En vista de los últimos acontecimientos de abusos sexuales reportados por la Convención Bautista Sureña de Estados Unidos, he estado sumergido en profunda reflexión acerca de la corrupción moral de la naturaleza humana, la cual afecta aún a la misma Iglesia de Cristo. El estado de la cristiandad en general en nuestro tiempo hace imperante un llamado a la Iglesia de Cristo al arrepentimiento. Solo Dios podrá sacarnos del lodo cenagoso. No podemos olvidar las palabras del apóstol Pedro:
“[…] es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si comienza por nosotros primero, ¿cuál será el fin de los que no obedecen al evangelio de Dios? Y si el justo con dificultad se salva, ¿qué será del impío y del pecador?”
(1 Pedro 4:17-18).
Note la sobriedad de estas palabras. La Iglesia no puede entretenerse con el pecado de los que están afuera y descuidar el pecado de los que están adentro. De hecho, Pablo dice en 1 Corintios 5:12-13 que nosotros juzgamos a los de adentro, pero que a los de afuera los juzgará Dios, refiriéndose a cómo cuidar de la santidad de aquellos que forman parte del Cuerpo de Cristo.
John MacArthur y Paul Washer son dos líderes norteamericanos, reconocidos en nuestros días, que con firmeza y valentía han estado predicando para su nación el mismo mensaje que predicó el profeta Jeremías para la suya, antes de la caída de Jerusalén. Ambos han sido persistentes en llamar enérgicamente a la Iglesia al arrepentimiento. Sin duda, Latinoamérica necesita más expositores de la verdad de Dios, llenos de valor y profunda convicción. Los tiempos en que nos encontramos revelan una hemorragia moral, como otros han dicho, y requieren de un regreso a Dios de parte de la Iglesia en primer lugar. Luego, no antes, podrá llamar al incrédulo a su propio arrepentimiento.
En la actualidad, estamos viviendo tiempos muy complejos y turbulentos, caracterizados por un aumento del rechazo de las verdades del evangelio y la moralidad bíblica, y todo apunta a que se avecinan tiempos aún peores. Lamentablemente, son muy pocos los pastores y líderes cristianos que predican sobre la necesidad de arrepentimiento de parte de la Iglesia, lo que nos sirve de motivación para abordar un tema como este, que aparenta ser simple y muy obvio, pero que es fácilmente ignorado y mal interpretado.
Mucho se ha escrito y hablado sobre el evangelio, lo cual celebramos. Se ha predicado y nosotros mismos hemos afirmado en múltiples ocasiones, que el evangelio no es solo para incrédulos, sino también para creyentes. Pero muchos predicadores han olvidado recordarle al creyente que ese evangelio, que es para creyentes e incrédulos, nos llama a vivir una vida de arrepentimiento, como expresara el mismo Martín Lutero en la primera de las 95 tesis. El hijo de Dios necesita que se le recuerde que la gracia que dio origen al evangelio proviene de un Dios santo que no trata con ligereza el pecado, ni en el incrédulo ni en el creyente.
El avivamiento que tanto deseamos ver en nuestra región y más allá nunca llegará si el pueblo de Dios no regresa a Dios primero. El arrepentimiento no garantiza el avivamiento, pero para que un avivamiento pueda producirse se requiere de la humillación del creyente delante de Aquel que puede llamar las cosas que no son como si fueran. El pastor de una iglesia no es el Espíritu Santo para saber quiénes viven o no, en la práctica del pecado. Tampoco puede ni debe darse a la tarea de tratar de discernirlo porque ese trabajo es de Dios y no nuestro. Sin embargo, es nuestra responsabilidad predicar fielmente las Escrituras, pues Dios usa la exposición de su Palabra y el poder de su Espíritu para traer arrepentimiento a su pueblo.
Los acontecimientos de los últimos días y aún años, tanto en el plano internacional como en el nacional, han inquietado nuestro corazón; lo han cargado y lo han entristecido. Alguien pudiera alegar, como ha ocurrido: «pastor, pero Dios está en control». Y ciertamente lo está, pero esa realidad no hizo que Cristo dejara de llorar por el juicio que vendría sobre Jerusalén; ni que Jeremías dejara de llorar por el juicio que caería sobre el pueblo de Dios; tampoco que Daniel y Nehemías dejaran de orar con lágrimas por la condición de Su pueblo.
No ha habido una época de la historia bíblica donde el pueblo de Dios no haya sido juzgado o disciplinado, en ocasiones muy severamente, por su falta de arrepentimiento. Ya sea durante los cuarenta años en el desierto, en la época de los jueces, en la época de las siete iglesias mencionadas en Apocalipsis o más recientemente, en la época del gran predicador y teólogo Jonathan Edwards. Dios nunca ha pasado por alto el pecado en medio del pueblo sobre el cual se invoca Su nombre. Esa es la razón por la que el apóstol Pedro recordó a la iglesia esta verdad en el pasaje citado al inicio del capítulo.
Esta es precisamente nuestra motivación al escribir: llamar la atención del pueblo de Dios, especialmente de las iglesias del mundo hispanoparlante, y recordarle que así como Jesús pasó juicio sobre aquellas siete iglesias en la antigüedad (Apocalipsis 1-3), Él ha de juzgar su Iglesia hoy. Al igual que entonces, Cristo está tocando a la puerta de la Iglesia con palabras de reprensión y a aquellos que respondan en arrepentimiento, Él les dará el privilegio de sentarse a su mesa en su reino:
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo;
si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él,
y cenaré con él y él conmigo”
(Apocalipsis 3:20).
Estas palabras son una invitación al arrepentimiento de manera que podamos tener mayor comunión e intimidad con Él, pues sin arrepentimiento no podemos disfrutar de las bendiciones de Dios. En su Revelación, el Señor llama al inconverso a arrepentirse y convertirse para que nuestros pecados sean borrados y podamos disfrutar de tiempos de refrigerio en su presencia (Hechos 3:18-20). Pero su iglesia, aún la verdadera Iglesia, necesita hacer lo mismo, no para convertirse, pero sí para volver a disfrutar de la presencia manifiesta de Dios. Lo que Dios hizo ayer, puede volver a hacerlo hoy.
De modo que, si al leer y meditar en la Palabra de Dios nos percatamos de que necesitamos arrepentirnos delante del Santo y Verdadero, es vital para nosotros prestar oído a su reprensión y no endurecer nuestros corazones, sino responder con humildad y en arrepentimiento (Hebreos 4:7).
Recuerde que el llamado del cristiano es a perseverar en medio de las peores circunstancias y a no doblar sus rodillas ante el mundo. Pero sin arrepentimiento, sin una comunión estrecha con Dios, sin su favor y cuidado sobre nuestra vida, jamás podremos permanecer firmes en la Verdad. Por tanto, pida al Señor que le dé arrepentimiento genuino; que cambie su mente y su corazón por el poder de su Palabra y le ayude a pelear la buena batalla en el poder de su Espíritu.