¿Se puede vivir sin fe? ¡Por supuesto que sí! En realidad muchas personas se declaran ateas o agnósticas. Los ateos niegan la existencia de Dios, pero los agnósticos declaran que el conocimiento de lo divino es inaccesible al entendimiento humano, así como todo lo que trascienda a la propia experiencia del individuo. Los cristianos respetamos el derecho de otros de creer o no creer, así como a sustentar la posición filosófica que más les agrade, pero la Biblia no solo enseña que Dios existe, sino que puede ser conocido por los seres humanos y estos pueden relacionarse con Él.
En la carta a los hebreos se nos enseña: “Dios habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:2). Dios siempre ha intentado comunicarse con los seres humanos y lo ha hecho de muchas maneras. Otro pasaje bíblico enseña que la propia naturaleza también habla de Dios.
“Porque las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Romanos 1:18). De cierto es un poco difícil contemplar la maravilla de la creación y la exuberante belleza del universo sin creer en un ser inteligente y supremo que creó todas las cosas.
Muchas personas se han sentido motivadas a buscar a Dios contemplando un amanecer, un crepúsculo, un paisaje hermoso o un cielo lleno de estrellas. Aquellos que viven en el campo o lejos de las grandes ciudades pueden contemplar cada noche un espectáculo fascinante con solo contemplar el cielo estrellado. La inmensidad del firmamento nos habla de Dios, nos hace sentir pequeños y necesitados de Él. Es imposible mirar al espacio y no sentir que hay un ser inmenso que nos trasciende y que posee un poder infinito.
La gran maravilla es que ese ser inmenso nos ama. Por eso dice la Biblia que ahora nos ha hablado por el Hijo, refiriéndose a Jesús. Si la creación nos insta a buscar a Dios, la persona de Jesucristo conquista nuestro corazón, porque no hay nadie como él. Jesucristo es la suprema revelación de Dios. Él vino para que todos pudiéramos conocer al Padre. Por eso enseñó a sus discípulos: “Nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Todos podemos conocer y relacionarnos con Dios por medio de Jesucristo.
Contemplando la creación podemos maravillarnos por la grandeza de Dios. Conociendo a Jesucristo caemos rendidos por el amor de Dios, por su misericordia, su gracia y su grandeza infinitas.
¡Dios les bendiga!