uno tiene la tendencia de tratar a los personajes de la Biblia como “superhéroes” de la fe. Con un carácter intachable pensando que han hecho las mejores cosas. Pero veamos rápidamente algunos de estos grandes hombres:

Empecemos con Adán: El único otro hombre que vivió en la tierra (por un tiempo) sin pecado. Termina haciéndole caso a Satanás, escondiendo su pecado, mintiendo, culpando a su mujer, y trayendo a toda la humanidad la maldición de la muerte.

Sigamos con Abraham, el padre de la fe: Él se acostó con su sirvienta para hacerle atajos a Dios, y quien mintió gravemente en al menos dos ocasiones, poniendo a su esposa en gran peligro.

Vamos con Moisés, El líder más grande del Antiguo Testamento: Él inicia su historia asesinando a un hombre. Quien luego se encuentra con Dios y en su primera conversación le dice a Dios, “Señor creo que te equivocaste.” Y luego, a pesar de ser uno de los mejores hombres de toda la Biblia, ni siquiera puede entrar a la tierra prometida debido a su ira.

¿Y qué decirte de los Jueces? Gedeón inicia su ministerio tentando a Dios y luego haciendo ídolos; sus hijos incluso destruyen la tierra.

El gran Job peca en su libro. El gran Nehemías termina su historia pidiéndole misericordia a Dios. El gran Daniel, de quien no se presenta ninguna falta en la Escritura, ora en más de una ocasión que Dios perdone sus pecados.

El Nuevo Testamento no es muy diferente. Por un lado, tenemos las historias de los discípulos, todos apartándose y dejando a Jesús. Por el otro, tenemos la historia de la iglesia: todas las cartas y el libro de los Hechos muestran las faltas actuales o posibles de cada iglesia donde el Espíritu Santo estaba activamente moviéndose y donde los Apóstoles estaban supervisando y ayudando.

¿Por qué nos sorprenden tanto estos pecados? Tal vez es porque pensamos que nosotros somos mejores. Aunque los cristianos decimos “La salvación es por gracia”, y genuinamente lo creemos, hay en nosotros un pequeño tribunal desde el cual nos sentamos a juzgar a los demás. Pensamos, “Nosotros hacemos cosas malas, pero gracias a Dios que no somos como los demás.” Pero la única iglesia donde no hay pecado es el edificio que está vacío. Lo decía bien Eugene Peterson: “Cada congregación está llena de pecadores. Si eso no fuera suficientemente malo, tienen a pecados por pastores”.

En 1 Corintios 10:12 está la advertencia para nosotros, “Por tanto, el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga”. El que cae es el que cree que tiene las cosas bajo control. El pecado es tan poderoso que no hay forma de controlarlo; le das una pulgada y te toma el brazo. ¿O no lo vimos en el caso de David? Las pequeñas indulgencias en pecado son como pequeños tornillos que, uno por uno, no parecen nada pero terminan descarrilando todo el tren.

Es muy fácil eliminar una semilla, pero requiere mucho tiempo y esfuerzo el talar un árbol. Así termina este capítulo: David estaba seguro de que lo había logrado, que se acabó su problema. Pero no era cierto porque Dios ama demasiado a David para dejarlo así, igual como nos ama demasiado a nosotros como para dejarnos en nuestro pecado. En todo el capítulo hay una aparente ausencia de Dios, como si Él no tuviera nada que ver con lo que está pasando. Pero al final del capítulo nos encontramos con esta joya: “Pero lo que David había hecho fue malo a los ojos del Señor” (v.27). La historia no ha terminado porque el pecado es poderoso pero la gracia es persuasiva.

En 2 Samuel 12 vemos la entrada de Natán a la narrativa. Una de las labores comunes del rey de Israel era servir como juez. Pues Natán viene a hacer eso que David ya estaba acostumbrado: a presentar un caso. El profeta Natán no era un extraño para David; fue Natán quien años antes había profetizado a David que su descendencia estaría en el trono para siempre; él era un consejero cercano de David, un profeta amigo. Pero en este momento, debido a su pecado, la profecía que recibiría el rey sería una de condenación y dolor.

El profeta fue increíblemente sabio con el uso de su historia: él presenta a un hombre que lo tiene todo—vacas y ovejas implicaban grandes riquezas—y dice que su riqueza fue de herencia. Lo contrasta con un pobre hombre que luchó y trabajó por tener una corderita preciada que era como la mascota de la casa; dice que dormía con ellos, compartían la copa, y había crecido con sus hijos—era una hija para él. Pues el rico, porque quiso, le quitó la corderita al hombre pobre y la asesinó; a pesar de tener todo lo que necesitaba, él quiso lo que tenía el otro y lo deshonró.

Qué excelente resumen e ilustración de lo que David había hecho. Pero, ¿notaste cuán ciego estaba David? Su respuesta fue, “Y se encendió la ira de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: “Vive el Señor, que ciertamente el hombre que hizo esto merece morir; y debe pagar cuatro veces por la cordera, porque hizo esto y no tuvo compasión.” (v.5-6) No había nada en la Ley que ordenaba la muerte de un hombre por tomar el cordero de otro pero David decide ir por encima de la Ley porque consideraba que el hombre rico lo merecía.

