
La venida de Cristo es el anhelo ardiente de quienes amamos Su presencia. Pero mientras aguardamos ese glorioso retorno, hay dos realidades espirituales que no podemos ignorar: discernir el tiempo en que vivimos y caminar en unidad como Su pueblo.
Jesús reprendió a quienes sabían interpretar el clima, pero no discernir los tiempos espirituales. Ese llamado sigue vigente. Estamos en días donde más que nunca se necesita una iglesia despierta, que interprete las señales proféticas y se prepare, no con temor, sino con propósito y convicción.
Esa preparación se edifica sobre un pilar clave: la unidad. Jesús oró al Padre para que Su Iglesia fuera una, como Él y el Padre son uno. No fue una oración simbólica, sino una declaración espiritual profunda: la unidad es condición para el avance del Reino y el regreso del Señor. Cristo no vendrá por una iglesia fragmentada, sino por una novia alineada con Su corazón.
La unidad no es solo acuerdos humanos o reuniones externas. Es una comunión profunda en el Espíritu: en visión, propósito y amor. Es hora de dejar atrás el miedo a lo nuevo y el apego a lo tradicional cuando impide el avance del Reino. Debemos discernir el tiempo y colaborar con lo que Dios está haciendo ahora.
Hoy más que nunca, necesitamos reconocer que los tiempos exigen una sensibilidad espiritual activa. No podemos rechazar lo que Dios ha enviado por temor o ignorancia. El tiempo es corto. Y la unidad acelera la manifestación de Su gloria.
No estamos en cualquier época. Estamos en días donde el Espíritu Santo clama por una Iglesia que se alinee con el cielo, que entienda el tiempo del fin y camine en unidad.
Cada día perdido en divisiones o temores, es un día que retrasa el cumplimiento del propósito eterno.
¡Cristo no vendrá por una iglesia dormida ni dividida, sino por una novia vigilante, unida y discernidora del tiempo!