
En este final de año, Dios nos recuerda algo fundamental. No basta con crecer, con aparentar o con participar; nuestra fe debe transformar nuestro corazón y nuestra vida.
Hoy vemos un peligro que afecta a muchos creyentes. la fe de apariencia, una cultura religiosa que no cambia ni produce arrepentimiento. Muchos confiesan a Dios con los labios, pero su corazón permanece lejos de Él (Isaías 29-13). Crecer sin cambiar es caer en este riesgo, donde la vida cristiana se vuelve rutina y no fruto de un encuentro genuino con el Señor.
Hace años, en una visita al Palacio Nacional el Señor me dio una señal clara a través de algo tan simple como unos zapatos. Esa noche había recibido advertencias de no asistir, e incluso mi hijo me aconsejó que cambiara de zapatos, pero no obedecí ni a la voz de Dios ni a la de mi hijo. Sin embargo, en medio de mi desobediencia, Dios trató conmigo y me enseñó que Su voluntad siempre es perfecta, y que el temor de Jehová es el principio de la sabiduría.
Recientemente, Evangelizando en una plaza comercial, tuve otro recordatorio del Poder transformador de Dios. Una joven, con sus zapatos rotos en sus manos y lágrimas en los ojos, se acercó sin conocerme. Al compartirle mi testimonio, sus lágrimas se secaron y comprendió que Dios sigue obrando en Su iglesia y en Sus ministros. Su experiencia fue la confirmación de que Dios no abandona a Su pueblo, que sigue tratando con los corazones y hablando para transformar vidas, incluso en los lugares más sencillos y cotidianos.
Estas tres experiencias nos enseñan que Dios habla en lo grande y en lo sencillo.Nos llama a una fe genuina que transforme nuestra vida y no sólo nuestra apariencia. y Sigue obrando en Su iglesia, en sus ministros y cada creyente dispuesto a escuchar Su voz.
Jesús nos llama a arrepentirnos y a vivir una fe que produce frutos (Marcos 1-15; Santiago 2-17). Crecer sin cambiar es quedarse en la apariencia; vivir transformados es responder a Su voz y permitir que Su Espíritu renueve cada área de nuestro corazón.
Oración
Señor Jesús, gracias porque sigues hablando y obrando en nuestra vidas. Ayúdame a no conformarme con una fe superficial ni con apariencias. Renueva mi corazón, transforma mi vida y enséñame a obedecerte en todo. Que mi fe no sea solo de palabras, sino de hechos que glorifiquen Tu nombre. Abre mis ojos y mi corazón para discernir Tu voz y caminar en santidad cada día de mi vida.Te lo pido en el nombre de Jesús. Amén.