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El amor es más profundo que la duda: Seguridad para nuestros días más difíciles

Treinta y siete horas después de la muerte de mi padre, mi teléfono sonó. «Dan, a tu madre solo le quedan unas horas de vida. Debes venir al hospital de inmediato».

Incluso ahora, más de tres años después, mi corazón se acelera al recordar las palabras del médico de la UCI. Las primeras palabras que pronuncié tras colgar el teléfono fueron para mi esposa, Melissa: «No puedo con esto otra vez. Ya no me quedan fuerzas emocionales. ¿Cómo voy a soportarlo?».

Lo que necesitaba en ese momento, y en las horas que siguieron, era exactamente lo mismo que mi madre había necesitado apenas dos días antes, cuando le dijimos que su esposo, nuestro padre, estaba en sus últimas horas: la fortaleza para seguir confiando en el Dios que nunca deja de amarnos, incluso cuando todo lo que percibimos es una providencia que parece hostil. La fina línea entre la duda y la certeza radica en la fuerza para creer que Dios nos ama, aun cuando las circunstancias gritan lo contrario.

Momentos de crisis como estos revelan cuán profunda es nuestra necesidad de una certeza firme del amor de Dios.

Aferrándonos al Niágara
En su libro Children of the Living God [Hijos del Dios viviente], Sinclair Ferguson reconoce que, para muchos cristianos, «la realidad del amor de Dios por nosotros es, a menudo, lo último que llega a iluminarnos. Al fijar la mirada en nosotros mismos, en nuestros fracasos pasados y en nuestra culpa presente, nos parece imposible que el Padre pueda amarnos» (p. 27). Esta aparente imposibilidad destaca nuestra necesidad de fuerza divina para comprender verdaderamente el amor de Dios.

En Efesios 3:14, Pablo introduce una oración por los efesios con las palabras «por esta causa» (retomando el hilo de su pensamiento desde 3:1), precisamente porque tendemos a dudar del amor y la gracia de Dios. En los dos capítulos iniciales, Pablo nos eleva a las imponentes alturas de lo que el Padre ha hecho por nosotros en Cristo, mediante el Espíritu. Imagínate estar de pie bajo las caudalosas aguas de las cataratas del Niágara, intentando beber un sorbo. La fuerza y el volumen del agua harían que fuera imposible. De manera similar, no tenemos la capacidad natural para comprender la magnitud de lo que el Padre ha hecho por nosotros en Cristo por pura gracia. No podemos captar la profundidad del amor de Dios sin la fortaleza divina.

Y así, Pablo ora para que el Padre nos conceda «ser fortalecidos para comprender, junto con todos los santos, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento» (Ef 3:18-19, énfasis añadido). Si queremos encontrar una certeza que disipe las dudas en el torrente del amor insondable de Cristo por nosotros, necesitamos una fortaleza que no poseemos de manera natural.

Cuando mi esposa tenía tres meses de embarazo de nuestra hija mayor, Hannah, comencé a escribir en un diario oraciones dirigidas al Padre por la hija que conocería. Cada mañana plasmaba mi anhelo de que ella llegara a conocer al Padre y a Jesucristo (Jn 17:3). Estas oraciones revelaban los profundos deseos de mi corazón.

Lo mismo sucede con las oraciones de Pablo, pero podemos ir un paso más allá. Como parte de la Escritura inspirada, las oraciones de Pablo son «inspiradas por Dios» mismo (2 Ti 3:16). Pablo hizo esta oración porque el Padre quiso que la hiciera. Oraciones inspiradas por Dios, como Ef 3:14-19, revelan las profundidades del corazón del Padre hacia nosotros. El Padre quiso que Pablo orara de esta manera porque, en Su soberanía, planeó conceder lo que él pedía. Tu Padre quiere que comprendas lo incomprensible, para que tu corazón sea fortalecido en tiempos difíciles.

Nadie queda fuera
Desde que tengo memoria, he lidiado con una intensa introspección y episodios frecuentes de duda. He hablado con muchos cristianos que también luchan con la certeza de su fe. Por otro lado, mi esposa no enfrenta un exceso de introspección; rara vez, si es que alguna vez, experimenta dudas. De vez en cuando, me encuentro envidiándola y a otros cristianos que comparten esa experiencia. A simple vista, parece que necesito más fortaleza para asirme del inmenso amor de Cristo que ellos.

