Articulos

Dios está reparando tu corazón con oro

No recuerdo el momento exacto en que dejé de ser yo.
Solo sé que, en algún punto del camino, me convertí en lo que otros decían de mí.

Me llamaban por mi historia. Por mi error. Por mis decisiones.
Me miraban con desprecio, me evitaban con temor, hablaban de mí como si yo no estuviera ahí.
Y aún si me atrevía a levantar la voz, nadie escuchaba el clamor escondido tras mis gritos.

Vivía entre sombras, cargando cadenas que no se veían, pero que me pesaban como si fueran de hierro.
Cadenas de vergüenza, de rechazo, de abandono, de culpa.
Cadenas forjadas por el dolor.

Yo no necesitaba un sermón.
No necesitaba más dedos apuntando.
No necesitaba una lista de reglas para “volver a ser buena”.
Solo necesitaba… ser vista.

Y un día, lo fui.

Él no me habló como los demás.
No me miró con juicio, sino con ternura.
No me preguntó qué había hecho, sino dónde dolía.
No me exigió que me levantara, se inclinó hasta el suelo donde yo estaba caída.
Y mientras otros solo veían mis errores, Él vio mis heridas.
Mientras todos me definían por mi pasado, Él hablaba como si conociera mi verdadero nombre.
Como si yo todavía tuviera uno.

Yo no sabía quién era.
No tenía el porte de un líder religioso.
No venía con el tono de voz de los que creen tener autoridad.
Pero sabía.
Sabía todo de mí.
Y no me rechazó.
No tuvo miedo de acercarse.
No me condenó.

Me sanó.

No de forma superficial. No con palabras vacías.
Fue como si cada herida invisible hubiera sido tocada por una mano que sabía exactamente cómo cerrarla… no para cubrirla, sino porque Él entendía lo que cada una decía de mí.
Y aunque aún llevo cicatrices, ahora brillan.
No porque las escondí, sino porque fueron reparadas con el oro de la redención.

Desde ese día, todo cambió.
No porque yo lo haya intentado más fuerte, sino porque alguien —que entonces no sabía cómo nombrar— me vio, me tocó… y me hizo nueva.

Hoy sé cómo se llama.
Se llama Jesús.
El que puso oro en las grietas de mis heridas más profundas.
El que no me llamó por mi pasado, sino por mi destino.
El que me devolvió el nombre que había perdido.
El que todavía hoy sigue restaurando a mujeres como tú.

Si tú también te has sentido invisible, juzgada, usada o rota, quiero que sepas algo:
No importa cuán profunda sea la herida, ni cuán larga haya sido la oscuridad…
Hay alguien que sabe dónde estás.
Y no viene a señalarte.
Viene a levantarte.

Te lo dice alguien que conoció el abismo… y fue rescatada.

Yo simplemente era una mujer a la que muchos llamaban por su dolor.
Pero ahora, muchos me recuerdan como María de Magdala (María Magdalena),
una mujer redimida,
una testigo del amor que restaura lo que el mundo descartó.

Y hoy, esta carta es para ti.

Jesús es el Maestro que no desecha lo roto, sino que lo restaura con oro.
Si esta carta resonó contigo, Mujer Totalmente Nueva podría ser el comienzo de tu propia historia de redención.
Puedes comprar el libro o descargar los primeros capítulos gratis en:
mujertotalmentenueva.com

con amor y oraciones,
Fuente:
Magie de Cano

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.

Botón volver arriba