No resulta un sentimiento engendrado en el interior. Contrario al amor, que brota natural desde el nacimiento.
El bebé, con mirada angelical, irradia amor. Cuando coloca la cabeza en hombros de padres afectuosos, desborda la afirmación de sentirse mimado. El odio viene desde lo externo y se impone en actitud de negación, tratando de manipular las buenas intenciones. Quienes odian, viven en constantes fricciones consigo mismos. No disfrutan de la transparencia y armonía.
Son enfermos emocionales, psicológicos y autistas espirituales. En lo social, terminan rechazados por el propio entorno.
El odio es un mal que remueve las posibilidades de acertar, poder ejercer la correcta valoración de sí. Nada justifica la decisión para odiar al conocido, allegado, familiar, amigo, vecino, entre otros. Nadie odia al desconocido. El odio provoca total rechazo que enseña a desear, el peor de los males. Hay personas impedidas de amar por albergar sentimiento de odio. Al levantarse cada mañana, empiezan a ver, los días grises.
Nunca distinguen, las grandes hermosuras que brinda la naturaleza en sus distintas manifestaciones. El odio afirma el estado de pobreza vivido. Lleva incluso hasta ansiar la muerte a los demás. La vida es consumida y empaña semblante de felicidad en el rostro.
Es de primer orden, poner atención a cómo revertir lo que corroe y debilita, el equilibrio biopsicosocial y espiritual. Sanar, devuelve al estado natural con que fue creado el hombre.
Vivir el amor, en amor y por amor, construye y fortalece, eso de lo que todos hablamos, la felicidad.