Así somos cuando ocultamos el pecado. Tenemos un problema, algo escondido, odiamos cómo nos hace sentir… y cuando encontramos a otro en falta, queremos que él pague lo que le toca y lo que nos toca a nosotros. Bien dice la Palabra que la ira del hombre no obra conforme a la justicia de Dios.

Pero nota la gracia de nuestro Dios, que no nos deja en el lodo del pecado sino que levanta a sus mensajeros para hablar a nuestras vidas cuando estamos perdidos. David estaba totalmente ciego a su falta. Por eso Dios en su gracia envió a Natán, porque David estaba en un estado que no podía solo.

Debemos orar porque haya Natánes en nuestras vidas. Necesitamos gente cercana que puedan hablarnos, confrontarnos, chocarnos y ayudarnos. Hebreos 3:13 nos habla de eso, de “exhortarnos unos a otros cada día, no sea que alguno de ustedes sea endurecido por el engaño del pecado.” Natán inteligentemente le aplica el sermón a David y lo ayuda a salir de la ceguera de su pecado. Nota la perspicacia de la gracia, lo persuasivo de sus palabras. Natán no inició con la acusación, mas él presentó esta historia que pudiera, como caballo de Troya, pasar las defensas del rey.

Podemos estar seguros de que ese era un tema muy sensible para David. ¿Qué crees que iba a pasar si Natán empezaba diciendo, “David eso que tú hiciste con Betsabé estuvo muy mal”? ¿Crees que él iba a poder seguir hablando? Natán fue inteligente en responder de esa manera; concluyó con la culpabilidad de David, no inició así. Me encanta cómo lo comenta Tim Keller, él dice: “Glorifica a Dios al decir la verdad sobre el pecado. Pero glorifica a Dios todavía más si la persona a quien le dices la verdad sobre su pecado se arrepiente… Dios va detrás de la Convicción y la Conversión más que detrás de la Condenación”.

Nuestra comunicación de la verdad debe ser astuta, debe ser pensada, y debe ser con gracia. No basta decir la verdad, es necesario decir la verdad en amor. Muchas veces, las personas alrededor de nosotros no están rechazando tanto el mensaje del evangelio, sino el mensajero. Natán estaba buscando el arrepentimiento y por eso inició con esta parábola. Él no cambió el mensaje, pero lo pudo presentar de una manera que David la escuchara.

De este capítulo en adelante, David nunca vuelve a ser el David de antes. Él sigue siendo amado por el Señor y ahora Dios le mostraría un perdón perfecto. 2 Samuel 12:13Open in Logos Bible Software (if available) dice, “Entonces David dijo a Natán: “He pecado contra el Señor.” Y Natán dijo a David: “El Señor ha quitado tu pecado; no morirás.” Aquí vuelve a salir ese corazón de David; aquí está ese joven que ha puesto a Dios delante de sus ojos. Este es David quebrantado; este es el corazón de Dios hablando. Este David es un hombre cambiado, y si bien aquí solo hay dos palabras, tan solo dale una mirada al Salmo 32 o al Salmo 51 para que veas qué tan profundo fue el arrepentimiento de David.

Hay una gran diferencia entre el David del capítulo 11 con el del capítulo 12. Este es el perdón que Dios ofrece al corazón contrito y humillado. Este es el cambio que Dios provoca en aquellos que están dispuestos a ponerse bajo su bisturí. David no merecía más nada que no sea juicio y dolor y ciertamente el pecado siempre tiene consecuencias, y él tendría graves y profundas consecuencias por su gran falta.

Ahora, ¿Notaste lo rápido que Natán le presentó el perdón de sus pecados? David dijo DOS PALABRAS, y ya Natán le dijo “El Señor ha quitado tu pecado; no morirás”. ¡Ese es el Dios que nosotros servimos! El Dios de toda gracia, que en Su ira siempre recuerda Su misericordia. Esa es la historia que vemos una y otra vez en la Biblia y en la vida. Una vez hemos sido perdonados, una vez hemos confesado nuestro pecado y hemos recibido el perdón de Dios, somos nuevas criaturas. LAS COSAS VIEJAS PASARON. El pecado de ayer, si me he arrepentido y he ido donde Dios y pedido perdón, ÉL LO PERDONÓ; Él lo olvidó. ¡Ya se acabó!

Este matrimonio que empezó de una manera tan oscura, ¿quién pudiera restaurar algo así? ¿Quién pudiera sacar algo bueno de aquí? ¡Solo Dios! No hay consejero ni psicólogo ni pastor ni terapeuta ni alcohol en el mundo que puedan limpiar una relación así—un matrimonio que empezó con lujuria, desobediencia, adulterio, asesinato y la muerte de un hijo.

Solo el espíritu de Dios toma piezas más rotas y construye una hermosa catedral. Solo él toma tu vida, y la mía, con todos los pecados, con toda la suciedad, con toda la basura que somos capaces de hacer y nos perdona, limpia, capacita, y transforma… hasta nos usa para servir a otros.

Fuente:
Pastor Jairo Namnún

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