Mucha gente tiene fe, pero esa fe es como un lago plácido y tranquilo. A Dios le gustan las aguas que saltan y se mueven. «Ríos de agua viva», dice la Palabra, «saltarán de su interior». A Dios lo mueve una fe dinámica, agresiva, expectante, que se atreve a emprender cosas esperando que Él ha de responder y respaldar cuando le creemos.
Por eso tenemos que llevar nuestra fe al rojo vivo, y ejercitarla en toda oportunidad hasta que se convierta en una llama ardiente. El apóstol Pablo le aconseja a Timoteo, “Aviva el fuego del don de Dios que está en ti” (2 Tim 1:6). Sólo una postura de fe intensa y apasionada puede establecer las condiciones necesarias para que se active el poder de Dios..
El poder de Dios se manifiesta en un ambiente de fe, donde opera una mentalidad sobrenatural. Por eso es importante generar en el pueblo de Dios una expectativa, una postura activa, de fe. Cuando el pueblo de Dios es instruido en los secretos y sutilezas de la fe, y aprende a batir las aguas de la fe, entonces Dios puede moverse como Él quiere.
Es importante, por medio de la instrucción pastoral y el ejercicio constante, dar a luz individuos y congregaciones que computen y conjuguen la vida en términos de fe, de sobrenaturalidad. No un pueblo de fe genérica y endeble, que crea mayormente en las acciones e iniciativas humanas, sino un pueblo que se mueva en, y dependa de, el poder sobrenatural del Espíritu. Donde hay un ambiente de fe, Dios puede moverse con toda libertad y hacer grandes cosas.