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El antídoto

“Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve. Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel.” Lucas 22:24-30

Los líderes del mundo hacen todo para que les llamen bienhechores, pero lo que buscan es, desde su posición, dominar, controlar a la gente. Esto es parte de la consecuencia del pecado. El antídoto a dominar, a tratar de controlar a la gente, al falso orgullo, es servir. Tú no necesitas el aplauso de la gente, y tampoco tienes que dominar a nadie. Cuando tú tratas de ejercer dominio sobre una persona, sobre la vida de alguien, estás operando en tu naturaleza pecaminosa. Y muchas veces, sin darte cuenta, caes en esta dinámica de tratar de controlar o manipular a alguien. Cada vez que tú tratas de enseñorearte de alguien, sin darte cuenta, estás operando en la naturaleza caída.

En Génesis, cuando el hombre peca, Dios le dice a Eva que el hombre se enseñoreará de ella. Antes del pecado, no había control y dominio de unos sobre otros. En el principio, cuando Dios le dio autoridad y dominio al hombre, no se lo dio sobre la misma especie, sino sobre toda la tierra. Nadie es parte del dominio que Dios te ha dado. Ninguno tiene autoridad de parte de Dios para dominar y controlar a nadie, pero hay quienes, como no controlan su mundo, tratan de controlar a la gente; como no tienen control sobre sí mismos, tratan de controlar a otros; como no se agradan a sí mismos, tratan de dominar a otra persona. Por eso ese exceso de control. Pero tú tienes que saber que la gente tiene que ser libre y que sin importar lo que hagan, tú lo que tienes es que servir. Eso no quiere decir que tú no vayas a ejercer liderato, que como padre no vayas a tener autoridad; pero tú no buscas con tu autoridad lo mismo que busca el mundo. El mundo busca controlarte, martirizarte, manipularte, tenerte bajo su control. Pero tú, con tu autoridad, la autoridad que Dios te ha dado, tú lo que buscas es liberar, que la gente sea más libre, que el propósito de Dios se manifieste en la vida de la gente.

Muchas veces, lo que hacemos es “si no haces tal cosa, yo no hago tal otra por ti.” Eso es manipulación, control. Si tú no quieres hacer algo por otro, no lo hagas, pero no lo justifiques con que el otro no haga algo por ti. Tampoco es que hagas algo que creas que no es correcto, porque entonces te estarían manipulando a ti. Jesús dijo a sus discípulos que todo lo que habían hecho ya, era suficiente para él darles el reino; no tenían que seguir con él en todo lo demás; porque él no los iba a manipular. Esa no es la idea, eso no sería autoridad.

Y muchas veces, por nuestra identidad caída por causa del pecado, buscamos el control; sin darnos cuenta que, en la medida en que tú tratas de dominar a otros, es cuando más tú estás dominado. Y el antídoto es uno solo: Servir. Busca qué puedes hacer para tú salirte de la mesa, y que el otro se siente. Busca qué puedes hacer para ser de bendición, para demostrar el amor de Dios y dejar que la gente sea libre. Eso es un líder ante los ojos de Dios.

Deja de tratar de dominar a los demás, deja de tratar de controlar este mundo. Sirve. Vas a perder noches si tratas de controlar a la gente a tu alrededor. Ama a la gente. Tu amor hará que la gente se rinda delante de ti. La gente no puede resistir un buen servicio.

Los líderes del mundo buscan ser servidos. Los grandes líderes de Dios buscan amar y servir, no controlar ni dominar, y no buscamos la aprobación de los hombres, sino la recompensa de Dios. Y, cuando Dios recompensa, lo hace en grande.

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