
A veces caminamos por temporadas frías del alma. Nos sentimos expuestos, vulnerables, como si el viento de la vida nos golpea sin piedad. Buscamos cobijo en personas, rutinas, logros o incluso distracciones, intentando cubrir esa desnudez interior. Pero ninguna de esas capas humanas alcanza a calentar lo más profundo del corazón.“¡Sólo Dios sabe dónde se esconde el abrigo de uno!
Y es ahí donde esta frase resuena con verdad: Sólo Dios sabe dónde se esconde el abrigo de uno.
Porque ese abrigo no está en lo visible ni en lo que el mundo puede ofrecer.
Este abrigo está escondido en el corazón del Padre.
Está en Su Presencia, en Su Palabra viva, en el consuelo de Su Espíritu.
El Salmo 91:1 declara:
«El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente.»
Y esta no es una metáfora ligera: Dios no solo da abrigo, Él es el abrigo.
Él mismo es nuestro refugio, nuestra cobertura, nuestro manto de amor.
No es un abrigo tejido por manos humanas, sino una presencia viva que envuelve, sana y fortalece.
Cuando ya no sepas a dónde correr… corre a Él.
Cuando sientas que nada te protege… escóndete en Él.
Y cuando creas que has perdido todo abrigo, recuerda:
el Dios que todo lo ve, guarda ese lugar secreto solo para ti.
Él es abrigo que no se desgasta, sombra que no desaparece, y paz que no se explica.
“Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa.” Isaías 32-2