Hace aproximadamente una década que escuché por primera vez que en República Dominicana había un millón de personas que habían aceptado a Cristo como su Señor y Salvador. Por simple lógica hemos de suponer que hoy en día somos muchos más los que componemos el cuerpo de Cristo y profesamos la doctrina cristiana, pero, yo me pregunto cada día: “¿Quiénes somos?, ¿dónde están todos esos cristianos?”.
Formulo esas preguntas en mi mente al contemplar como las calles dominicanas han sido conquistadas por el miedo y el terror que siembran los atracadores dispuestos a quitar la vida a sus semejantes con tal de quitarles un teléfono celular; vuelvo a preguntármelo cuando escucho las horrorizantes noticias de niños recién nacidos, vivos y muertos, que han sido abandonados en basureros y hasta en plena vía pública sin la más mínima muestra de compasión; los suicidios, la violencia intrafamiliar, la indolencia de líderes políticos que se conforman en ser espectadores de dichos males y salen de repente como de la nada cuando se acercan los tiempos electorales, son todas causas de que me formule las mismas preguntas.
Si somos más de un millón de cristianos en suelo dominicano, ¿cómo es posible que todo esto esté sucediendo y no estemos llenando las calles, parques y avenidas con campañas evangelísticas en las que prediquemos el mensaje de salvación?, ¿por qué no tomamos las plazas y predicamos las buenas nuevas a toda criatura, tal y como nos ordenó nuestro Salvador en la Gran Comisión?, ¿Cuál es el motivo por el cuál no estamos adorando a Jehová en espíritu y en verdad en todas las esquinas de nuestra patria querida?.
Los cristianos del siglo XXI nos estamos conformando con sentarnos los domingos en la iglesia a escuchar el sermón que preparó el pastor, luego nos vamos a los hogares a ver televisión o al club del barrio a jugar dominó… y entonces nos jactamos de ser verdaderos cristianos. ¡Bendecidos y en victoria! Proclamamos a viva voz doquiera que vamos; ¡Soy hijo del Dios Altísimo!, grita un cristiano emocionado ante los impíos que no han creído en una salvación tan grande como la que Cristo nos ha regalado. Parecemos cristianos sí, pero, cristianos de la boca para afuera.
No predicamos con el ejemplo y luego nos mostramos asustados por no poder salir a la calle temerosos de que el enemigo nos robe o nos haga daño… ¿En qué Dios creemos? ¿Somos acaso como aquellos 450 falsos profetas de Baal a quienes Elías degolló en el arroyo de Quisón luego de ellos haber pasado todo un día en el monte Carmelo invocando a un falso ídolo que nunca escucharía sus plegarias porque sencillamente no existe ni ha existido jamás?(1ª Reyes 18:20-40).
¿De qué nos sirve tener ahora tantas iglesias cristianas grandes y hasta lujosas, llenas de miembros cada domingo, si en las calles nadie se entera de que la fe cristiana está viva en República Dominicana? Lo que yo digo es que los actos de alabanza para nuestro Creador deberían llenar todos los medios noticiosos todos los días de la semana, la palabra de Dios debería penetrar por los oídos de todos los dominicanos cada día y en todos los lugares, el amor de Cristo es el bálsamo que tenemos por gracia y debemos regalarlo al pueblo dominicano por gracia, para que termine tanta incredulidad y demostremos al mundo que somos una nación santa, escogida por Dios para humillar a los grandes y enseñar a través de los cristianos en suelo dominicano que los milagros de Dios están hoy en día tan vigentes como lo estuvieron el día que María pidió a Jesús que transformara el agua en vino; igual que cuando el Señor alimentó a miles de personas con tres panes y dos pescados; cuando Lázaro fue resucitado; cuando nuestro Señor resucitó de la muerte luego de haber sido crucificado. Sí hermanos míos, los milagros de Dios todavía no han terminado. Lo que hace falta es que volvamos a tomar las calles, tal y como hacían los cristianos dominicanos cuando sólo habían pequeñas y humildes iglesias donde se congregaban los hermanos a adorar a Dios, cuando el único poder con que contaba el pueblo de Dios era el amor de Cristo, cuando las iglesias dominicanas no eran amplios y cómodos salones con aires acondicionados y encontrábamos hermanos predicando las buenas nuevas cualquier día en cualquier esquina.
Toma un minuto de tu tiempo y reflexiona sobre lo que te digo, ¿crees estar cumpliendo tus deberes cristianos?, si es así, responde estas preguntas: si somos más de un millón de cristianos dominicanos ¿por qué no nos escuchamos?, ¿cómo puede el mensaje de las buenas nuevas quedar ahogado entre el ruido mundanal, mientras los cristianos nos lamentamos de que la inseguridad y el odio hayan llenado los corazones de tantos compatriotas nuestros que no conocen a Dios? La responsabilidad es tuya, es mía, es de todo aquel que dice amar a Cristo y no lo predica, que dice conocer a Dios y no lo presenta públicamente, que dice ser cristiano y nadie lo ve con una Biblia en la mano.
No son solamente las calles, también es la radio, los periódicos, la televisión, las redes sociales en la internet, tenemos que llenar todos los espacios existentes con el mensaje de Cristo, que sea el nombre de Jesús, nombre sobre todo nombre, la palabra más escuchada en toda República Dominicana. Entonces sí podremos estar orgullosos de ser cristianos. El Señor nos dice que nosotros somos la sal de la tierra, pero si perdemos el sabor a sal ¿con qué será salada la tierra? Y nos advierte que sin nuestra intervención, sin nuestra sal, la tierra no vale para nada sino para ser echada afuera y ser pisoteada por los hombres. (Mateo 5:13). Eso es lo que está sucediendo hoy en día, la sal de la tierra está perdiendo su sabor, los cristianos estamos permitiendo que otros tipos de condimentos sazonen el alimento que están consumiendo los hombres. Recuerda que llegará el día en que estarás frente a tu Creador y será él quien te preguntará: ¿Qué hiciste con el talento que te di? Dime hermano cristiano, responde hermana cristiana… ¿tienes una respuesta para el Señor cuando llegue la hora que él ya tiene señalada?
Por Ismael de la Cruz