“15 Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. 16 Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. 17 Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. 18 Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. 19 Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. 20 Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. 21 Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. 22 Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. 23 Dijo el señor al siervo: Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. 24 Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena.” Lucas 14:15-24
El sentarse a la mesa de alguien era un privilegio. Por eso es que llaman amigo de publicano a Jesús, porque se reunía con pecadores y publicanos en la mesa; él siempre utilizó ese momento de la comida para poder enseñar. Aquí está diciendo algo muy interesante. El señor invita a un grupo de amigos, gente de posición; pero esos amigos rechazan su invitación. Estos presentan tres excusas. La primera, que tienen hacienda, una propiedad, una tienda, y tienen que ir a atenderla. La segunda, que tenían bueyes y tenían que probarlos; aquello era como tener un pasatiempo. La tercera, es haberse casado, tenían ahora familia y tenían que atenderla, por lo que no podían ir a sentarse a la mesa.
El llamado de sentarse a la mesa no era para rescatar a los pecadores; esta gente ya eran amigos. Este era un llamado como el que Jesús hizo a sus discípulos, uno de seguirle, caminar con él, dar la vida con él. Pero esta gente, que tenían todas estas cosas, rechazan la invitación. Tener muchas opciones puede ser algo frustrante. Las opciones nos causan estrés. Cuando tenemos opciones, la cosa se complica; se complica tu capacidad de toma de decisiones. Pero el Dios al que tú le sirves es un Dios que te da opciones. El problema es cuando tú le sirves a las opciones y no al Dios que te las dio.
Hay quienes tienen la opción de irse a un apartamento de playa un domingo, pero deciden ir a la iglesia. Tienen la opción de irse en un bote o de viaje. Tú tienes opciones, y esas opciones te las dio Dios. Tienes la opción de quedarte en tu casa trabajando en el negocio que Dios te dio. La opción te la dio Dios. Si algo a Dios le gusta es darte opciones. ¿Por qué; si eso te complica la vida? Porque no es lo mismo amar a alguien con opciones que sin ellas. Cuando tú decides amarle, a pesar de las opciones que Él te ha dado, eso hace toda la diferencia.
Pero, aunque nos compliquen, no queremos vivir en un mundo sin opciones. Y el Dios al que tú le sirves es el Dios de las opciones. Dios te pone el árbol de la vida, y también te pone el árbol del bien y del mal. Él nunca escoge por ti; Él te da las opciones y espera que tú lo escojas a Él como el Dios de las opciones, y no escojas a las opciones como tu Dios.
Es Dios quien te da el carro, la casa, es El quien te prospera, quien te da aumento. Él te ama tanto, que quiere darte todas las opciones, porque Él tiene la seguridad de que si Él te demuestra su amor por ti, algún día te convencerá que Él es el Dios de todas esas cosas. El problema es que la gente lo hace al revés; le sirven a las opciones, en vez de al Dios de las opciones.
Fue Dios quien le dio esa propiedad, fue Dios quien le dio los bueyes, fue Dios quien le dio la esposa, pero ahora esas son las excusas para no sentarse a la mesa e ir a servir. Muchas veces, pensamos que los que sirven son los menos cualificados, y aún si así fuera, son esos los que aceptan la invitación.
Esta historia nos trae una complicación que tenemos hoy en nuestra sociedad. No es lo mismo una invitación que una reservación. Jesús hace una invitación, y los que la rechazan lo que tienen es una mentalidad de que tienen un espacio reservado. Cuando una persona tiene un espacio reservado, puede poner cualquier excusa para no llegar, porque el espacio está reservado. La reservación te da la mentalidad de que puedes hacer todas tus otras cosas y luego ver si te da tiempo a llegar, así que no tienes que hacer de esa reservación tu prioridad. Pero te adelanto que, en las cosas de Dios, no hay reservación, sino una invitación. Si tú no ocupas el espacio al que has sido invitado, Dios se va a encargar de traer a otro que lo ocupe porque la casa se va a llenar.
El problema de una reservación es que no crea sentido de urgencia. El que no tiene una reservación, tiene que hacer la fila; pero, de otra manera, no hay sentido de urgencia. Pero aquellos que queremos ir a un lugar, cuando no tenemos espacio, hacemos la fila, tenemos pasión por llegar.
Otro problema con la reservación es que te hace pensar que el privilegiado es el que te invitó, y no tú que fuiste invitado. Y es muy triste cuando en la iglesia tenemos esa mentalidad. Dios no se siente privilegiado de que tú vayas a la iglesia. El que se debe sentir privilegiado eres tú de que puedas llegar.