
Cuando una palabra confronta el corazón del pueblo de Dios, no siempre es fácil recibirla. Sin embargo, los ecos del pecado de Israel resuenan hoy con una claridad que no podemos ignorar. Esta reflexión no nace de juicio, sino de un anhelo profundo de restauración y de volver a la senda del Espíritu. No es una crítica a quienes predican estas verdades, sino un reconocimiento del valor de su obediencia en proclamar lo que muchos temen decir.
Israel, escogido por Dios y testigo de milagros y promesas cumplidas, cayó muchas veces por abandonar la Fuente verdadera y buscar sustitutos huecos. Hoy, la iglesia corre el mismo riesgo. A menudo se reemplaza la dependencia del Espíritu Santo por estructuras humanas, entretenimiento o estrategias diseñadas para complacer a las multitudes. El resultado es el mismo que describe el profeta: cisternas rotas que no retienen el agua.
“Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua. Jeremías 2:13
También como Israel, podemos caer en el error de mantener una religiosidad vacía. El pueblo continuaba con sus rituales, sacrificios y festividades, mientras su corazón estaba lejos del Señor. ¿Cuántos hoy asisten fielmente a los templos pero viven sin intimidad con Dios? ¿Cuántos ministros trabajan para Dios pero ya no caminan con Él?
La resistencia a la corrección fue otra constante en la historia de Israel. Los profetas eran rechazados, ridiculizados o ignorados. Hoy, el orgullo espiritual puede endurecer los corazones de líderes y congregaciones que se sienten atacados cuando en realidad están siendo amados por Dios, que disciplina a los que ama. Recibir la corrección del Señor con humildad es una señal de madurez espiritual.
Otro hecho preocupante es la tolerancia del pecado y la mezcla con el mundo. Israel fue llamado a ser diferente, un pueblo santo, pero muchas veces se contaminó con las prácticas de las naciones paganas. Hoy, muchas iglesias buscan agradar al mundo, diluyendo la verdad del evangelio para no incomodar. Pero la iglesia está llamada a ser luz, no reflejo de las tinieblas.
Finalmente, como lo fue en Israel, hoy hay una profunda necesidad de un arrepentimiento genuino. No basta con decir “perdónanos, Señor” en un culto. La gracia que hemos recibido no es una excusa para vivir como queremos, sino un llamado a la santidad. El verdadero arrepentimiento no es emocional, es transformador.
Pero no todo es señal de condena. El mismo Dios que denunció el pecado de Su pueblo es el que los llamó de nuevo al arrepentimiento y a la restauración. Ese mismo llamado está vigente hoy. Dios quiere que Su iglesia vuelva al primer amor, que beba otra vez del agua viva, que escuche la voz del Espíritu y que se levante como una novia pura, preparada para el regreso de Cristo.
Esta reflexión no es un dedo acusador, es una trompeta de advertencia, un clamor de amor por una iglesia que aún tiene tiempo de volverse de todo corazón al Señor.
Señor amado, venimos delante de Ti con un corazón contrito. Reconocemos que hemos sido lentos para oír Tu voz y rápidos para justificar nuestros errores. Perdónanos por reemplazarte con cisternas rotas, por vivir una fe superficial, por resistir Tu corrección y por buscar el favor del mundo antes que Tu gloria. Restaura en nosotros el fuego del primer amor. Que tu iglesia despierte y vuelva a ser santa, obediente y sensible a Tu Espíritu.Te lo pido mi Dios.