En Su bondad, Dios nos asegura, a través de Pablo, que nuestras inclinaciones particulares no nos excluirán de una experiencia más profunda de Su amor. Pablo ora para que tengamos la fortaleza de comprender este amor «con todos los santos» (Ef 3:18): judíos o gentiles (2:11, 17-18), esposos o esposas (5:22-33), hijos o padres (6:1-4), esclavos o amos (6:5-9). Esta unidad en la experiencia del amor de Dios enfatiza que Su gracia y fortaleza se extienden a cada creyente, sin importar su trasfondo, personalidad o luchas. Pablo ora con confianza, convencido de que todos los creyentes pueden recibir la fortaleza para comprender la profundidad del amor de Cristo, incluso aquellos cuyo pasado está marcado por el temor y la incertidumbre.

Me ayuda recordar que la oración de Pablo es una oración corporativa. Tú, al igual que yo, quizá leas la oración de Pablo pensando principalmente en términos personales y no en toda la iglesia. Sin embargo, nota que en Efesios 3:14-19 se usa el plural «ustedes» repetidas veces. Por eso, cuando Pablo ora para que Dios nos conceda la fortaleza para comprender «junto con todos los santos», entiendo que se refiere a cada «tú» individual dentro del «ustedes» plural de la iglesia en Éfeso. Además, implica que Dios responde principalmente a esta petición cuando los santos están reunidos. Al Padre le encanta responder esta oración corporativa en el contexto de la iglesia reunida.

Los cristianos a menudo luchan con la duda en soledad, esforzándose por predicar el evangelio a su propio corazón aislado. Sin embargo, el mejor lugar donde la certeza reemplaza a la duda es en la reunión de toda la iglesia. Es en el compañerismo de los creyentes, unidos por nuestra necesidad de gracia, donde se imparte con mayor poder la fortaleza para comprender el amor de Cristo. En medio de nuestros hermanos y hermanas en Cristo, descubrimos que nuestra fe colectiva y el ánimo mutuo ayudan a disipar las sombras oscuras de la duda. La iglesia reunida se convierte en un santuario donde nuestros corazones vacilantes son fortalecidos (Sal 73:16-17) y, juntos, comprendemos el amor infinito de Cristo que sobrepasa todo conocimiento.

Nuestro Padre no quiere que ninguno de Sus hijos quede fuera de Su cálido hogar de certeza, incluido tú.

Nuestro Padre que nos da nombre
Cuando se trata de reemplazar la duda con la certeza, importa profundamente a quién dirigimos nuestras oraciones. A la luz de las majestuosas alturas doctrinales de Efesios 1-2, Pablo se arrodilla «ante el Padre», y no cualquier padre, sino el Padre «de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra» (Ef 3:14-15). Una traducción más precisa de «toda familia» podría ser «la familia entera en el cielo y en la tierra», enfatizando la unidad de todos los creyentes bajo la paternidad de Dios. Es el Padre que da nombre a toda la familia.

Antes, Pablo describió a los efesios antes de su conversión como alejados, extranjeros y sin esperanza (Ef 2:12). Pero ahora el Padre les ha dado un nombre. Isaías 62:2-4 ilustra lo que significa que el Padre nos dé un nombre. Aunque el pueblo de Dios estaba regresando del exilio, aún se sentía abandonado. Entonces Isaías dice:

De manera similar, Pablo nos dice que Dios nos ha «predestinado para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo» (Ef 1:5) y que «Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella» (Ef 5:25). En otras palabras, el Padre y el Hijo nos han nombrado: hijos de Dios y la novia de Cristo. El nombre que llevamos en este mundo, incluso en medio de nuestras pruebas relacionales, es este: «Mi deleite está en ti».

Esta es una razón crucial por la que nos reunimos: para escuchar y recordar, por medio de la fe, que el Padre realmente se deleita en nosotros. Solo el amor de este Padre puede disipar nuestras dudas cuando somos débiles.

Cuando la noticia de que mi madre estaba en sus últimas horas me dejó sin fuerzas, el Padre proveyó la fortaleza que necesitaba para asirme más del incomprensible amor de Cristo, especialmente al reunirme con todos los santos en las semanas y meses que siguieron. En medio de mi profundo dolor y debilidad, la certeza del amor de Dios «[me fortaleció] con poder por Su Espíritu» (Ef 3:16) en la reunión de los santos, para alabanza de la gloriosa gracia del Padre (Ef 1:6, 12, 14).

Fuente:
Dan Cruver

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