
Esta reflexión no fue escrita desde una cumbre, sino desde un valle. Un valle profundo, de esos que no se describen con palabras. Enfrenté pérdidas que quebraron mi corazón, la de mi esposo, y luego, la de mi primer hijo. En esos momentos, la oscuridad no era una figura poética, sino una realidad emocional y espiritual.
Pero aún en ese lugar de dolor, descubrí algo: la presencia de Dios no se retira, incluso cuando sentimos que no la vemos. Esta no es una reflexión teórica; es un testimonio de fe entre lágrimas. Porque la luz de Dios no siempre disipa el dolor, pero sí permanece firme cuando todo lo demás se tambalea.
Comparto estas líneas con quienes han pasado por su propia noche oscura, para recordarles que la Luz no se apaga. solo nos acompaña en silencio, como una llama que arde aunque el alma tiemble.
Hace años escribí con convicción que en Dios no hay oscuridad. Lo entendía con la mente, lo sentía en el espíritu, y lo compartía con la esperanza de que otros también vieran Su luz. Pero aún no conocía la profundidad de la noche que puede envolvernos cuando la vida se rompe.
Primero, se fue mi esposo. Luego, mi hijo. Y con cada pérdida, el corazón se me hundía un poco más en lo que parecía sombra, silencio, vacío. Fueron momentos en los que me pregunté si aquella luz de la que había escrito seguía encendida. Si Dios, que es luz, aún caminaba conmigo entre tanta oscuridad.
Hoy sé que sí. No porque todo haya sanado de inmediato. No porque el dolor haya desaparecido. Sino porque en medio de ese valle oscuro, supe que Él no me dejó sola. Su luz no era un rayo cegador que borraba el sufrimiento, sino una llama suave, constante, que me sostenía sin palabras.
A veces la luz de Dios no brilla como antes, porque nuestros ojos están nublados por el llanto. Pero Él nunca deja de ser luz. Su presencia es fiel aun cuando nuestra fe tiembla. Es en el dolor donde muchas veces más claramente sentimos el consuelo que no viene del mundo, sino de lo alto.
Sigo creyendo que en Dios no hay oscuridad. Lo creo ahora no solo por lo que dice la Palabra, sino por lo que viví cuando ya no podía sostenerme por mí misma. En las pérdidas más grandes, conocí Su fidelidad más profunda.
Señor, cuando mis fuerzas flaquearon, Tú no te apartaste. Cuando mi corazón se llenó de sombras, Tú encendiste una luz que no se apagó. Gracias por no dejarme sola en mi noche más larga. Enséñame a seguir caminando hacia tu luz, aun cuando mis pasos vayan lentos. Amén“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Salmo 23-4